Escuela holandesa del siglo XVIII. “Escena costumbrista”.
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Escuela holandesa del siglo XVIII.
“Escena costumbrista”.
Óleo sobre cobre.
Medidas: 49,5 x 42 cm.
Pintura del último barroco holandés del siglo XVIII, firmemente anclada en la tradición del género del siglo anterior, que nos muestra una escena costumbrista protagonizada por tres personajes situados en el exterior de una casa, ante un fondo de paisaje. La composición, cerrada por un lado y abierta por el otro en profundidad, responde a la influencia del barroco clasicista italiano, y se conjuga con una iluminación contrastada y una tonalidad general cálida derivada del naturalismo.
Sin embargo, tanto el tema como los tipos y la forma de trabajar el paisaje, a base de planos en profundidad paralelos, con predominio de los verdes al fondo y un amplio celaje, son rasgos netamente holandeses. Así, vemos una descripción pormenorizada del escenario, rico en detalles anecdóticos trabajados con un realismo, una precisión y una atención a los detalles que corresponde a la tradición hoandesa ya del siglo XV. También la factura, lisa y apretada, es propia de la vertiente más tradicional de esta escuela, en contraste con la corriente derivada de Frans Hals y de Rembrandt, quienes utilizaron un empaste más grueso, de pincelada deshecha y expresiva, rompiendo con una tradición de dos siglos.
Sin duda, fue en la pintura de la escuela holandesa donde se manifestaron más abiertamente las consecuencias de la emancipación política de la región, así como de la prosperidad económica de la burguesía liberal. La conjunción del hallazgo de la naturaleza, de la observación objetiva, del estudio de lo concreto, de la valoración de lo cotidiano, del gusto por lo real y material, de la sensibilidad ante lo aparentemente insignificante, hizo que el artista holandés comulgase con la realidad del día a día, sin buscar ningún ideal ajeno a esa misma realidad. No pretendió el pintor trascender el presente y la materialidad de la naturaleza objetiva o evadirse de la realidad tangible, sino envolverse en ella, embriagarse de ella a través del triunfo del realismo, un realismo de pura ficción ilusoria, lograda gracias a una técnica perfecta y magistral y a una sutileza conceptual en el tratamiento lírico de la luz.
A causa de la ruptura con Roma y de la tendencia iconoclasta de la Iglesia reformada, las pinturas de tema religioso acabaron por eliminarse como complemento decorativo con finalidad devocional, y además las historias mitológicas perdieron su tono heroico y sensual, de acuerdo con la nueva sociedad. Así el retrato, el paisaje y los animales, la naturaleza muerta y la pintura de género fueron las fórmulas temáticas que cobraron valor por sí mismas y que, como objetos propios del mobiliario doméstico –de ahí las reducidas dimensiones de los cuadros-, fueron adquiridas por individuos de casi todas las clases y estamentos sociales.
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