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El hierro forjado en la Cataluña modernista

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El dragón es sin duda la bestia legendaria más ligada a Cataluña, tanto por historias como la lucha de Sant Jordi como por su reivindicación, a principios del siglo XX, por parte de grandes artistas como Antoni Gaudí. Además, siempre ha estado relacionado con las creencias populares, que lo convirtieron en un ser protector contra los elementos negativos.

Esta corriente fue recogida no sólo por arquitectos o decoradores sino también, y de forma especial, por los artistas de la forja, quienes a través de la figura del dragón se mostraron continuadores de una larga tradición que hunde sus raíces en la forja medieval.
La colección que ahora presenta Setdart, rigurosamente escogida a lo largo de veinte años, ofrece la posibilidad de conocer de primera mano estas piezas cuyo valor no es sólo artístico, dado que reflejan una larga tradición de forja y, además, nos hablan del concepto de obra de arte total que desarrollaron los

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artistas del Modernismo.

Se trata de un conjunto de piezas en su mayor parte modernistas, todas en hierro forjado salvo una, fundida, aunque también hay algunos ejemplos de la forja alfonsina, siempre con el tema del dragón como elemento de unión.

Engloba incluso piezas de los más destacados forjadores artísticos de época modernista, como los hermanos Badia o Gerardo Alegre, verdaderos artistas que trabajaron junto a Gaudí y otros destacados arquitectos del Modernismo catalán.

También se incluye una pieza de Antonio Clavell quien, desde su exilio en Francia, luchó contra la opresión de la dictadura a través de un símbolo tan poderoso como el dragón, el genio protector que expulsa el mal de la casa.

 

 

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Traje de cóctel PERTEGAZ. Lote 33002634

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Traje de cóctel PERTEGAZ.
De color negro, con falda a la rodilla, presenta un original corte ceñido en el frente, con escote cerrado, en pico, que cae hacia atrás cubriendo los hombros, y formando un amplio pliegue decorativo en la espalda.
Talla 40-42 aprox.

Desde sus primeros años, Manuel Pertegaz tenía clara su vocación: vestir a la mujer y llenarla de gracia. Inició su carrera como modisto en 1930, cuando abandonó el colegio para trabajar en una sastrería, y así adquirió su temprana formación sobre el mundo de la moda. Poco después, en los años cuarenta, Pertegaz logra abrir su propia casa de confección en Barcelona, y una tienda en Madrid.
En la década de los cincuenta logrará un alto reconocimiento en el mundo de la moda tanto a nivel nacional como internacional; Valentino, Pierre Cardin y Pierre Balmain, entre otros, le consideraban pese a su juventud una fuerte competencia, especialmente después de que, en 1954, recibiera el premio “Óscar de la Costura” de la Universidad de Harvard tras presentar su colección en Nueva York, Boston, Atlanta y Filadelfia. Las siguientes décadas supondrán más éxitos, premios y todo tipo de reconocimientos tanto a su carrera como a su aporte a la percepción de la belleza femenina.
Pertegaz fue el primer español en llevar sus vestidos hasta la lujosa y elitista Quinta Avenida de Nueva York, y a finales de los años sesenta intuyó el cambio que se avecinaba en el mundo de la moda, convirtiéndose en precursor del “prêt-à-porter”, de la moda joven, la moda de la calle.
Han vestido sus diseños las más destacadas damas de todo el mundo, entre ellas Ava Gardner, Audrey Hepburn, Jacqueline Kennedy o la reina Sofía, y actualmente sus diseños son incluso admirados en colecciones museísticas.

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Sortija solitario en platino con diamantes. Lote 33007641

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Sortija solitario en platino con diamantes, talla brillante, color L, pureza VVS1, de ca. 4,50 cts.

Engarzado en garras y montado en una bella estructura calada nacida de los hombros, los cuales están decorados con pequeños diamantes.
Medidas: 17 mm (diámetro interior); 11,5 mm (ancho frontis).

 

 

 

 

 

 

 

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RODRÍGUEZ DE GUZMÁN, Manuel (Sevilla, 1818 – Madrid, 1867). Lote 33008679

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RODRÍGUEZ DE GUZMÁN, Manuel (Sevilla, 1818 – Madrid, 1867).
“Romería”.
Óleo sobre lienzo.
Se adjunta certificado de autenticidad, emitido por Enrique Valdivieso, catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Sevilla.
Medidas: 101 x 141 cm; 116 x 156 cm (marco).

En su certificado, Enrique Valdivieso indica que se trata de una obra claramente perteneciente a la escuela sevillana de mediados del siglo XIX, y que en ella es posible reconocer con claridad la característica configuración expresiva de los tipos físicos propios del estilo de Manuel Rodríguez de Guzmán, del cual es obra auténtica. Por sus características técnicas, Valdivieso fecha esta obra hacia 1850, poco antes del traslado del pintor a Madrid en 1852.
Destacado pintor especializado en escenas costumbristas y folklóricas andaluzas, Rodríguez de Guzmán inició su formación en la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría en Sevilla. Allí fue discípulo de José Domínguez Bécquer, quien le inició en la pintura costumbrista, y bajo cuya dirección desarrolló el pintor su primera etapa. Progresivamente fue acometiendo pinturas de mayor empeño compositivo, ambientadas en escenarios más amplios que los de sus primeras obras.
Atraído el interés de Isabel II por sus pinturas, en 1854 se establece en Madrid con intención de trabajar como pintor de corte. Este interés cristalizó en una propuesta que Rodríguez de Guzmán elevó a la reina, consistente en la realización de una amplia serie pictórica que recogiese las distintas fiestas, ferias y romerías que se celebraban en España, comprometiéndose en realizar un cuadro de este tipo al año. Aunque finalmente no pudo completar el proyecto, el pintor llevó a cabo varias obras que pasaron a formar parte de la colección real, como su obra maestra, “La feria de Santiponce”.
Amigo de Antonio María Esquivel, participó asiduamente en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, obteniendo en 1858 una mención honorífica por su obra “Rinconete y Cortadillo”, inspirada en las “Novelas Ejemplares” de Cervantes. La actividad de Rodríguez de Guzmán en Madrid gozó de especial predilección oficial, puesto que el Estado le adquirió en 1864 dos obras, hoy en paradero desconocido, tituladas “Las habaneras” y “Gitana diciendo la buenaventura a unos gallegos”. Trabajó asimismo los temas taurinos, de historia e incluso el retrato, revelando en estos últimos una factura marcada por un desenfado técnico de evocación goyesca, quizás derivado de profunda amistad con el pintor Eugenio Lucas.
Su pintura se caracterizó por un colorido brillante, así como por su gran facilidad para captar con naturalismo e instantaneidad los tipos populares, organizados en escenas repletas de figuras descritas minuciosamente. Su arte destaca asimismo por la maestría compositiva, así como por el empleo de una pincelada ágil y deshecha, que otorga una gran vitalidad a sus escenas.

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GOYA Y LUCIENTES, Francisco de (Fuendetodos, Zaragoza, 1746 – Burdeos, Francia, 1828). Lote 33007080

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GOYA Y LUCIENTES, Francisco de (Fuendetodos, Zaragoza, 1746 – Burdeos, Francia, 1828).
“La Virgen del Carmen intercediendo por las almas del Purgatorio”.
Óleo sobre lienzo.
Expertizado por José Luis Morales Marín, gran experto en la obra de Goya (se adjunta informe).
Medidas: 107 x 83,5 cm; 120 x 97 cm (marco).

En este lienzo se representa a la Virgen del Carmen, coronada y con el Niño en brazos, sobre un pedestal de nubes en el que asoman cabezas aladas de querubines, inclinada sobre las almas del purgatorio, hombres y mujeres desnudos que se alzan entre las llamas, tratando de alcanzar a María. La escena es contemplada por numerosos ángeles, mancebos y niños, uno de los cuales incluso sostiene en sus brazos a una de las almas, un hombre desnudo que une sus manos en señal de oración.
Se trata de una composición acusadamente barroca, inmersa en la tradición hispana del género. Así, el esquema es dinámico y marcadamente escenográfico, pensado para presentar ante el fiel un espectáculo divino, triunfal, pero a la vez comprensible. Así, la Virgen aparece en el centro, destacada por la composición y la iluminación, y toda la acción gira en torno a ella, todas las miradas se dirigen hacia la Virgen y el Niño. Tan sólo algunos rostros de querubines miran hacia otra parte: las almas del purgatorio, en el caso de los situados en el pedestal de nubes, o bien mirándose entre sí, como vemos más arriba, un detalle que rompe la rigidez compositiva e introduce narratividad en la escena.
En su informe, Luis Morales y Marín indica que esta obra presenta una serie de características técnicas y semejanzas estilísticas que indican que se trata de una obra de Francisco de Goya. Ofrece, de hecho, bastantes semejanzas con otras pinturas del maestro aragonés llevadas a cabo en la década de 1780, en cuanto al género religioso se refiere. Así la coloración, la manera de combinar los pigmentos, los modelos iconográficos de los ángeles niños y mancebos, la forma de resolver las nubes, etc., ofrecen similitudes al respecto. Por otro lado, por diversas cartas de Francisco de Goya a su amigo Martín Zapater en esa época, sabemos que el pintor manifiesta su intención de llevar a cabo una Virgen del Carmen para su paisano. Y varios son los ejemplares que diversos autores han tratado de identificar con esa obra hoy perdida, y que bien podría tratarse de esta que nos ocupa.
Uno de los más destacados pintores de toda la historia del arte universal, Francisco de Goya recibió sus primeras lecciones de dibujo y pintura de José Luzán Martínez, quien enseñaba en su casa y también en la Academia de Dibujo fundada en Zaragoza en 1754. Después de tres años de estudios con este maestro, Goya solicitó una pensión de la Real Academia de San Fernando, en 1763, a los diecisiete años. Parece que por entonces era ya alumno de Francisco Bayeu, quien había regresado de la corte. Sin embargo, Goya no logrará entrar en la Academia, ni tampoco cuando vuelva a intentarlo en 1766. En torno a 1770 emprende un viaje a Italia para ampliar su formación y mejorar sus posibilidades. Ya allí dejará constancia de su temprano gusto por lo grotesco y lo satírico.
Regresa a Zaragoza al año siguiente, y poco después recibe su primer encargo importante, la pintura de la bóveda del coreto de la basílica del Pilar. Desde entonces recibirá diversos encargos, por parte de aristócratas aragoneses, y será uno de ellos, la serie de murales sobre la vida de la Virgen para la cartuja del Aula Dei, la que aumentará su fama en 1774. Un tiempo después será llamado por Anton Raphael Mengs, primer pintor de Carlos III, para pintar cartones de tapices para la Real Fábrica de Santa Bárbara.
Se establece pues Goya en Madrid en 1775, y durante este tiempo realizará otros encargos importantes. En 1780 ingresa en la Academia de San Fernando y, tras iniciarse en el retrato, en 1783 pinta a toda la familia del hermano menor de Carlos III, el infante Don Luis.
Esta obra, y sus contactos con la aristocracia, le abre finalmente las puertas de la corte. Carlos IV alcanza el trono en 1788, y tan sólo unos meses después, en 1789, nombra a Francisco de Goya su Pintor de Cámara, lo que supondrá el definitivo triunfo del artista aragonés. No obstante, en 1792 Goya cae enfermo, y sufrirá secuelas de ellos el resto de sus días. La enfermedad agrió su carácter, pero en cambio avivó su genio. El estilo suave y adulador con que había complacido a la corte dejará paso a una nueva forma de trabajar, si bien su posición no se verá perjudicada: en 1795 es nombrado director de pintura de la Academia de San Fernando, y ese mismo año inicia su relación con los duques de Alba. Realiza la serie de “Los Caprichos”, acomete los frescos de San Antonio de la Florida y en 1800 pinta “La familia de Carlos IV”.
Durante los primeros años del siglo XIX continuará trabajando como retratista para los más destacados personajes de la aristocracia, hasta el estallido de la Guerra de la Independencia, que supuso un grave conflicto interior para el pintor, que se ve atrapado entre su ideología liberal, que lo acerca a los afrancesados, y su patriotismo, que le atrae hacia los que están luchando contra los franceses. Su obra se hace entonces más negra, más triste, como muestra por ejemplo la serie de grabados “Los Desastres de la Guerra”. En paralelo, su estilo se hace más suelto y empastado. Finalizada la contienda, como Pintor de Cámara debe retratar a Fernando VII quien, en último término, evitará que culmine el proceso iniciado por la Inquisición contra el pintor, por haber firmado obras inmorales. No obstante, la relación entre el monarca y el pintor no es fluida, y el gusto de la corte ha cambiado, inclinándose hacia un detallismo y minuciosidad que contrastan con la pincelada suelta y los empastes de Goya. Éste es finalmente sustituido como Pintor de Cámara por Vicente López, y se sume en un periodo de aislamiento, amargura y enfermedad que le llevarán a recluirse en la Quinta del Sordo, a las afueras de Madrid, donde realizará su obra suprema: las Pinturas Negras.
Harto del absolutismo que impone Fernando VII en España, Goya marcha finalmente a Francia en 1824, donde se reúne con amigos liberales exiliados. Allí pasará sus últimos años y realizará su obra final, “La lechera de Burdeos”, en la que anticipa el impresionismo. Actualmente su obra forma parte de las más destacadas pinacotecas del mundo, desde el Museo del Prado hasta el Metropolitan de Nueva York, pasando por el Hermitage de San Petersburgo, el Louvre de París o la National Gallery de Londres.

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CHICHARRO Y AGÜERA, Eduardo (Madrid, 1873 – 1949). Lote 33003918

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CHICHARRO Y AGÜERA, Eduardo (Madrid, 1873 – 1949).
“El aquelarre”.
Óleo sobre lienzo.
Se adjunta certificado de autenticidad emitido por el nieto del artista, Antonio Chicharro.
Medidas: 97 x 138 cm; 119,5 x 160 cm (marco).

Padre del poeta Eduardo Chicharro Briones, fue uno de los más grandes pintores de su época, con una enorme facilidad para el dibujo y gran sensibilidad cromática.
Se formó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde tuvo como maestros a Carlos de Haes, Alejo Vera, Luis de Madrazo, Jaime Morera y José Moreno Carbonero. Frecuentó también el taller de Joaquín Sorolla, ampliando posteriormente sus estudios en Roma con una pensión que obtuvo por oposición. También realizó viajes a Francia y Holanda. En 1910 fundó la Asociación de Pintores y Escultores, siendo además su primer presidente. Esta asociación crearía en 1920 el Salón de Otoño, certamen artístico que se sigue celebrando en la actualidad.
En 1912 fue nombrado director de la Academia de España en Roma, en sustitución de don Ramón del Valle-Inclán, por lo que toda la familia se trasladará a la capital italiana, donde permanecerán hasta 1925. Allí fue asimismo miembro de la Real e Insigne Academia de San Lucas. Más tarde llegará a ser director de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, inspector general de Escuelas de Artes y Oficios y director general de Bellas Artes.
Eduardo Chicharro cultivó el paisaje, el retrato y los temas de género, en una obra que se caracteriza por su gran sentido decorativo, un suntuoso colorido, minucioso dibujo y una evolución desde un costumbrismo casi escenográfico hasta un espléndido simbolismo. Remitió sus obras a numerosas exposiciones, tanto nacionales como extranjeras, siendo distinguido en la Nacional de Madrid con segunda medalla en 1899 y primera en 1904, así como con medalla de honor en la edición de 1922. Fue también galardonado con el primer premio en las Exposiciones Internacionales de Lieja, Munich y Barcelona. Eduardo Chicharro está actualmente representado en el Museo del Prado, el Nacional Centro de Arte Reina Sofía, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Museo de Jaén y el Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid, entre otros.
En este lienzo, embarcado dentro de la corriente simbolista finisecular, Chicharro plasma una imagen llena de sensualidad, color, movimiento y fantasía, en la que recrea un aquelarre medieval. En la escena las brujas son hermosas y jóvenes mujeres, que danzan y tocan instrumentos típicamente medievales en un claro del bosque. Entre ellas, sin embargo, destaca la presencia de un hombre embozado, al que una de las bellas brujas aferra, tratando de quitarle la espada para que se una a su celebración. Las mujeres aparecen danzando frenéticamente al ritmo de la música que interpretan con una gaita, un salterio, una pandereta, un órgano de mano y un rabel, todos perfectamente representados con un interés casi documental.

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SANZ, Ricardo (San Sebastián, 1957). Lote 33003386

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SANZ, Ricardo (San Sebastián, 1957).
“Flamencas al alba”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo.
Medidas: 130 x 162 cm; 160,5 x 192 cm (marco).

Ricardo Sanz es uno de los pintores contemporáneos de lenguaje figurativo de tradición realista más reconocidos. Su obra abarca diversas temáticas, desde el retrato (incluyendo algunos realizados a la familia real española) hasta el paisaje, pasando por todo tipo de temas de figura.
Es considerado un exponente del luminismo en la tradición de Sorolla, si bien su obra refleja también influencias de los maestros clásicos, así como de retratistas de renombre como John Singer Sargent. A lo largo de su carrera ha sido galardonado con importantes premios, como el Nacional de Cultura Viva, el de la Fundación Goya o la Medalla Paul Harris de la Fundación Rotary International.
Sanz procede de una familia estrechamente ligada al mundo del arte; su abuelo fue galerista, propietario de la sala La Perfecta, y amigo de destacados artistas de la época como Sorolla, Zuloaga o Vázquez Díaz. Inició su formación con José Camps a los catorce años, y seguidamente se licenció en Historia en la Universidad de Deusto y también estudió Historia del Arte. Posteriormente amplió su formación en París e Italia, teniendo como maestros a destacados pintores de la época. Finalmente fija su residencia en Madrid, donde vive y tiene su estudio desde 1980. Mantuvo siempre, no obstante, su vinculación con su San Sebastián natal, donde pasa largas temporadas.
Durante la década de los 80 su obra irá siendo cada vez más reconocida, especialmente entre destacados personajes del mundo de la cultura, la política y la aristocracia. De hecho, fue el primer pintor oficial de los Príncipes de Asturias. A día de hoy trabaja con las galerías Echeberria (Madrid y San Sebastián) y Sokoa (Madrid). El Ricardo Sanz de los ochenta y los noventa, el pintor que se instala en Madrid, se nutre de clásicos como Velázquez, Van Dyck o Rembrandt, además de la pintura del siglo XIX y la escuela española. Al mismo tiempo, conoce a los grandes pintores figurativos y retratistas del momento, como Félix Revello de Toro, Ricardo Macarrón, Joaquim Torrents Lladó o Vicente Maeso, lo que le sirvió para enriquecer su espíritu artístico y sus conocimientos al más alto nivel de la pintura figurativa.
Su paleta se hace más fuerte y colorista, y su obra madura con un aire moderno y renovador, con un lenguaje en el que se combinan composiciones exquisitas, muy pensadas, con una técnica depurada y un sensible dominio del color y de la luz. Imprime a sus obras una pincelada moderna y personal, que consigue reflejar con maestría los efectos lumínicos, que gozan de gran protagonismo en sus pinturas. En su faceta como retratista, Sanz demuestra intuición psicológica y una pincelada precisa y elegante que dota a su obra de una atmósfera de gran naturalidad.

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GRAU SANTOS, Julián (Canfranc, Huesca, 1937), Lote 33008267

GRAU SANTOS, Julián (Canfranc, Huesca, 1937).
“Interior”, 1980.
Óleo sobre lienzo.
Firmado y fechado en el lateral derecho. Firmado, fechado y titulado al dorso.
Medidas: 130 x 97 cm; 153 x 119,5 cm (marco).

Hijo de Emilio Grau Sala y de Ángeles Santos Torroella, se forma en Barcelona. En 1949 realiza varios viajes a París, donde tiene la oportunidad de contemplar de primera mano obras de Sisley, Van Gogh y diversos impresionistas y postimpresionistas.
Realiza su primera exposición individual en la Sala Libros de Zaragoza, en 1957. Desde entonces realizará muestras personales en las galerías Syra, Rovira y Vayreda de Barcelona; Alas, Abril, El Cisne, Collage y Biosca de Madrid; Justin Lester de Los Ángeles, Art Roman de Tokio, etc.
Desde 1966 expone regularmente de forma individual en la sala Parés de Barcelona, y en 1968 participó en el Salón de los Artistas Franceses en el Grand Palais de Madrid. Entre sus premios cabe destacar el Premio La Rambla (Barcelona, 1961), la Medalla Ramón Rogent (Salón de Mayo, Barcelona, 1962), medalla de la Exposición de Bellas Artes (Madrid, 1961), III Premio Sant Jordi y Premio Van Gogh (Barcelona, 1963), Medalla Ciudad de Barcelona (1965), Premio de la Bienal de Pintura de Huesca (1976), Medalla Condesa de Barcelona (Madrid, 1983) y Medalla de Honor en el Concurso BMW (Madrid, 1987).
En los últimos años ha participado en las ferias ARCO de Madrid y ARTEXPO en Valencia, Barcelona, Basilea, Nueva York, Chicago, Miami y Hong Kong.
En 1993 la Fundación Mapfre Vida de Madrid le dedicó una muestra retrospectiva.

 

 

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