Max Bill y Gottfried Honegger: el legado de la Bauhaus y el arte concreto
El arte concreto encuentra en nuestra próxima subasta del día 16 de noviembre una magnifica representación de la mano de dos de sus máximos exponentes: Max Bill y Gotffried Honegger
En el desarrollo de las segundas vanguardias europeas, la fundación de la Escuela de la Bauhaus en el año 1919 marcó un punto de inflexión que transformó el arte moderno de manera definitiva. Considerado un auténtico visionario de la época, el arquitecto alemán Walter Gropius sentó las bases a partir de las cuales nacerían un sinfín de movimientos artísticos que, como el arte concreto, orbitaron entorno a los preceptos del manifiesto fundacional de la Bauhaus.
La idea central bajo la que vertebró su programa se relaciona con el concepto de arte total, en el que las fronteras que hasta el momento habían separado las distintas disciplinas creativas, debían ser abolidas por completo con el fin de alcanzar un arte universal al servicio de la sociedad. La propuesta de Gropius de entregarse a un arte enteramente racional, libre de ideologías y únicamente vinculado a las sólidas leyes matemáticas y geométricas, es también, fruto del terrible contexto histórico de entreguerras en el que se gestó. De este modo, la concepción del arte promulgada por la Bauhaus está intrínsicamente ligada a una función social como medio a través del cual sanar una sociedad enferma.
El legado de la Bauhaus que con solo 14 años de vida se convirtió en la mayor escuela de arte del mundo, ha pervivido hasta nuestros dias a través de artistas que, como Max Bill o Gottfried Honegger encontraron en sus postulados el germen de sus creaciones
Max Bill: el gran impulsor del arte concreto
Arquitecto, diseñador, escultor, pintor, teórico, publicista y educador, podríamos decir que el artista suizo Max Bill, encarna el concepto de genio universal del Renacimiento. Su trayectoria iniciada en la escuela de la Bauhaus quedó ligada inevitablemente a las enseñanzas que recibió durante su etapa de formación hasta convertirse en un firme defensor del funcionalismo y el formalismo geométrico. De hecho, a mediados de los años 30, el artista se sumerge de lleno en sus investigaciones entorno a la forma abstracta, basadas en las inexorables leyes que rigen las matemáticas y la geometría como único medio para alcanzar la universalidad del arte a la que se debía aspirar.
En el ámbito escultórico, Max Bill se interesó especialmente en la figura esférica y sus distintas secciones, las cuales, como en el caso que nos ocupa, combinaba para dar luz a múltiples variaciones de la misma figura geométrica. Asimismo, este cuarto de esfera en forma de cuña simboliza, además de la idea de infinito, una disyuntiva entre el arte espiritual y el arte funcional, considerando que el objeto creado primero debe cumplir su cometido para posteriormente poder alimentar el alma a través de la estética.
Gottfried Honegger: la pureza del arte concreto
Siguiendo la estela de Max Bill, el también artista suizo Gottfried Honegger fue a lo largo de su vasta trayectoria, un fiel defensor del arte concreto y de la máxima acuñada por Theo van Doesburg en 1930 según la cual, la universalidad del arte solo podía ser alcanzada mediante la claridad y pureza. Siguiendo esta concepción artística de raigambre racionalista, Honegger da luz a una obra libre de implicaciones emocionales. La obra que nos ocupa pertenece a una de las series más representativas del artista, conocida como cuadros-relieve donde los rojos monocromos cubren la totalidad de una superficie compuesta por elementos geométricos repetitivos. En ellas, Honegger reafirma su convicción según la cual el arte debe construirse valiéndose únicamente de sus elementos fundamentales en una abstracción geométrica desprovista por completo de cualquier asociación simbólica vinculada con la realidad.
Protagonista de los grandes debates entorno a la práctica artística abstracta acontecidos entre el siglo XX y XXI, Honegger mantuvo hasta su muerte, la idea de que el arte podía cambiar el mundo.