Manel Cusí: la belleza sublimada del ballet
Desde tiempos pretéritos la danza ha fascinado a escritores, intelectuales y artistas que inspirados por la belleza de esta disciplina la han convertido en protagonista de sus obras.
De hecho, si pensamos en la figura de la bailarina con relación a las Bellas Artes es muy probable que inmediatamente nos asalten a la memoria las icónicas representaciones de Edgar Degas. Sin embargo, la relación entre el balé y el arte tiene una larga tradición que alcanza mucho más allá del maestro impresionista.
En este sentido, el arte se ha convertido en un testimonio grafico de los bailes y danzas propios de culturas y épocas pasadas a través de los cuales se reflejan algunos de los retos e inquietudes a los que se han enfrentado los artistas por superar las barreras entre ambas disciplinas.
De este modo, el movimiento expresividad y carácter fugaz se convirtió en motivo de representación para artistas que, como Degas, Rodin, Renoir o Matisse encontraron en este arte la mayor expresión de su afán por capturar la plasticidad contenida en el cuerpo humano.
Sin embargo, las múltiples posibilidades que les ofrecía esta temática no se limitan a los aspectos puramente plásticos, sino que también reflejan la voluntad de inmortalizar el ritual que envuelve la práctica del ballet, retratando el ambiente de las escuelas y teatros, así como la profesionalidad, sacrificio, elegancia y sensibilidad que rodea al arte de la danza.
Dentro de la pintura decimonónica nacional fueron muchos los grandes artistas que movidos, en parte, por la gran aceptación que alcanzó entre la burguesía de la época, dedicaron parte de su producción a esta temática. Como uno de los cronistas más brillantes de la Catalunya del siglo XIX Manel Cusí trasladó el refinamiento de la sociedad burguesa a su obra mediante representaciones de carácter galante dominados por un absoluto protagonismo de la mujer. Entre ellas la figura de la bailarina cobrará una vital importancia tanto por las posibilidades técnicas que le brinda, como por las connotaciones estéticas que de ella se desprenden.
La tipología de bailarina a la que dará luz Cusí, lejos de tener como referente a Degas guarda un estrecho vinculo con la del pintor francés Pierre Carrier Belleuse, coincidiendo con este último en los mismos propósitos estéticos basados en la exaltación de la belleza femenina. A diferencia de Degas, para Cusí la preocupación por captar el movimiento de las bailarinas y el gesto efímero nunca fue uno de sus objetivos principales, prefiriendo representarlas en posiciones estáticas que le permitieron trabajar con intensidad la figura. Tal y como transluce en este caso, Cusí concedió una especial importancia al manejo de la luz, siendo al contrario de los artistas que trabajaban a “plen air” uno de los pioneros en trabajar con la luz eléctrica. Asimismo, la obra centrada en el momento en el que la bailarina, después de su actuación, recibe en su camerino un exuberante ramo, permite al artista recrearse en el juego de luces, así como en las veladuras del tul y las suaves carnaciones del rostro de la bailarina.
Tal y como subraya el título del libro dedicado al artista, la devoción por la belleza de Manuel Cusí se convirtió en el leitmotiv de toda su trayectoria, capturando como pocos el ideal de belleza femenina que, por aquel entonces, dominaba la práctica artística.