El último tango de Francis Bacon
Una de tantas noches en las que Francis Bacon, siendo ya una figura venerada, acudía al club Colony del Soho, se le acercó un joven cuya apariencia desastrada, claramente desentonaba en el ambiente selecto del local y le espetó: “¿Quién te crees que eres, amigo, para pedir champán en el Swan y no molestarte en ir a beberlo?” El genio irlandés, que por entonces franqueaba ya los sesenta años, quedó prendado del desparpajo y, por supuesto también de la belleza, de aquel osado camarero del East End.
John Edwards sería su último amante pero, sobre todo, sería quien lo cuidaría hasta el final de su vida. A él legaría Bacon toda su fortuna.
Bacon pintaría a John en numerosos lienzos, realizados a lo largo de las dos décadas que transcurrirían desde que se conocieron, en 1972, hasta su muerte.
“Study for a Portrait of John Edwards”, la litografía que se subasta en Setdart, se basó en una pintura al óleo firmada en 1986, y forma parte de un corpus pictórico realizado en la década de los años ochenta en el que Edwards aparece ante una puerta o bien sentado en una silla.
En la obra licitada, la figura de su amigo, situada ante un umbral oscuro, se descompone en jirones de carne que se repliegan en espiral y cuya sombra silueteada en el suelo actúa como un espejo. Es una sombra que parece abrirse a un segundo umbral.
A pesar de la distorsión y fragmentación que, fiel a su lenguaje visceral y expresionista, Bacon somete al personaje, su rostro permanece apacible, aunque animalizado. A diferencia de tantos otros retratos y autorretratos en los que los rostros son puros gritos encarnados, aquí el semblante transmite una serenidad espiritual. En este rostro que supura bondad queda cifrado el fuerte vínculo de amistad y agradecimiento del pintor hacia su pupilo.
Aparte de las reinterpretaciones subversivas de figuras históricas y cuadros antiguos, Bacon priorizó a su círculo más íntimo a la hora de elegir modelos. Su obra y su vida son inseparables y en sus cuadros se desvela hasta cierto punto su estado emocional. Su vida tormentosa y su rebeldía genuina se volcaron sobre las telas desde sus primeros cuadros hasta los últimos.
Bacon la emprendió con valentía contra el puritanismo inveterado de la sociedad británica. El poso trágico impregna su obra. En ella, la belleza y la violencia, Eros y Tanatos, pasión y tormento, carne y espíritu, quedan laminados sin remisión. Esa polaridad queda expresada de un modo sublime en este retrato de su último, y quizás único (según él mismo decía), amigo.
Cabe destacar que, para su colección de obra gráfica, Bacon seleccionó 35 pinturas (entre ellas “Study for a Portrait of John Edwards”), y supervisó de principio a fin el proceso de impresión.
Esta litografía aparece referenciada en el Catálogo publicado por Ediciones Bervillé (2008) de la colección Alexandre Tacou.