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LUCAS VILLAMIL, Eugenio (Madrid, 1858 – 1918). Lote 34002605

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LUCAS VILLAMIL, Eugenio (Madrid, 1858 – 1918).
“Majos”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo.
Medidas: 65 x 48 cm; 86 x 70,5 cm (marco).

Hijo del también pintor Eugenio Lucas Velázquez, seguidor de Francisco de Goya, hereda de su padre la rapidez y facilidad en el uso del pincel. Su pincelada, corta y espesa, denuncia su profunda admiración por los grandes maestros españoles, como Velázquez, Carreño, Murillo y, sobre todo, Goya.

Su pintura se aleja del academicismo y es suelta y deshecha, empastada y de gran riqueza cromática, mientras que sus temas se hablan del pueblo y sus costumbres. Estudió en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, donde destacó por su maestría como dibujante. Completó su formación visitando asiduamente el Museo del Prado, donde copió diversas obras de Goya. Asimismo, frecuentó los ambientes intelectuales del Madrid de finales del XIX, hasta que fue descubierto por el mecenas José Lázaro Galdiano, quien le nombró su pintor de cámara y le encargó la decoración de su palacio de Parque Florido.

Entre las distinciones que recibió en vida destaca la de Caballero de la Orden de Carlos III. Se conserva obra de Lucas Villamil en la Galería Nacional de Washington D. C., las fundaciones Lázaro Galdiano y Mapfre de Madrid, los Museos de Bellas Artes de San Francisco, La Habana, Badajoz y Álava, el Museo J. Paul Getty de California, el Museo San Telmo de San Sebastián, la colección Carmen Thyssen-Bornemisza y el Museo Camón Aznar.
En este lienzo Eugenio Lucas plasma una pintoresca escena de interior protagonizada por majos vestidos con sus típicos trajes llenos de color, que destacan sobre el fondo umbrío de la estancia. La escena está protagonizada por las dos mujeres situadas en el primer plano, plasmadas de frente, una de ellas incluso mirando directamente al espectador, integrándolo en la narración.

Estas dos figuras quedan además realzadas por la iluminación, que penetra por un punto que no vemos (la ventana queda a sus espaldas), e incide directamente en ellas, dotando de luminosidad tanto a las carnaciones como a los brillantes colores de sus trajes. Ambas componen una imagen típica de la pintura de costumbres de la época, si bien quedan integradas en un escenario que va más allá del retrato de tipos, una estancia abierta al exterior a través de una gran ventana, con varios personajes a espaldas de las protagonistas.

La que más llama nuestra atención es la maja apoyada en el alféizar de la ventana, que sostiene un abanico plegado y vuelve su cabeza para mirar a las mujeres del primer plano, casi como un eco del propio espectador, un hábil recurso compositivo que destaca la presencia de este personaje. Detrás, ya envueltos en penumbra, vemos a dos personajes más, una pareja conversando sentada ante una mesa sencilla, tras la cual destaca un retrato de caballero que parece salirse de su marco y ser un personaje más de la escena.