“Miradas desde el Barroco”.
Nuestro pueblo tiene por costumbre resumir grandes fundamentos de nuestro carácter. Temperamento, tradición y cultura se reflejan en refranes y frases hechas, listas para emplearse con sonoridad en el momento apropiado, como si de una sentencia se tratara. “Los ojos son el espejo del alma” es quizá una de las que más peso puedan tener. Si aplicamos esta frase a nuestro arte,es capaz de desvelar una de las razones fundamentales por la que poder afirmar que el arte español es arrollador.
Cuatro trazos les bastaban a Goya o Velázquez para pintar, no un retrato verosímil, sino un profundo atisbo de alma que trascendía del lienzo. Podría considerarse como captación psicológica del personaje pero hay ojos que, debido a la fuerza del mensaje, dice mucho más que un mero estado de ánimo. El barroco, como movimiento artístico, representa el paradigma de la complejidad, el exceso, la pasión y la representación exagerada de la realidad para impactar al espectador. Lope de Vega describía perfectamente la dualidad y extremo de la mirada española de su tiempo: “Matáis de amor y no sabéis de amores, seguros de veneno y más tiranos que fue Nerón, pues abrasáis el mundo”. Miradas con tanta fuerza que queman de amor y odio.
Los retratados en el barroco español, como los lotes 35147351 y 35147352, son prácticamente arquetipos de los aristócratas españoles. Uno mostrando su alta posición de forma contenida, defendiendo su sangre con una diminuta cruz de Santiago y ella, desde el lujo, la exuberancia de sus ropajes y joyas. La actitud fría y distante puede ser una barrera deliberada con la que marcar distancia, pero ambos han quedado desnudos por sus ojos. La altivez y dignidad de su privilegiada condición se esfuman ante unos ojos humanos, tanto como los nuestros. Muestran fuerza, debilidad, arrogancia y especialmente en el caso de la mujer, calidez.
En la ejecución de obras de tema religioso es posible ver este mismo planteamiento. El trasfondo en los ojos de un Cristo o una Virgen como los del lote … A primera vista impactarían por su teatralidad y realismo en la finura de los acabados, como el detalle de las pupilas o las lágrimas destellantes en vidrio. Quizá haya algo más tras ese superficial primer vistazo, en nuestra opinión lo hay. El arte dirigido a explicar lo divino tiene un valor didáctico, pues pretende hacer entendibles fundamentos prácticamente incomprensibles a la mente humana. ¿Cómo hacerlo? Los artistas españoles fueron los mejores en ello. Lo podríamos resumir en “hacer lo divino humano y lo humano divino”.
Vernos reflejados en las imágenes, compartir sus sentimientos, empatizar con ellos y sentirnos arropados en un ejercicio, no de rezar, sino ampararnos bajo unos ojos que nos comprenden, que sufren como nosotros. Aunque son inertes, parecen haber vivido como nosotros, y, aunque siendo un fragmento de madera, cuentan una historia en la que podríamos haber sido partícipes. Los ojos de desconsuelo de la Virgen se asemejan al de cualquier persona ante la pérdida de un ser querido, y los del Cristo, de un perdón tan verídico como los que nos gustaría encontrarnos cuando suplicamos.
Todos estos ojos son una puerta hacia las vidas de personas como nosotros, a las de los retratados que miraban al artista, y por supuesto, a las de los artistas del Barroco español que consiguieron encerrarlas hasta hoy. Detengámonos ante esas miradas.