Joaquín Sorolla, creador nato de múltiples facetas.
La versatilidad plástica fue uno de los atributos de Joaquín Sorolla, y ello se hace especialmente evidente cuando nos detenemos en distintas épocas creativas y vitales del pintor valenciano.
Ahora que Setdart pone en subasta cuatro lienzos importantes de Sorolla, al corresponderse con distintas etapas y momentos creativos de la carrera del pintor, podemos constatar este espíritu indagador que lo llevaría a la cima del arte, y que emplearía en variedad de temáticas.
Certificados los cuatro por su bisnieta Blanca Pons-Sorolla, nos ofrecen un abanico de géneros que en manos del maestro valenciano trascienden modelos precedentes.
Uno de ellos corresponde a la época en que Alfonso XIII le encargó un retrato oficial. Para ello, pasó unos días en el Palacio Real de la Granja de San Ildefonso, y aparte del retrato del monarca y su familia, realizó varias pinturas de los magnánimos jardines palaciegos. Una de las pinturas de Setdart muestra una de estas vistas de naturaleza exuberante (véase número 35216311). Titulada “La Selva, Jardines de la Granja de San Ildefonso” (1907), la espesura de las copas de los árboles se alinea junto a un camino de tierra, y a lo lejos se divisa, recortándose en tonos azulados, la Sierra de Guadarrama. La cuidada composición, que posee la original de ser vista desde un punto elevado, se combina con una pincelada vivaz e intuitiva, rica en matices, que insufla vida al verdor de la arboleda. Tras ella, el aire se espesa suavemente, adecuándose a una precisa captación atmosférica.
Esta obra ha sido reproducida en varios catálogos del pintor, como el estudio que le dedicó Bernadino Pantorba (Madrid, 1970), o en el de la Hispanic Society of America (Nueva York, 1909).
También de próxima subasta son dos retratos de Sorolla pertenecientes, respectivamente, a un periodo temprano de su producción (“La carta”, 1881) y a su época de mayor asentamiento estilístico (“Viejo valenciano”, ca.1902).
En “La carta”, también titulada “Figura de espadachín” (véase lote 35216309), a pesar de ser una obra de un pintor joven, ya queda patente la fluidez inimitable de su pincelada, la agilidad de un trazo que con hábiles toques transmite la atmósfera íntima y la actitud concentrada que interviene en la lectura de una carta recién recibida. Sorolla, sin restar valor a la expresión y al carácter, que ha sabido captar ofreciéndonos la imagen noble a la par que sencilla del espadachín, también se ha detenido en describir el atuendo en cada una de sus piezas, inspirándose en indumentaria regional del siglo XVIII. En ello se aprecia lo que interesaba al joven Sorolla, el costumbrismo arraigado en cada región de España.
“Viejo valenciano” (lote 35216313), por su parte, marca un punto de inflexión en su retratística. La imagen de medio cuerpo de un anciano le permite centrarse en cada detalle del rostro, en sus angulosa orografía facial. Con una tez curtida por el trabajo en el campo, el hombre luce una barba canosa y, tocado con sombrero de ala ancha, mantiene la mirada baja, ausente y a pesar de ello, no pasa desapercibido el brillo negro de su iris. En esa mirada ensimismada se revela dignidad y nobleza de espíritu. Sorolla resuelve este retrato a base de amplias y pastosas pinceladas, modulando la imagen a partir de las manchas de color. Para ello utiliza una paleta rica en marrones, resaltando en especial el color rojo del pañuelo que el anciano porta bajo el sombrero. Por su vestir reconocemos que responde al tipo valenciano, pero el autor va mucho más allá del pintoresquismo tradicional que se limita a reproducir arquetipos. Por otra parte, se hace patente que Sorolla ha asimilado y derivado hacia su propio terreno lingüístico el legado de Velázquez y Ribera, cuyos retratos estudió en sus frecuentes visitas al Museo del Prado.
Por último, una peculiar composición que llamó “El rincón del estudio del pintor” (número 35216326), que el joven Sorolla debió realizar encontrándose en Roma. Esta tabla al óleo exhala poesía en cada uno de los objetos de trastero y en la relación que se crea entre ellos con el hábil uso del color y la libre pincelada. Sobre un arcón descansa un arcabuz que traza una diagonal y cuya potencia destructiva queda desvirtuada por un pompón floral que cuelga de un costado. Una sombrilla oriental se despliega sobre el arma, y las telas se desparraman de modo informal contribuyendo a configurar un caos ordenado, una contradicción de términos que sólo la paleta y el pulso de un gran artista es capaz de materializar.
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