Luis de Morales, Cristo de los Dolores
Luis de Morales, apodado “El Divino”, no solo llevó a cabo una pintura de una calidad excepcional, sino que también su personalidad queda impresa de tal modo en ella, que en la España del siglo XVI dejó una impronta única, sólo comparable a la del Greco.
Sus cuadros nacen de un sincero sentimiento místico, y se nutren de distintas escuelas pictóricas del Renacimiento, que el pintor de origen extremeño sabe elevar al rango de una honda espiritualidad. Así, por ejemplo, la influencia flamenca se aprecia en el preciosismo de la técnica, y la de Leonardo Da Vinci, en su adaptación del sfumato.
Virtuosismo y carga emocional confluyen sobremanera en sus Ecce Homo, que a veces llevara a cabo en la variante del Varón de Dolores. A ésta última se adscribe el valioso óleo que Setdart pone en subasta (véase número 35216318). Como comprobamos en esta pintura, y en otras similares conservadas en el Museo del Prado, Luis de Morales creó una tipología propia dentro de la tradición del Cristo como Ecce Homo.
Sobre un fondo oscuro, la figura de Cristo en medio cuerpo, ladea ligeramente su rostro. A pesar de las manos atadas y las manchas de sangre en su frente, no se centra en el dramatismo, sino que se sumerge en una capa de humanidad subyacente. Su audaz tratamiento naturalista le permite ahondar en la esencia de la pena. Los rasgos faciales, el tratamiento de los cabellos y la musculatura denotan un profundo estudio físico y anatómico. Los tonos ocres y anaranjados del cabello, así como el tono atezado del semblante, contrasta con la paleta fría usado en el manto argénteo.
Luis de Morales transmite el momento pasionario con elegancia y economía de medios, huyendo de lo escenográfico. Transmite una experiencia mística, siendo magistral la combinación entre la minuciosidad puesta en los detalles y el manejo general del claroscuro.
Pintor de gran calidad y acusada personalidad, acaso el mejor entre los españoles de la segunda mitad del siglo XVI, a excepción del Greco. Su formación plantea serios problemas, aunque Palomino lo hace discípulo del flamenco, residente en Sevilla entre 1537 y 1563, Pedro de Campaña. Emplea un colorido y un sfumato emparentados con la tradición lombarda de un Bernardino Luini y de un Cristoforo Solario, que seguramente conoció no mediante un viaje a Italia sino posiblemente a Valencia, para ponerse al tanto de las novedades aportadas por los leonardescos Fernando Yáñez y Fernando de Llanos y los rafaelescos Vicente y Juan Masip. Denominado el Divino por Antonio Palomino, porque pintaba solo asuntos religiosos con gran primor y sutileza, alcanzó su mejor época desde 1550 hasta 1570, pintando entonces numerosos retablos, trípticos y lienzos aislados que obtuvieron enorme difusión porque satisfacían la religiosidad popular de la época, si bien algunas de sus telas contienen citas y datos de erudición letrada, producto del contacto con los clientes ilustrados, a contar en primer lugar los obispos de la diócesis de Badajoz, a cuyo servicio estuvo. No está, por el contrario, documentalmente corroborada su presencia en el monasterio de El Escorial llamado por Felipe II, aunque parece que éste adquirió alguna de sus obras para regalarlas a continuación. La enorme producción y la continua solicitud de sus temas iconográficos le obligaron a mantener un nutrido taller en el que colaboraron sus dos hijos, Cristóbal y Jerónimo.
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