Ramon Casas Carbó (Barcelona, 1866 – 1932). “Retrato de Glòria Codina de Riera”.
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CASAS CARBÓ, Ramón (Barcelona, 1866 – 1932).
“Retrato de Glòria Codina de Riera”, h. 1929.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo.
Medidas: 90 x 80 cm; 115 x 105 cm (marco).
Obra catalogada en “Ramon Casas. Una vida dedicada a l’art. Catàleg raonat de l’obra pictòrica”, de Isabel Coll, nº 678, p. 396 (Barcelona: El Centaure Groc, 1999).
Se puede expedir certificado de D. Marçal Barrachina a petición y cargo del comprador.
Ramón Casas fue un artista célebre por sus ilustraciones y sus retratos, y en concreto en sus retratos femeninos confluyen ambas vertientes de su obra, dado que la figura femenina constituyó la esencia misma de sus carteles e ilustraciones. Así, en sus retratos femeninos vemos la misma visión sensual y decorativa de la figura de la mujer, tanto en aquellos en los que la dama posa en actitud insinuante como en aquellos de concepción más sobria, como el que aquí presentamos. Así, aunque lejos de sus retratos de Julia Pelaire, amante del pintor, aquí vemos un retrato digno y elegante, con una mujer que mira directamente al espectador, orgullosa e incluso retadora, pero sin embargo mostrando la misma belleza delicada y seductora propia de los tipos femeninos de Casas. Esto queda además reflejado, de forma sutil, a través de elementos puramente plásticos como es el del contraste entre la frialdad casi metálica del elegante vestido de la modelo y la calidez, blandura y suavidad de las carnaciones, rosadas en el rostro y algo más nacaradas en el pecho y los brazos.
A nivel compositivo vemos la simplicidad, el orden y la claridad propios de todos los retratos de Casas, que por otro lado siguen las formas de representación más del gusto de la época. La mujer aparece en primer plano, sentada en una silla de madera pintada de blanco, con tapicería amarilla, sobre un fondo neutro y luminoso, trabajado en delicados tonos azules y amarillos que funcionan como un eco de los colores del vestido y la silla. La composición es centrada y piramidal, recordando incluso a los clásicos italianos; la figura adquiere así una mayor monumentalidad, a la manera clásica, y la composición se articula en torno a ella. La cúspide de la pirámide es el rostro de la mujer, elegantemente peinada, cuyos profundos y expresivos ojos oscuros, resaltados por una delicada sombra en los párpados, de recuerdo simbolista, miran directamente al espectador. Completa la sobria y casi solemne expresión la pequeña boca pintada de color coral intenso, fruncida y seria, que nos habla del carácter fuerte e independiente de la mujer mejor que ningún símbolo accesorio. La dama aparece adornada con varias joyas, magníficamente trabajadas pero que, sin embargo, no compiten en importancia con el rostro, absoluto centro de la composición.
Ya desde sus inicios Casas mostró una clara predilección por el retrato, y una especial maestría para captar la realidad a través de un lenguaje totalmente propio, sintético, expresivo y moderno, que dejaba atrás el decorativismo y el simbolismo del Art Nouveau imperante. Ya en 1899, con tan sólo treinta y dos años, inaugura en Barcelona una exposición antológica de su obra. Esta muestra dio a conocer al público su colección de más de cien retratos al carbón de personalidades de la época, realizadas en aquel mismo año. Esta exposición consagró a Casas como el mejor retratista de su época, gracias no sólo a su maestría formal, sino también a la perfecta descripción psicológica de sus modelos.
Destacado pintor y dibujante, Casas se inicia en la pintura como discípulo de Joan Vicens. En 1881 realiza su primer viaje a París, donde completó su formación en las academias Carolus Duran y Gervex. Al año siguiente participa por primera vez en una muestra en la Sala Parés de Barcelona, y en 1883 presenta, en el Salón de los Campos Elíseos de París, un autorretrato que le valió la invitación para convertirse en miembro del salón de la Societé d’Artistes Françaises. Los siguientes años los pasa viajando y pintando entre París, Barcelona, Madrid y Granada. En 1886, aquejado de tuberculosis, se asienta en Barcelona para recuperarse. Allí entra en contacto con Santiago Rusiñol, Eugène Carrière e Ignacio Zuloaga. Tras un viaje recorriendo Cataluña junto a Rusiñol, en 1889, Casas regresa con su amigo a París. Al año siguiente participa en una colectiva en la Sala Parés, junto con Rusiñol y Clarasó, y de hecho los tres continuarán realizando exposiciones conjuntas en dicha sala hasta la muerte de Rusiñol en 1931. Sus obras de este momento se encuentran a medio camino entre el academicismo y el impresionismo francés, en una suerte de germen de lo que sería más tarde el modernismo catalán.
Su fama continúa extendiéndose por toda Europa, y realiza exposiciones de éxito en Madrid y Berlín, además de participar en la Exposición Mundial de Chicago de 1893. Casas se establece definitivamente en Barcelona, inmerso en el ambiente modernista, aunque sigue viajando a París para los salones anuales. Financió el local que sería punto de referencia para los modernistas, el café Els Quatre Gats, inaugurado en 1897. Dos años después organiza su primera muestra individual en la Sala Parés. Mientras crecía su fama como pintor, Casas empezó a trabajar como diseñador gráfico, adoptando el estilo Art Nouveau que llegó a definir al Modernismo catalán. En los años siguientes se suceden sus éxitos: presenta dos obras en la Exposición Universal de París de 1900, gana un premio en Munich en 1901, varias de sus obras quedan en la exposición permanente del Círculo del Liceo, realiza diversas muestras internacionales y, en 1904, obtiene el primer premio en la Exposición General de Madrid. Está representado en el Museo del Prado, el Nacional de Arte de Cataluña, el Nacional Reina Sofía, el Thyssen-Bornemisza, el de Montserrat, el Cau Ferrat de Sitges, el Camón Aznar de Zaragoza y los de Arte Contemporáneo de Barcelona y Sevilla, entre muchos otros.
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