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La pintura de techo barroca: una ventana al cielo.

Entre finales del siglo XVI y principios del XVII, surge en Italia un nuevo movimiento estético e ideológico que impregnará la producción artística y literaria de la península y de todo el continente.

El Barroco conquistó las cortes europeas con su planteamiento tan alejado del Manierismo anterior: un triunfo de la invención sobre la imitación, una celebración del énfasis y lo extraño, una clara intención de sorprender e impresionar, en claro contraste con el Clasicismo.

La espectacularidad buscada por este movimiento se expresa en gran medida con impresionantes y suntuosos techos decorados con frescos: el objetivo es asombrar al espectador y engañar su vista, utilizando la pintura ilusionista para recrear efectos tridimensionales. La barrera arquitectónica se convierte así en un trampolín para representar una escena a medio camino entre la realidad y la ficción, creando espacios irreales que mezclan la tierra y el cielo (como el techo de la iglesia de Sant’Ignazio de Roma pintado por Andrea Pozzo).

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GIORDANO, Luca (Nápoles, 1634 – 1705). Lote 34000254

LOTE EN SUBASTA

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GIORDANO, Luca (Nápoles, 1634 – 1705).
“San Miguel y San Gabriel presentan el Niño Jesús a la Virgen”.
Óleo sobre lienzo.
Atribución confirmada por el Dr. Nicola Spinosa, superintendente del Polo Museale Napoletano y profesor del Istituto Universitario Suor Orsola Benincasa, además de comisario de importantes exposiciones centradas en la pintura barroca italiana y napolitana.
Medidas: 196 x 133 cm; 197 x 140,5 cm (marco).

Esta imponente obra está sin duda realizada durante la etapa española del pintor (1692-1702), y debe ponerse en relación con la obra del mismo tema, aunque de menor tamaño y formato horizontal, conservada en el monasterio de las Descalzas Reales de Madrid (nº 00610684), reproducida en Pérez Sánchez, Alfonso E.: “Luca Giordano y España”, p. 291 lám. R.57 (Madrid; Patrimonio Nacional, 2002) y en Hermoso Cuesta, Miguel: “Lucas Jordán y la Corte de Madrid, una década prodigiosa. 1692-1702”, p. 235 (Caja Inmaculada, 2008).
La obra de las Descalzas Reales seguramente sirvió como boceto o “modelletto” para la pintura que aquí presentamos, prácticamente idéntica en sus personajes, actitudes, luces y composición, pero con un desarrollo vertical que hace el conjunto más grandioso y monumental.
La composición es prácticamente idéntica en ambas pinturas, haciendo sólo los ajustes necesarios para convertir una composición apaisada en vertical; con ese propósito, se aumenta el espacio de nubes y querubines que hay entre el plano inferior, ocupado por la Virgen y San José a la izquierda y San Miguel y San Gabriel sujetado al Niño a la derecha, y el plano superior ocupado por Dios Padre. Es precisamente la figura de Dios Padre la que más variaciones sufre con el cambio de formato del lienzo, presentando en el caso que nos ocupa cuerpo entero y una postura más erguida. Otra variación es la reducción del espacio lateral tras los arcángeles, por lo que la mula desaparece y el buey se recorta considerablemente, manteniendo sólo la cabeza.
El tema representado es la ilustración de un pasaje de “La Mística Ciudad de Dios, Milagro de Su Omnipotencia y Abismo de la Gracia”, escrita por la Madre María Jesús de Ágreda (1602-1665), consejera del rey Felipe IV. En su texto, describe cómo los arcángeles Miguel y Gabriel asistieron “de forma humana y corpórea al misterio”, recibiendo en sus brazos al Niño y entregándoselo a la Virgen. El Niño es el típico giordanesco, que el pintor repite en numerosas ocasiones, recostado sobre el pesebre en escorzo, casi idéntico a otros como el que aparece en “La adoración de los pastores”, conservado en el Palacio de La Granja (nº de inventario 10027428). Siempre en un galo de extrema luminosidad, y tonalidades doradas, con potentes efectos lumínicos, características todas ellas definidoras de la pintura realizada por el maestro napolitano durante su estancia en España.