José Mongrell Torrent (1870 – 1937). “Familia de pescadores”.
Lote en subasta:
MONGRELL TORRENT, José (Valencia, 1870 – Barcelona, 1937).
“Familia de pescadores”, años 30.
Óleo sobre lienzo.
Firmado, fechado y localizado (parcialmente ilegible) en el ángulo inferior izquierdo.
Certificado de autenticidad, emitido por Marçal Barrachina, a petición y cargo del comprador.
100 x 75 cm; 122,5 x 96,5 cm (marco).
Esta impresionante obra refleja la maestría del luminismo de Mongrell, pintor clave para comprender no sólo el impresionismo valenciano, sino el español en general. En ella el artista aborda uno de sus temas predilectos, el costumbrista, que une paisaje y atmósfera con escenas cotidianas de la vida diaria, protagonizada por personajes populares captados con una dignidad que los equipara a los antiguos héroes clásicos. Sus personajes se convierten así en héroes modernos, humildes u orgullosos, indiferentes incluso, pero siempre admirables y captados con un acento poético que trasciende la simple representación del natural.
Esto es perfectamente visible en nuestra obra, en la cual nuestra mirada queda irremediablemente atrapada por la magnética expresión de la niña, que avanza resuelta, enérgica, esbozando una sonrisa para sí misma, ignorando nuestra presencia. Junto a ella, su padre carga con un pesado fardo a las espaldas, y baja el rostro para protegerse del sol, mostrando un semblante relajado y satisfecho. Tras ellos vemos a la madre, erguida como una cariátide de la Antigüedad, sosteniendo sobre su cabeza el cesto con la captura del día. Los personajes aparecen en primer término, ocupando la mayor parte de la superficie pictórica, destacados sobre un paisaje de playa magníficamente trabajado, cuyas tonalidades parecen un eco de los colores de las ropas de los personajes.
Domina la escena una paleta cálida que refleja el sol mediterráneo, teñido de dorado en el crepúsculo; los ocres, verdes pardos y rojizos quedan contrastados, aunque entonados y equilibrados, con el intenso y luminoso blanco de las ropas de la muchacha, que tienen su reflejo en la espuma del mar, y que como el agua brillan con los tonos malvas y anaranjados del crepúsculo.
José Mongrell
Pintor y cartelista, José Mongrell estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, donde fue discípulo de Ignacio Pinazo y Joaquín Sorolla. Fue obteniendo renombre artístico gracias a su participación en numerosos concursos y exposiciones en Madrid y Barcelona. En 1897 realiza, con gran éxito, el cartel taurino para la Feria de San Jaime de Valencia, y de hecho su cartel de la Feria de Julio de Valencia de 1912 fue reeditado en 1971 con ocasión del centenario de estas fiestas. Obtuvo plaza de profesor en la Escuela de Bellas Artes de Sant Jordi de Barcelona, donde residió el resto de su vida. De este periodo destacan su retrato de Alfonso XIII y la obra monumental que realizó para el Palacio de la Generalitat de Cataluña, por encargo de la Diputación de Barcelona. En esta obra representó a la Virgen de Montserrat, rodeada por santos y reyes que le rinden culto. También realizó mosaicos de estilo modernista, como los del gran arco del Mercado de Colón y de la fachada de la Estación del Norte, ambos en Barcelona. Mongrell se dedicó al género costumbrista, al retrato y al paisaje, y fue un maestro de la captación del instante, logrando que sus escenas adquirieran vitalidad y dinamismo, a través de colores y luces brillantes y naturalistas.
Tradicionalmente encasillado como discípulo de Sorolla, sin embargo Mongrell sólo aprendió del maestro aquello que le sirvió para extender su arte. El pintor desarrolló su obra a caballo entre el regionalismo y el modernismo, pero en su obra se aprecia también un cierto simbolismo de influencia francesa. De hecho, Mongrell se caracterizó por poner el acento en el contenido, atribuyendo a la imagen un significado que va más allá de la pura apariencia. En una época en la que triunfaban las grandes composiciones históricas, ideales y dramáticas, este pintor desarrolló una pintura preocupada por plasmar el pasado y el presente desde una perspectiva cotidiana, amable y pintoresca, ajena por lo general a la grandilocuencia y teatralidad de la pintura de historia académica.
Pese a su dominio técnico, Mongrell no cayó como otros en un refinado manierismo al servicio de una temática intrascendente, sino que desarrolló un lenguaje plenamente personal, caracterizado por su dinamismo y su libertad expresiva. No obstante, será en su obra cartelística donde despliegue con mayor libertad sus conocimiento del colorido, evidenciando además su maestría para transmitir el mensaje publicitario. De hecho, el cartel que realizó en 1912 para la Feria de Julio de Valencia fue elegido en 1971 para ser reeditado con ocasión del centenario de estas fiestas. Mongrell realizó también distintos trabajos para la litografía Ortega, entre ellos varios carteles taurinos. También fue autor de varios carteles para la Exposición Regional Valenciana. Cabe destacar asimismo la importancia de sus mosaicos modernistas, en los que supo transmitir la vibración de la materia: el que decora al gran arco del Mercado de Colón y el situado en la fachada de la Estación del Norte (1915). También destacan por su calidad las decoraciones al fresco que realizó para la Casa Ferrer, en Cullera (Valencia), caracterizados por un lenguaje plenamente modernista y totalmente personal.
Actualmente, José Mongrell está representado en el Museo de Bellas Artes San Pío V y el Nacional de Cerámica y de Artes Suntuarias González Martí de Valencia, los de Bellas Artes de Asturias, Badajoz y Pontevedra, el Nacional de Arte de Cataluña, el Rijksmuseum de Ámsterdam, el Museo de La Habana y el de Bellas Artes de Buenos Aires, entre otros.
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La famosísima obra “La nena obrera”, también conocida como “La petita obrera” o “La petita teixidora”, pintada por Joan Planella en 1882, ilustra la realidad cotidiana de la clase obrera de finales del siglo XIX, no sólo en Cataluña sino en toda Europa. Gente de extracción humilde, sin más recursos que sus propias manos, que trabajaba de la mañana a la noche en fábricas altamente mecanizadas, modernos símbolos del progreso que contrastaban con la pobreza de sus operarios, muchos de ellos niños, dado que hasta la aparición del derecho protectorio la infancia de los pobres era considerada socialmente como una etapa de aprendizaje para el trabajo, para su desarrollo como trabajadores adultos. Hasta 1919, cuando se adoptó un convenio de la Organización Internacional del Trabajo que prohibía el trabajo a menores de catorce años en el sector industrial, los niños de las clases bajas eran considerados mano de obra barata y fácil de manejar. El cambio de conciencia que tuvo lugar a raíz de estos nuevos derechos no será, sin embargo, definitivo. Aunque nació la idea de la infancia como etapa necesaria para el desarrollo personal, la formación educativa y una positiva integración en la sociedad, el trabajo infantil desapareció en Europa cuando dejó de ser necesario que los niños trabajaran para sobrevivir, cuando los ingresos de sus padres alcanzaron el nivel necesario para poder mantener a sus hijos.
Ya en un plano más concreto, el del panorama catalán de la época, la obra maestra de Joan Planella es un hito en la historia del arte en Cataluña, retrato de la época de la consolidación de la industria catalana, que se basó en el sector textil. Durante el segundo tercio del siglo XIX se produjo un considerable incremento en la inversión y la mecanización en la industria textil catalana, a raíz de la instalación en 1832 de la fábrica de Bonaplata, Rull, Vilaregut y Cía., la primera con máquinas que funcionaban a vapor. Para principios de la década de 1860, la hilatura se hallaba mecanizada en un 99%, y el tejido en un 50%. Es por ello que “La nena obrera” fue una de las piezas fundamentales expuestas en la muestra “Barcelona 1900”, celebrada entre 2007 y 2008 en el Museo Van Gogh de Ámsterdam. La pintura se utilizó en ella para introducir el capítulo dedicado a la vida industrial de la ciudad, como imagen emblemática que resume la vida cotidiana de la Cataluña industrial de finales del siglo XIX. No obstante, la fuerza de la pintura no reside sólo en su importancia documental, sino que posee una enorme belleza, un encanto basado en la simplicidad y la delicadeza atmosférica, cromática y lumínica. Como el pintor Joan Brull describirá años después de la realización de la pintura, ésta “no puede ser más simple: una niña pálida trabajando en un telar, pintada con extrema sencillez”. En su origen, la emotividad latente en la pintura quedaba ilustrada por el título que Planella escogió para el cuadro, y que aparecía inscrito en su marco original: “Y dijo Dios: Ganarás el pan con el sudor de tu rostro”.



































