Chillida: una fuerza creativa surgida de la naturaleza.
Entre las rocas y el oleaje de la playa de Ondarreta de San Sebastian emerge el famoso “Peine del viento”, una de las monumentales esculturas públicas con las que la voz artística de Eduardo Chillida, se hizo sentir a lo largo y ancho de un continente europeo, en plena transformación. Las premisas sobre las que el escultor vasco construyó su creación parecen determinadas por el paisaje y la relación con el entorno natural donde paso su infancia. Junto al mar, cristalizaron las reflexiones en torno a los conceptos de espacio y tiempo bajo los que fundamentó una obra forjada en la hermandad de los eternos ritmos que encontró observando las mareas de la bahía de San Sebastian. Sin embargo, sería injusto delimitar únicamente a la escultura el prestigio y reconocimiento internacional que alcanzó el artista donostiarra, cuya obra también se celebra por el uso de múltiples prácticas artísticas que, como el collage, desarrolló a lo largo de su vasta trayectoria. A través de obras como la que aquí nos ocupa, construimos un relato más profundo y complejo que arroja luz, sobre la verdadera magnitud del universo creativo del que ha sido, una de las figuras clave en la transformación radical que experimentó el arte español durante el siglo XX.
Bajo esta premisa, el collage realizado en 1967 supone un magnífico ejemplo de la imperecedera fascinación de Chillida por los conceptos de espacio y forma cuyas reflexiones y planteamientos al respecto se materializan en su trabajo escultórico y que, de forma igualmente magistral, logra trasladar al mundo del papel. En este aspecto, su formación académica en el campo de la arquitectura ejerció un papel determinante a partir del cual, arraigaría un profundo interés en hacer visible el espacio a través de la consideración de sus formas circundantes, Sus investigaciones a este respecto entroncan con los postulados de Martin Heidegger, cuyas reflexiones filosóficas entorno a la forma del vacío han sido reconocidas como base teórica de la llamada Escuela Vasca en la que se inscribe la obra de Chillida.
En la bidimensionalidad de estos trabajos sobre papel, subyace la esencia del inseparable sustrato escultórico, dotados sin embargo, de una entidad propia que no se subordina a ningún otro fin. Sus collages, construidos con maestría a partir de la superposición de retazos de papel interconectados entre si casi de manera orgánica, dan vida a composiciones rítmicas en las que construye un espacio de dialogo, donde confluyen conceptos antagónicos tales como, la materialidad y la ingravidez o lo sólido y lo etéreo. Mientras las cualidades específicas del papel y su textura subrayan el aspecto material y corpóreo de la naturaleza, las interacciones entre los bordes irregulares quemados sugieren el carácter metamórfico y efímero de la misma. Bajo esta dualidad intrínseca al mundo natural, subyace también, la dicotomía a la que nos enfrenta Chillida en un debate entre el conocimiento de las leyes impuestas por la naturaleza y la aspiración humana de trascenderlas. En definitiva, “somos naturaleza, pero queremos librarnos de sus trabas”. La suya es, por tanto, una materialidad etérea fruto de una profunda y compleja relación con la naturaleza que, entendida como fuente de creación primigenia, nos incita también, a experimentar con sus propios límites. Precisamente Heidegger decía que, la frontera, no es aquello en lo que termina algo, si no aquello a partir de donde algo comienza a ser lo que es. Es en este espacio que trasciende a los límites, donde Chillida construye una obra trabajada desde la desnudez de forma y materia que, replegadas a su esencia primigenia, quedan liberadas de sus propias fronteras para encaminarse hacia la conquista de un espacio total.
Eduardo Chillida fue el mejor aprendiz que el mar pudo tener. Frente a él, interiorizó, el efecto de erosión que moldea las aristas de las rocas, ese fluir del agua que penetra entre sus fisuras ocultas , ese mar en calma que se agita entre los soplidos del viento. Sus obras emergieron bajo la indómita cadencia de los ritmos del cantábrico para capturar en ellos, el espacio donde todo nace y todo se rompe. El mismo donde, como él describió “en una línea el mundo se une, y con una línea el mundo se divide.