Escuela española siglo XVII
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Escuela española del siglo XVII. “Piedad”.

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Escuela española siglo XVII

Escuela española del siglo XVII.
“Piedad”.
Madera tallada, dorada y policromada.
Medidas: 34 x 29 x 23 cm.

 
Grupo escultórico religioso perteneciente al barroco español, posiblemente enmarcado dentro de la escuela de Valladolid por sus características formales. Se trata de una obra tallada en bulto redondo en madera, policromada y dorada, representando el tema de la Piedad: la Virgen sentada con Cristo muerto en su regazo, un tema de profundo dramatismo no sólo por el propio tema, sino también porque su composición evoca las imágenes de la Virgen con el Niño Jesús en su regazo.

 
La escultura barroca española es uno de los ejemplos más auténticos y personales de nuestro arte, porque su concepción y su forma de expresión surgieron del pueblo y de los sentimientos más hondos que en él anidaban. Quebrantada la economía del Estado, en decadencia la nobleza y cargado de fuertes gravámenes el alto clero, fueron los monasterios, las parroquias y las cofradías de clérigos y seglares los que impulsaron su desarrollo, siendo costeadas las obras en ocasiones mediante suscripción popular. La escultura se vio así abocada a plasmar los ideales imperantes en estos ambientes, que no eran otros que los religiosos, en un momento en el que la doctrina contrarreformista exigía al arte un lenguaje realista para que el fiel comprendiera y se identificara con lo representado, y una expresión dotada de un intenso contenido emocional para incrementar el fervor y la devoción del pueblo. El asunto religioso es, por consiguiente, la temática preferente de la escultura española de este período, que parte en las primeras décadas del siglo de un prioritario interés por captar el natural, para ir intensificando progresivamente a lo largo de la centuria la plasmación de valores expresivos, lo que consigue mediante el movimiento y la variedad de los gestos, la utilización de recursos lumínicos y la representación de estados anímicos y sentimientos.

 
Dentro de este contexto se desarrollará en Valladolid una escuela escultórica única, caracterizada por un realismo violento en el que se exaltan el dolor y el patetismo, como vemos en la obra de su mayor representante, Gregorio Fernández (1576-1639). Las vallisoletanas serán imágenes sacras llenas de dolor, tremendamente patéticas, con un marcado dinamismo y rostros de gran expresión, sin caer sin embargo en vulgaridades. Se trata de figuras que oscilan entre el dramatismo del dolor físico y moral (Piedades, Cristos yacentes…) y la evasión de la experiencia mística (representaciones de santa Teresa, por ejemplo), que se transmite a través de actitudes calmadas y una gesticulación sobria, dejando al rostro y las manos el mayor peso expresivo.

 

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Escuela española del siglo XVII. “San José y el Niño”.

35015586-(100)

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Escuela española del siglo XVII. Después de MURILLO, Bartolomé Esteban (Sevilla, 1617 – 1682).
“San José y el Niño”.
Óleo sobre lienzo.
Medidas: 106 x 84 cm; 112 x 89,5 cm (marco).

 

Esta pintura es una copia del lienzo actualmente conservado en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid, obra del taller de Murillo. En la obra se muestra a San José, identificado por la vara florida, sentado con el Niño en su regazo, en una escena familiar llena de ternura típica del maestro sevillano. Hasta la Contrarreforma, lo más común era que la figura de san José permaneciera en un segundo plano, dado que no se le otorgaba ninguna importancia teológica.

Sin embargo, a partir de Trento se recuperará su papel protagonista como protector de Jesús durante su infancia, como guía durante sus años de juventud, y como tal se representa aquí. Frente a la ternura, indefensión y candidez de la figura infantil, san José se presenta como un personaje monumental, típicamente barroco, impresión que queda reforzada por la composición piramidal. Mediante esta forma de representación, el autor realza visualmente el papel decisivo como protector del padre putativo de Jesús.

Formalmente la obra se enmarca plenamente en el barroco naturalista, con una composición sencilla y claramente comprensible, sin detalles anecdóticos que desvíen la atención. José y el Niño aparecen en primer plano, ocupando la mayor parte de la superficie pictórica, sobre un fondo neutro y oscuro. Quedan además fuertemente iluminados por la luz tenebrista propia de esta escuela naturalista, una luz de foco, artificial y dirigida, que incide directamente en el rostro y las carnaciones de los personajes dejando el resto en penumbra, creando sutiles sombras y expresivos juegos de claroscuro que modelan los volúmenes y refuerzan la ilusión de tridimensionalidad tan buscada en el periodo barroco.

Asimismo, el cromatismo es el propio del barroco naturalista, una paleta centrada en las tonalidades terrosas y carmines, con toques blancos que iluminan el conjunto sin estridencias. Se trata de un cromatismo muy diferente al del contemporáneo barroco clasicista, que utiliza grandes campos de colores clásicos, delicadamente equilibrados. En cambio, los naturalistas utilizan colores cálidos que reflejan la luz y convierten la escena representada en una imagen más cercana al fiel, buscando su identificación con las figuras o hechos narrados.

 

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