La pintura de techo barroca: una ventana al cielo.
Entre finales del siglo XVI y principios del XVII, surge en Italia un nuevo movimiento estético e ideológico que impregnará la producción artística y literaria de la península y de todo el continente.
El Barroco conquistó las cortes europeas con su planteamiento tan alejado del Manierismo anterior: un triunfo de la invención sobre la imitación, una celebración del énfasis y lo extraño, una clara intención de sorprender e impresionar, en claro contraste con el Clasicismo.
La espectacularidad buscada por este movimiento se expresa en gran medida con impresionantes y suntuosos techos decorados con frescos: el objetivo es asombrar al espectador y engañar su vista, utilizando la pintura ilusionista para recrear efectos tridimensionales. La barrera arquitectónica se convierte así en un trampolín para representar una escena a medio camino entre la realidad y la ficción, creando espacios irreales que mezclan la tierra y el cielo (como el techo de la iglesia de Sant’Ignazio de Roma pintado por Andrea Pozzo).