Escuela holandesa del siglo XVII. “Obras de misericordia”.
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Escuela holandesa del siglo XVII.
“Obras de misericordia”.
Óleo sobre tabla.
59 x 83 cm; 73 x 96,5 cm (marco).
En esta obra, siguiendo una forma de representación simultánea de distintas escenas relacionadas entre sí, el pintor representa las siete obras de misericordia “corporales”, en un espacio que conjuga el espacio exterior con el interior. Estas siete obras son visitar y cuidar de los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, liberar al cautivo y sepultar a los muertos. La composición bebe de modelos italianos grabados, posiblemente del siglo XVI, y de ahí la rigurosa perspectiva en que se basa la construcción del espacio, con claras líneas de fuga que ordenan la imagen. Ésta se desarrolla en profundidad, con un primer término plagado de personajes que sin embargo aparecen ordenados en planos sucesivos, quedando tras ellos un camino en zigzag que va guiando nuestra mirada de una escena a otra. En este primer plano vemos a una pareja de personajes elegantemente vestidos a la moda de la época, probablemente ricos comerciantes o burgueses acomodados. Ayudados por un sirviente, están ocupados en distribuir grandes panes entre las gentes del pueblo, reunidas en una fila más o menos ordenada.
En primer lugar vemos a dos niños, uno ya con un cesto tras recoger su pan, y el otro mostrando su sombrero vacío para recogerlo. Tras ellos, una mujer recoge el pan directamente de la mano de la señora, con gesto agradecido en su rostro. En el lado opuesto de la representación vemos a dos personajes que dan de beber a una madre casi desfallecida por la sed, y acompañada por su hijo pequeño. Continuando la lectura en profundidad, en el lado izquierdo vemos a varios prohombres que vistes con sus propias manos a hombres que se hallan semidesnudos. En el siguiente plano, siguiendo el zigzag para dirigirnos al lado derecho, aparecen dos personajes vestidos de negro que acaban de romper los barrotes que cerraban la celda de un hombre con vestiduras rojas, posiblemente un clérigo. De nuevo siguiendo hacia el fondo, esta vez en el lado izquierdo, vemos la representación del acto de dar posada al peregrino: dos hombres guían a un tercero hacia el interior de un edificio. Finalmente, al fondo se adivina una comitiva fúnebre, representación del acto de misericordia de sepultar a los muertos. Finalmente vemos a dos personajes, un hombre y una mujer, flanqueando la cama donde reposa un hombre enfermo, en el interior de la casa que cierra la composición por el lado izquierdo.
Aunque se trata de un tema complejo por el gran número de escenas representadas, la tradición narrativa de la escuela holandesa logra hilar cada uno de los actos representados y narrarlos con detalle y sentido escenográfico, ordenando las escenas con claridad, orden y naturalismo. De hecho, el pintor introduce incluso elementos narrativos adicionales, como la pata de león de la mesa del primer plano, el hombre que carga un cesto de pan tras el prohombre situado ante la mesa, etc., y además describe con minuciosidad los detalles de arquitecturas, vestimentas y fisonomías.
Sin duda, fue en la pintura de la escuela holandesa donde se manifestaron más abiertamente las consecuencias de la emancipación política de la región, así como de la prosperidad económica de la burguesía liberal. La conjunción del hallazgo de la naturaleza, de la observación objetiva, del estudio de lo concreto, de la valoración de lo cotidiano, del gusto por lo real y material, de la sensibilidad ante lo aparentemente insignificante, hizo que el artista holandés comulgase con la realidad del día a día, sin buscar ningún ideal ajeno a esa misma realidad. No pretendió el pintor trascender el presente y la materialidad de la naturaleza objetiva o evadirse de la realidad tangible, sino envolverse en ella, embriagarse de ella a través del triunfo del realismo, un realismo de pura ficción ilusoria, lograda gracias a una técnica perfecta y magistral y a una sutileza conceptual en el tratamiento lírico de la luz. A causa de la ruptura con Roma y de la tendencia iconoclasta de la Iglesia reformada, las pinturas de tema religioso acabaron por eliminarse como complemento decorativo con finalidad devocional, y además las historias mitológicas perdieron su tono heroico y sensual, de acuerdo con la nueva sociedad. Así el retrato, el paisaje y los animales, la naturaleza muerta y la pintura de género fueron las fórmulas temáticas que cobraron valor por sí mismas y que, como objetos propios del mobiliario doméstico –de ahí las reducidas dimensiones de los cuadros-, fueron adquiridas por individuos de casi todas las clases y estamentos sociales.
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