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Colección de Yads del siglo XIX

Yad Torah

Setdart presenta una colección especial de Yads rusos
del siglo XIX.

El Yad es un objeto ritual judío, popularmente conocido como puntero de la Torá, utilizado por el lector para seguir el texto durante la lectura de los rollos de pergamino de la Torá. Aparte de su función práctica, el Yad asegura que el pergamino no será tocado durante la lectura, dado que entonces se consideraría perdida su pureza, y por tanto no sería apto para el ritual. Cabe también tener en cuenta que el pergamino de la Torá es con frecuencia frágil y que, dado que no absorbe por completo la tinta, al tocar el escrito con la mano éste podría quedar dañado.

Los Yad pueden estar realizados en diversos materiales, si bien el preferido es la plata. Su forma usual es la de una varilla larga, coronada por una pequeña mano con el dedo índice extendido.

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REGOYOS Y VALDÉS, Darío de (Ribadesella, Asturias, 1857 – Barcelona, 1913). Lote 35013894

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REGOYOS Y VALDÉS, Darío de (Ribadesella, Asturias, 1857 – Barcelona, 1913).
“El paseo”.
Óleo sobre cartón.
Firmado con iniciales en el ángulo inferior derecho.
Adjunta certificado de autenticidad emitido por Juan San Nicolás.
Medidas: 9 x 14 cm; 31 x 37 cm (marco).

Hijo de un destacado arquitecto activo entonces en Asturias, Darío de Regoyos se formó en Madrid, en la Academia de San Fernando (1878). Pronto, inducido por su maestro Carlos de Haes y por sus amigos músicos, Enrique F. Arbós e Isaac Albéniz, se instaló en Bruselas (1879), donde sería discípulo de Josep Quinaux. En la capital belga entró en contacto con E. Verhaeren, G. Rodenbach y M. Maeterlinck, grupo de jóvenes creadores que fraguaban el principal movimiento cultural belga del fin de siglo, inquietud en la que él mismo tendría un papel eminente. Así, formó parte de los grupos L’Essor (1881-83) y Les XX (1883-93). No obstante, nunca arraigó en ningún sitio; incluso en su etapa belga regresaba con frecuencia a España.
Durante la década de los ochenta residió en el País Vasco, donde revitalizó la ya importante escuela artística moderna local. En 1888 acompañó al escritor Verhaeren en un viaje por España (ya lo había hecho antes con otros compañeros belgas), que sería el germen de su famosa serie “España negra”, publicada en Barcelona en 1899. Con esta obra, Regoyos fue pionero en España de la llamada neoxilografía o xilografía de creación. Si durante la década de 1880 sólo participó en exposiciones en Bélgica y Holanda, en la de 1890 lo haría también en París, tomando parte con asiduidad en el Salón de los Independientes. Desde estos años mostrará también su obra en Madrid, Múnich y Barcelona, ciudad esta última donde su pintura fue homenajeada en 1894 por la plana mayor del modernismo. No obstante su obra, marcada por un impresionismo del que él mismo fue uno de los principales definidores, fue mal aceptada en los ambientes más convencionales.
En Bélgica, Regoyos estuvo también ligado a la sociedad La Libre Esthétique desde su origen (1894), asociación que recogió en este país la herencia de la modernidad artística. En 1897 realizará su primera exposición individual, en la destacada galería Durand-Ruel de París. La segunda, al año siguiente, tendría lugar en Els Quatre Gats de Barcelona, ciudad en la que fue director artístico de la revista “Luz”. Desde 1900 el abanico de sus exposiciones se amplió, siendo su obra mostrada en Bilbao, Frankfurt, Berlín, La Haya, Venecia, Bayona, San Sebastián, Londres, México D.F., Burdeos y Buenos Aires, entre otras ciudades. A principios del siglo XX Regoyos intensificó sus viajes, residiendo entre Granada y Bilbao. En 1911 se instaló en Barcelona, donde moriría dos años después.
Está representado en el Museo del Prado, el Thyssen-Bornemisza, el Museo Nacional de Arte de Cataluña de Barcelona, el Museo de Bellas Artes de Bilbao y la Colección Gerstenmaier, entre muchos otros museos e instituciones.

 

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Escuela hispano-flamenca del siglo XVII. Lote 34003443

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Escuela hispano-flamenca del siglo XVII.
“Santiago el Menor”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Precisa consolidación y restauración.
Medidas: 78 x 105 cm; 97 x 123 cm (marco).

En esta obra se representa al apóstol Santiago el Menor en primer plano, en actitud reflexiva, con un bastón y un libro abierto en las manos, las Sagradas Escrituras. En un segundo plano se desarrolla, con gran riqueza narrativa, la escena de su martirio. Vemos, ante un espacio abierto que clarifica la composición, al apóstol con el torso desnudo, sentado en el suelo, a punto de ser muerto a golpes de maza por un sacerdote, mientras un muchacho mantiene su cabeza erguida, agarrándole por los cabellos. El cuello de Santiago está ya manchado de sangre, al igual que el arma de su verdugo, un detalle que aporta patetismo a la escena. Junto a la muchedumbre que contempla la ejecución se alza el templo, en cuya parte superior aparece el sumo sacerdote Anás II. Éste había ordenado a Santiago renegar de Jesús, pero éste al hallarse en lo alto del templo aprovechó la concurrencia para predicar el Evangelio. Al escuchar esto, los fariseos y escribas se enfurecieron, y uno de ellos lo empujó desde lo alto. No obstante Santiago no muere por la caída, por lo que la multitud comienza a apedrearlo, mientras rogaba a Dios de rodillas por sus asesinos. Entonces uno de los sacerdotes, hijo de Rahab, se encaró con la multitud y pidió que cesara la lapidación, puesto que el apóstol correspondía a la crueldad orando por sus verdugos. Aquí aparece este hombre representado en el lado izquierdo, vestido con túnica amarilla, con una mano en el pecho y la otra alzada señalando al cielo. No obstante, uno de los fanáticos se acercó a Santiago con una maza y descargó sobre su cabeza un golpe terrible, que le rompió el cráneo. Aquí el hombre que finalmente acaba con la vida del apóstol es representado como un sumo sacerdote, con tocado en doble punta y manto brocado, un detalle que incide en el hecho de que fue el Sanedrín el responsable de la muerte de Santiago. Como vemos, en una misma pintura se representa la figura del santo dos veces, un recurso narrativo muy frecuente en los siglos XV y XVI dentro de la escuela flamenca, que tendrá un cierto desarrollo aún dentro del barroco. También de influencia flamenca es la profusión de elementos narrativos en la imagen, la minuciosa descripción del escenario y la proliferación de personajes, que llenan todo el espacio en los planos intermedios. La forma de tratar el paisaje de fondo, a base de bandas paralelas en tonos azulados y verdosos, corresponde también a la herencia de los primitivos flamencos.
Santiago el Menor, hijo de Alfeo, fue uno de los doce apóstoles de Jesucristo, pariente de Judas Tadeo. La tradición cristiana siempre lo ha identificado como “el hermano del Señor”, es mencionado en la Carta a los Gálatas como una de las columnas de la Iglesia, y también se le identifica con aquel Santiago a quien se le aparece el Señor resucitado. Es autor de la carta del Nuevo Testamento que lleva su nombre. Santiago el Menor era un líder de su comunidad, y prueba de la autoridad de la que gozaba en Jerusalén es el hecho de que San Pedro le manda anunciar su liberación. Tomó la palabra en el Concilio de Jerusalén, y fue el primer obispo de esta ciudad, quedando a cargo de su Iglesia después de la dispersión de los apóstoles por el mundo. Dado que era considerado “hermano del Señor”, es decir, pariente cercano de Jesús, se le suele representar con rasgos parecidos a los de Cristo.

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ZULOAGA Y ZABALETA, Ignacio (Éibar, Guipúzcoa, 1870 – Madrid, 1945). Lote 35012899

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ZULOAGA Y ZABALETA, Ignacio (Éibar, Guipúzcoa, 1870 – Madrid, 1945).
“Retrato de dama”, 1934.
Óleo sobre tabla.
Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo.
Medidas: 55,5 x 45,5 cm; 85 x 72 cm (marco).

Hijo del notable damasquinador Plácido Zuloaga, y sobrino de Daniel Zuloaga, uno de los más destacados ceramistas españoles de su época, Ignacio Zuloaga trabajó de niño en el taller de su padre, donde tuvo sus primeros contactos con el dibujo y el grabado. Posteriormente inició estudios de ingeniería, pero los abandonó para dedicarse a la pintura. Adquirió su formación artística en el Museo del Prado, copiando a Ribera, Goya, Velázquez y El Greco, del que sería uno de sus primeros propagadores. Ya en 1887 presenta un cuadro en la Exposición Nacional de Madrid, titulado “Un sacerdote rezando en una habitación antigua”. Tras un primer viaje a Roma en 1889, en el que se empapó de los maestros del Renacimiento, Zuloaga marchó a París, donde conoció a artistas franceses como M. Dethomas o Rodin, con quien entablaría una gran amistad. También conoció a Miguel Utrillo y Santiago Rusiñol, y con este último viajará de nuevo a Italia. En París llegó a practicar el puntillismo y el impresionismo, y participó en algunas exposiciones colectivas de la galería Le Bar de Boutteville, frecuentada por los simbolistas.
Sin embargo, la búsqueda de sus propias raíces lo llevó a Andalucía, donde pasó temporadas entre 1894 y 1897. En este último año, en Segovia, pintó “Mi tío y mis primas”, cuadro que presentó en el Salón de París y que fue adquirido por el Estado francés. En 1898 contrae matrimonio y se instala en Madrid, aunque realizará frecuentes viajes a la capital gala. Al año siguiente presentó en el Salón de París su “Retrato de familia”, que fue también adquirido por el Gobierno francés.
A partir de 1903 tomó parte en exposiciones internacionales y su fama fue creciendo. Entre 1906 y 1913 trabajará en Segovia, atraído por la austeridad del paisaje castellano y la dignidad callada y humilde de sus habitantes, influido por la ideología de la Generación del 98. En 1908 fue invitado para presentar una exposición en Nueva York. Al estallar la I Guerra Mundial regresó al País Vasco y vivió en un monasterio del siglo XII situado en Zumaya (Guipúzcoa), posteriormente convertido en museo, donde instaló su rica colección de obras de arte, que incluía pinturas de El Greco y de Goya. Fue tal su admiración por el maestro aragonés que llegó a comprar su casa natal en Fuendetodos. Asimismo, en 1926 adquirió el castillo de Pedraza (Segovia), también convertido en Museo.
Ignacio Zuloaga es hoy considerado, junto a Gutiérrez Solana, el continuador de la tradición de la pintura española a lo largo del siglo XX. Actualmente está representado en destacados museos como el del Prado (obras adscritas al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía), así como en otros de todo el mundo como el de Orsay, el Rodin y el Nacional de Versalles en París, el Hermitage de San Petersburgo, el Metropolitan de Nueva York, el Thyssen-Bornemisza de Madrid o el de Bellas Artes de Budapest, entre muchos otros.

 

 

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BORES LÓPEZ, Francisco (Madrid, 1898 – París, 1972). Lote 35000122

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BORES LÓPEZ, Francisco (Madrid, 1898 – París, 1972).
“Tête”, 1970.
Óleo sobre lienzo.
Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo. Titulado al dorso.
Medidas: 55 x 46 cm; 70 x 60,5 cm (marco).
Está fotografiado en la pag. 559 del Catálogo razonado de Francisco Bores,
editado por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Historial:
– 1971: Expuesto por la Galería Theo, Madrid.
– 1990: Colección particular Edmund Peel y Asociados.

Francisco Bores se formó en la academia de pintura de Cecilio Pla, donde conoció a Pancho Cossío, Manuel Ángeles Ortiz y Joaquín Peinado, entre otros. Asimismo, frecuentó las tertulias literarias madrileñas afines al ultraísmo. En esta época realiza grabados para un gran número de revistas, como “Horizonte” o “Revista de Occidente”, y asiste a la Academia Libre de Julio Moisés, donde coincide con Dalí y Benjamín Palencia.
En 1922 participa por vez primera en la Exposición Nacional de Bellas Artes, y tres años más tarde mostrará su obra en la primera Exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos, pero la falta de interés del público madrileño por el arte joven le impulsa a marcharse a París. En la capital francesa entra en contacto con Picasso y Juan Gris, y debuta individualmente en 1927. Durante los años siguientes sigue realizando exposiciones individuales en destacadas galerías de París y Londres, entre las que destacan la Georges Petit y la Zwemmer.
Tras la Segunda Guerra Mundial reanuda su actividad expositiva, y en 1947 el Estado francés adquiere, por primera vez, una obra de Bores. En 1949 será el Museo de Arte Moderno de Nueva York el que compre sus cuadros. En 1969 expone en la Galería Theo de Madrid, lo que supone su aproximación al público español que, prácticamente, desconocía su obra salvo en los círculos profesionales donde, en cambio, era muy apreciada. En 1971 vuelve a exponer en esta misma Galería Theo, falleciendo en París en 1972.
El crítico Joaquín de la Puente señala varias etapas en la producción de Bores: clasicismo renovado (1923-25), neo cubismo (1925-29), pintura-fruta (1929-33), escenas de interior (1934-1949) y estilo en blanco (1949-69).
Francisco Bores está representado en los museos más destacados de todo el mundo, entre los que cabe señalar el Centro Georges Pompidou en París, los de Bellas Artes de Bilbao, Buenos Aires, Jerusalén, Gotemborg y Baltimore, el MOMA de Nueva York, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, las Galerías Nacionales de Atenas, Brno y Edimburgo, el Museo Patio Herreriano de Valladolid, y los de Arte Moderno de Estocolmo, Turín y Madrid.

 

 

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Broche de doble clip Art Déco en platino. Francia, ca. 1930. Lote 33007910

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Broche de doble clip Art Déco en platino. Francia, ca. 1930.

Diseño con un acertado juego de volúmenes a base de ondas entrelazadas forradas de diamantes, talla brillante antigua y talla baguette, con un peso total de ca. 9,00 cts., engarzados en garras y chatones. Cierre de doble clip que permite separar la pieza en dos broches independientes.
Medidas: 38 x 67 mm.

 

 

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ÁLVAREZ DE SOTOMAYOR Y ZARAGOZA, Fernando (Ferrol, La Coruña, 1875 – Madrid, 1960). Lote 33007090

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ÁLVAREZ DE SOTOMAYOR Y ZARAGOZA, Fernando (Ferrol, La Coruña, 1875 – Madrid, 1960).
“Retrato de dama”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior derecho.
Con marco Imperio.
Medidas: 150 x 120 cm; 172 x 141 cm (marco).

Fernando Álvarez de Sotomayor estudió el bachillerato en el Real Colegio Agustino de El Escorial, tratando a continuación de seguir varias carreras para dedicarse, finalmente, a la pintura. Inició su formación artística como discípulo de Manuel Domínguez, con quien colaboró en la decoración de la escalera y un despacho del Ministerio de Agricultura de Madrid. En 1899 obtiene una pensión para ampliar sus estudios en la Academia Española de Roma, ciudad en la que conoció a fondo la pintura renacentista y barroca de las escuelas florentina, romana y veneciana. Posteriormente viajó a Holanda, donde descubrió la pintura de Frans Hals, cuyo fuerte colorido y empastada pincelada marcarían sus obras posteriores. Ya durante estos años de juventud comienzan sus triunfos, obteniendo en 1904 la segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes, y la primera dos años más tarde, en 1906.
En 1908 se trasladó a Santiago de Chile, para impartir clases en la Escuela de Bellas Artes Chilena. Fue director de dicha institución en 1911, y en torno a su figura surgió la llamada “Generación de 1913” o “Generación Sotomayor”, constituida por importantes pintores formados en sus enseñanzas. Por estos años sigue mandando obras a exposiciones oficiales europeas, siendo distinguido con medalla de bronce en Lieja y de oro en Múnich en 1909. Asimismo, es premiado en las Exposiciones Internacionales de Barcelona de 1907 y de Buenos Aires de 1910, y es condecorado en la Nacional de Madrid 1912.
Regresa a España en 1918, tras ser nombrado subdirector del Museo del Prado. Entre 1921/22 y hasta el advenimiento de la República ostentaría el cargo de director de dicha institución, recuperándolo tras la Guerra Civil. Durante los años veinte se suceden los reconocimientos: en 1922 es nombrado miembro de la Real Academia de San Fernando, y en 1929 se le destina una sala independiente en la Exposición Internacional de Barcelona. Fue, asimismo, pintor de cámara del rey Alfonso XIII durante los últimos años de su reinado. Ya tras la guerra Sotomayor obtendrá el Premio Juan March (1956).
Sotomayor fue considerado uno de los mejores retratistas de la época, recibiendo encargos de la Corona y de familias aristocráticas, financieras e intelectuales. También trabajó el paisaje, con estilo de pincelada empastada y vibrante colorido, dentro de una tendencia realista.
Ya tras su muerte se le dedicaron importantes homenajes, como la monumental exposición retrospectiva celebrada en el Palacio de Velázquez del Retiro con motivo del centenario de su nacimiento. Sotomayor está actualmente representado en el Museo del Prado, el Nacional Centro de Arte Reina Sofía, y otros destacados museos españoles, europeos y americanos.

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PÉREZ VILLAAMIL Y DUGUET, Genaro (El Ferrol, La Coruña, 1807 – Madrid, 1854).

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PÉREZ VILLAAMIL Y DUGUET, Genaro (El Ferrol, La Coruña, 1807 – Madrid, 1854).
“San Juan de los Reyes, Toledo”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Firmado.
Medidas: 90 x 116 cm; 120 x 147 cm (marco).

Pérez Villaamil fue el creador y máximo representante del paisajismo romántico español. En 1823 se incorpora al ejército del gobierno liberal, siendo herido en Andalucía y trasladado a Cádiz como prisionero de Guerra. Allí permaneció entre 1823 y 1830, y asistió a las clases de la Academia de Bellas Artes. Prono alcanza fama, y es llamado a Puerto Rico para decorar el Teatro Tapia.
Regresa a España en 1833, año en que conoce al pintor escocés David Roberts, quien le transmite la concepción paisajística romántica británica, a la que permanecerá fiel toda su vida. En 1834 se establece en Madrid, donde participó activamente en el mundo artístico de la época romántica, consiguiendo una carrera de éxitos crecientes. En 1835 es nombrado académico de mérito de San Fernando, y cinco años después, pintor honorario de cámara.
Entre 1840 y 1844 permanece fuera de España, y en París publicará su “España artística y monumental”, el más bello libro de viajes litografiado del romanticismo español. Viaja por Francia, Bélgica y Holanda, adquiriendo obras suyas los reyes de estos países. A la caída de Espartero regresa a España, y es nombrado caballero de la Orden de Carlos III, de Leopoldo de Bélgica y de la Legión de Honor francesa. En 1845 es nombrado director de la Academia de San Fernando y catedrático de paisaje en la misma. Concurrió asiduamente, con éxito, a las exposiciones de la Academia y del Liceo, así como al Salón de París donde, en 1846, obtuvo una elogiosa crítica de Charles Baudelaire. Muere aún joven, cuando decaían ya las concepciones paisajísticas románticas.
Su obra tiene una primera etapa prerromántica (1823 – 1833), durante la que realizó obras juveniles un tanto eclécticas, oscilando entre la influencia de la pintura flamenca del XVII y la francesa del XVIII, pero siempre dentro de una concepción del paisaje amplio, con pequeñas figuras populares y románticos celajes. La segunda etapa, la romántica, discurre en línea con el paisajismo británico contemporáneo, marcado por el predominio de las vistas con motivos arquitectónicos envueltos en espectaculares celajes, e interiores de monumentos con atmósfera fantástica, todos ellos generalmente medievales y poblados de personajes populares. Fue además pionero en España de la introducción de los temas orientalistas.
Importantes obras suyas se conservan en el Museo del Prado, el palacio de la Moncloa (Patrimonio Nacional), el Museo Romántico de Madrid y el de Bellas Artes de Buenos Aires.

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Bargueño italiano del siglo XVII. Lote 33003432

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Bargueño italiano del siglo XVII.
Madera ebonizada y carey, con aplicaciones de bronce dorado.
Medidas: 80 x 133 x 52 cm.

Bargueño italiano barroco de muestra descubierta, con estructura prismática y pies tallados, en forma de garra de ave sintetizada sobre bola, una forma muy típica del bargueño del siglo XVII. la decoración se concentra en el frente, y en los laterales se reduce a cajeados geométricos realizados mediante filetes embutidos de madera clara, con un tirador en arco central sobre una placa calada y recortada. El asa, en bronce dorado, está compuesta por dos tornapuntas en “S” afrontadas, unidas por un elemento clásico central.
La muestra se divide en tres calles, la central adelantada respecto al resto del frente, con planta octogonal. Las calles laterales alojan cuatro gavetas iguales, con el frente decorado con un espejo ovalado, un elemento de herencia manierista, sobre fondo plano. Tanto el fondo como el interior del espejo están chapeados en carey aplicado sobre lacre rojo, y la decoración se completa con aplicaciones en bronce dorado: un contario que rodea el espejo, un pequeño escudo de cerradura (uno por gaveta, dado que se trata de un escritorio de muestra descubierta) y dos guirnaldas en los laterales, que se repiten también en los entrepaños. El perímetro de estos frentes queda recorrido por una moldura escalonada que incide en la compartimentación de la estructura. Este búsqueda de la claridad compositiva, a través de la señalización de las distintas partes de la estructura, que nunca quedan sobrepasadas por la decoración, es un criterio netamente clásico que será una constante en el barroco, y que sólo se romperá con la llegada del rococó, un lenguaje esencialmente anticlásico.
La calle central ostenta el protagonismo de la pieza, como es habitual en el bargueño barroco, y sigue una estructura marcadamente arquitectónica que, aunque sigue un criterio común a toda Europa en esta época, evidencia un gusto netamente italiano, que enlaza directamente con la arquitectura contemporánea del país: columnas salomónicas, aletones, ménsulas, etc. Este frente de la calle central esconde una puerta hábilmente disimulada por la decoración, de modo que no quede roto el esquema arquitectónico. En el interior se sitúan varias gavetas estrechas y alargadas, con los frentes decorados con filetes de madera clara embutidos formando cajeados geométricos, a juego con los laterales del exterior del mueble, componiendo un esquema geométrico y repetitivo que será un elemento recurrente dentro del bargueño barroco en toda Europa.
No obstante, la decoración se concentra en el exterior de la capilla, organizada como una fachada barroca de gran fantasía, una arquitectura imposible recreada por la hábil mano del ebanista: basamento inferior, tres columnas salomónicas a cada lado, alzadas sobre ménsulas, espacio interior cajeado, con una forma escalonada superior típica del bargueño barroco, bajo la cual se sitúa una hornacina que aloja una escultura en bulto redondo de bronce dorado, y frontón recto superior con aletones en los laterales, siguiendo la vertical de las columnas y ménsulas. Este frontón superior está decorado con un espejo similar a los de las gavetas laterales, y sobre las ménsulas se sitúan composiciones clásicas en bronce dorado, que también adornan el resto de zonas secundarias de la capilla. Su parte central está protagonizada por la figura de un caballero vestido con armadura, portando una lanza y una rodela decorada con un mascarón fantástico. En torno a ella vemos composiciones con hermes, mascarones, guirnaldas y tornapuntas.

 

 

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CASTILLO CASALDERREY, Jorge (Pontevedra, 1933). Lote 34000005

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CASTILLO CASALDERREY, Jorge (Pontevedra, 1933).
“El búho sabio”, Madrid, 1996.
Acrílico sobre lienzo.
Firmado en el frente. Fechado, titulado y localizado al dorso.
Medidas: 97 x 130 cm; 120 x 153 cm (marco).

Desde niño, Jorge Castillo se apasiona por el dibujo, y con sólo diez años realiza, con lápices de colores, su primera copia de Rubens. Según Castillo, la pintura de Rubens le enseñó a entender el cubismo de Braque y Picasso. Ha vivido en Argentina, España, Francia, Italia, Alemania y los Estados Unidos, y desde 2008 reside en Ibiza. Se crió en Buenos Aires, donde pasaba largas horas en el puerto, además de dedicar su tiempo a pintar y escribir. Por estos años empieza a mostrar sus pinturas, llegando a exponer en el Salón de Mayo. También publicó poemas y relatos cortos en revistas. No obstante, a la edad de veintidós años decide dejar su ciudad y marchar a París. Sin embargo, por razones económicas se radicará en España, concretamente en Madrid, donde pasará seis años, entre 1957 y 1963, los tres primeros de ellos viviendo como vagabundo.
Su contacto con Viola y Jorge Cela, impresionados por sus dibujos, cambiaría el rumbo de su vida. Por estos años irá poco a poco decantándose por la técnica del grabado, que será desde entonces uno de sus principales medios de expresión. Empieza entonces a despuntar como artista, a vender sus primeras obras y a establecer algunos contactos importantes, protegido por Luis González Robles, quien en 1960 lo llevó a la Bienal de São Paulo. Allí sus obras sorprendieron y obtuvieron elogiosas críticas, y por estos años expondrá también en Madrid y Barcelona, así como en San Francisco, Lisboa, Pittshurgh y Tokio.
Fue en 1964, año de su participación en la Bienal de Venecia, cuando al fin se le abrieron las puertas de París, gracias al contrato que firmó con el marchante André Schoeller. En la capital francesa se establecerá durante casi cuatro años, hasta 1967, y allí visitará asiduamente el Museo del Louvre y continuará celebrando exposiciones, cada vez más exitosas. En 1967 Castillo abandona París y se traslada a Ginebra, dado que Schoeller había vendido su contrato al suizo Jan Krugier, por entonces uno de los galeristas más importantes de Europa. No obstante, no le gustó la ciudad, por lo que marchó a Boissano, en Italia. En este país se empapará de arte italiano clásico, especialmente del Trecento y el Quattrocento, y en 1969 es invitado por el gobierno alemán para trabajar en Berlín, ciudad en la que residirá hasta 1975. En 1970 expuso en la Nationalgalerie de la capital alemana, la primera gran exposición dedicada, en un museo, a un periodo concreto de su carrera, y después en numerosas galerías berlinesas.
Cuando deja Berlín, Castillo se traslada a Barcelona, siendo para entonces un pintor reconocido en Europa y América. Allí expondrá regularmente en la galería Joan Prats, y conoció a Salvador Dalí. Por estos años comienza a visitar Nueva York y finalmente se instala allí en 1981, permaneciendo en la ciudad hasta 1992. Allí fue contratado por la prestigiosa galería Marlborough, y siguieron sucediéndose sus éxitos.
A lo largo de su carrera, Castillo obtuvo premios como los Internacionales de Dibujo (1964) y de Pintura (1975) de Darmstadt, el Ciudad de Pontevedra (1994), y el Cultura Viva de las Artes Plásticas (2006). Se puede contemplar obra de Jorge Castillo en el Museo de Bellas Artes de Lausana, la Fundación Juan March, las Galerías Nacionales de Edimburgo y Berlín, los Museos de Arte Moderno de San Francisco y Vitoria, la Kunsthalle de Bremen, el Albertina de Viena, la Biblioteca Nacional de España y el Guggenheim de Nueva York, entre otros.

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MURGUÍA DE CASTRO, Ovidio (Lestrove, A Coruña, 1871 – A Coruña, 1900). Lote 33008657

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MURGUÍA DE CASTRO, Ovidio (Lestrove, A Coruña, 1871 – A Coruña, 1900).
“Paisaje”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior derecho.
Medidas: 97 x 146 cm; 105,5 x 155,5 cm (marco).

Murguía nos muestra en este lienzo un paisaje trabajado en gran profundidad, poblado sólo por dos pequeñas figuras plenamente integradas en el escenario, que nos sirven a la vez de Cicerones y como muestra de la escala monumental del paisaje, que empequeñece al hombre con su tono grandioso y escenográfico.
Se trata de una composición de acusada perspectiva en abismo, estructurada de forma que se realce su espacio tridimensional y se conciba como una suerte de escenario ilusorio, efecto que queda realzado por la neta separación entre los primeros planos y el fondo, un recurso heredado directamente del paisajismo romántico, y que tiene su origen en la “veduta” veneciana. Esta diferenciación de los planos se basa tanto en el tratamiento cromático –más opaco y variado, de pincelada densa, en los primeros términos, y más suave, diluido y difuso en el fondo, por efecto de la distancia, como en el lumínico, dado que mientras el fondo aparece iluminado de forma unitaria por la clara luz que irradia el cielo despejado, en los primeros planos se incide en el contraste de luces, sombras y medias sombras, especialmente patente en la unión de las dos orillas del riachuelo.
Hijo de los escritores Rosalía de Castro y Manuel Murguía, comienza a pintar en Santiago de Compostela, en la Real Sociedad Económica de Amigos del País, donde tuvo como maestro a José María Fenollera. Durante estos años, Murguía se vincula al núcleo intelectual de La Coruña, ciudad donde expuso sus obras con cierta asiduidad. Su traslado a Madrid en 1895 marcará un punto de inflexión en su carrera, determinada por sus visitas al Museo del Prado. En la capital conoce al que será su protector, Eugenio Montero Ríos, quien le encargó la decoración del Palacio de Lourizán en Pontevedra. Este será el momento álgido de su carrera, truncada tristemente al fallecer de tuberculosis en 1900.
Representación de la llamada Generación Doliente, fue especialmente importante su papel como paisajista cuando, apartándose del academicismo, comience a pintar al natural, desarrollando un estilo que fusiona el naturalismo con la espiritualidad romántica.
Está representado en los museos de Galicia, especialmente en los de Pontevedra y La Coruña, así como en multitud de colecciones particulares.