Eva: la primera femme fatale
A lo largo de la historia del arte la figura bíblica de Eva, ha sido motivo de infinidad de representaciones cuya iconografía ha construido y sustentado un determinado arquetipo del género femenino.
Los episodios de la vida de los primeros padres de la humanidad han ocupado un lugar preferente en la imaginería artística debido en gran parte al papel fundamental que jugó en la difusión de la doctrina cristiana, pero también y sobre todo durante el Renacimiento por ser un tema que les permitía aunar la religiosidad con los estudios anatómicos que tan imprescindibles fueron en su desarrollo. Ilustrando biblias y códices, formando parte de retablos y capiteles o en obras completamente independientes, artistas de todos los tiempos tan destacados como Memling, Cranach, Durero, Tiziano o Rubens quisieron plasmar uno de los grandes episodios bíblicos sobre los que se ha fundamentado la cultura religiosa occidental desde la Edad Media.
Dentro de este ciclo, el episodio que narra el acto de desobediencia que desencadenó el pecado original, es probablemente uno de los más recurrentes en la historia del arte y cuyo programa iconográfico, tan simbólico como poderoso, ha perdurado como pocos en nuestra cultura. De hecho, ningún estereotipo femenino ha arraigado tanto en nuestra cultura como el que se origina con Eva. Su figura simbolizará la primera reina del pecado de la historia de la humanidad siendo la culpable de desatar el pecado original en el mundo tras dejarse tentar por la serpiente y convencer a Adán de morder la fruta prohibida del Árbol del bien y el mal. A partir de ella se sucederán nuevos iconos de mujer asociados a aspectos tentadores, inquietantes e incluso demoniacos que como las femme fatale llevan al hombre (Adán) a la perdición. El esquema compositivo clásico de este tipo de representaciones nos muestra a Adán y Eva desnudos y situados más o menos de forma simétrica a cada lado del árbol de la ciencia. Mientras Adán permanece expectante en la escena, eva toma la iniciativa alargando el brazo hasta alcanzar el fruto o en su defecto tomando la manzana directamente de la boca de la serpiente. que aparece enroscada en torno al tronco del árbol.
A partir de este modelo, se introducirán pequeñas variaciones en las que Eva cobrará un mayor protagonismo como instigadora del pecado, cuyo poder de seducción hace caer a Adán en la tentación. Por el contrario, será habitual que Adán aparezca en una actitud disuasoria, intentando sin éxito, impedir que Eva alcance el fruto. En este sentido, y pese a que algunos artistas como Miguel Angel o Frans Floris fueron partidarios de mostrar la desobediencia como un acto común, la gran mayoría encajó sus obras en la tradición judeocristiana enfatizando en la culpabilidad de Eva y por tanto en su papel como pecadora y causante de la condena que soportará toda la humanidad hasta el fin de los tiempos.
Asimismo, será habitual también representarlos justo en el momento en el que, después de haber sucumbido a la tentación, descubren su desnudez y en un gesto de vergüenza se cubren con sus manos u hojas.
A pesar de la reinterpretación que ha experimentado el mito religioso, el poso de esta larga tradición iconográfica ha perdurado en generaciones de artistas posteriores que bajo el signo de su tiempo han abordado el simbolismo que encarna la figura de Eva. Este es el caso de la monumental Eva realizada por Pere Pruna, quien como ya hicieran Cranach o Durero representa de forma independiente a Eva, para convertirla en protagonista absoluta de la composición. Los contornos de la figura de la mujer cuya sempiterna presencia la convierte en el eje que vertebra su trayectoria, se recortan sobre un fondo neutro concentrando de este modo toda nuestra atención en la actitud y presencia de Eva. Pruna refleja la impronta que dejaron en la estética clásica y del Renacimiento, siguiendo el canon de belleza estilizado de formas suaves y delicadas que sintonizan con la vuelta al orden posterior a la ruptura que supusieron las vanguardias.
A diferencia de las obras que hasta ahora hemos visto, Pruna introduce un significativo cambio: Eva aparece completamente desnuda, mostrando su cuerpo sin pudor y dejando atrás de este modo, la tradición de Evas arrepentidas y pudientes que tapan su desnudez tras haber cometido el pecado original. Sin embargo, el gesto de su rostro con los ojos cerrados desprende una interpretación ambigua cuyo significado puede entenderse en dos sentidos ¡: por un lado, la inconsciencia de Eva, que tras sus actos no ha sido capaz de abrir los ojos y ver por primera vez la dicotomía entre el bien y el mal y por contra el conocimiento interior e intuitivo que emana desde su interior tras haber probado el fruto prohibido.