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La reivindicación del arte como una tarea intelectual del círculo de Otto van Veen

La pintura que ahora presentamos es un ejemplo perfecto de la hibridación de diversas tradiciones artísticas. Se escenifica el momento posterior al juicio de Pilatos: Cristo ha sido condenado a ser crucificado pero primero deberá sufrir la coronación de espinas, una burla a su condición de rey de los judíos, así como la flagelación. El pintor crea una composición de intenso dramatismo, gracias a la disposición en primer plano de los personajes y al uso de una rica gama cromática donde se contraponen delicados rosas con mostazas, verdes olivas y rojos en un conjunto de gran suntuosidad formal. Estos elementos, heredados del realismo flamenco encabezado por Janvan Eyck o Roger van der Weyden, se combinan con un gran interés por la correcta representación de la anatomía, como puede constatarse en el cuerpo maltratado pero atlético y prácticamente desnudo de Cristo. También la arquitectura clasicista del fondo y la sorprendente figura de san Juan que, aparentemente ajeno a la violencia de la escena, redacta su evangelio justo al lado de Jesús, denotan el interés del pintor por las novedades del arte renacentista y su recuperación de la Antigüedad Clásica.

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Escuela flamenca, ca. 1580. Círculo de VAN VEEN,

 

 

 

Esta dramática “Flagelación  y escarnio de Cristo” puede atribuirse al círculo de Otto van Veen (Leiden, c. 1556 – Bruselas, 1629), artista que se preciaba de ser un “pictordoctus”, es decir, un artista – intelectual, un humanista, además de pintor y dibujante. La reivindicación del arte como una tarea intelectual y no puramente mecánica y de los artistas como personas cultas, y no simples artesanos, toma una gran importancia en el Renacimiento italiano. A lo largo del siglo XVI la obra de los gigantes del Alto Renacimiento (Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Rafael, principalmente) es conocida y apreciada más allá de los Alpes y los artistas nórdicos asumen, además de algunas de sus propuestas creativas, también sus reivindicaciones sociales. En el importantísimo taller que Van Veen dirigió durante años en Amberes se formó, entre otros, el más ilustre representante del Barroco pictórico: Peter Paul Rubens, que también sería un artista intelectual, poseedor, además, de una vasta colección de arte, antigüedades y libros.

 

 

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Escuela holandesa del siglo XVII. “Paisaje”.

HUYSMANSLote en subasta:

Escuela holandesa del siglo XVII. Atribuido a HUYSMANS, Jan Baptist (Amberes, Bélgica, 1654 – 1716).
“Paisaje”.
Óleo sobre tabla.
Con firma ilegible en la zona inferior.
91 x 140,5 cm; 110 x 157 cm (marco).

 

En esta obra podemos ver un amplio paisaje construido sobre una sólida estructura hábilmente resuelta, que combina en equilibrio las diagonales y las horizontales, realzadas por los juegos de luz, para asentar firmemente la construcción espacial. Del primer plano parten, paralelos, un camino de tierra inundado de luz y un riachuelo envuelto en sombras, a cuya ribera se alza un pueblo minuciosamente descrito, construido junto a una cascada que hace que nuestra mirada se pierda en las sombras, recreándose en los detalles de las zonas en sombra del escenario. Ambos planos quedan separados por un gran árbol de delicado follaje. Más allá de estos primeros planos el paisaje se abre, permitiéndonos ver el cauce sinuoso de un río navegable, a cuyas orillas se alzan ricos y montañas azuladas por la distancia, recortadas contra un cielo crepuscular, azul pero inundado por nubes rosadas. La sabia composición, así como la forma de trabajar las copas de los árboles y otros detalles formales, permiten relacionar esta obra con la mano del flamenco Jan Baptist Huysmans, pintor barroco de paisajes italianizantes.

Jan Baptist Huysmans fue hermano del también paisajista Cornelis Huysmans, cuya huella se aprecia con claridad en su obra, dado que fue su principal maestro. En 1677 ingresa como maestro independiente en la Guilda de Amberes, y las fuentes documentales nos señalan que tuvo en su taller a cuatro aprendices entre 1693 y 1709. Jan Baptist Huysmans es probablemente el paisajista flamenco que mejor logró integrar los elementos italianizantes y antiguos en el paisaje barroco de Flandes. Aunque no alcanza la escala ni la potencia expresiva de su hermano, sí mostró un sentido de la composición equivalente, si no incluso superior, al de éste. Si bien en sus obras de juventud acusa de forma evidente la influencia de Cornelis, con el paso del tiempo, y quizás después de una estancia en el extranjero, Jan Baptist adquirirá una maestría en el tratamiento del espacio totalmente propia, destacando también por la sabia forma en la que plasma la impresión de la luz que se filtra a través del follaje de los árboles, de una forma totalmente novedosa dentro de la escuela flamenca. Actualmente se conservan obras de Jan Baptist Huysmans en la National Gallery de Londres, el Koninklijk de Amberes, los Museos de Tyne & Wear y el National Trust (Inglaterra), así como en otras colecciones públicas y privadas.

Como otros géneros que adquieren gran popularidad durante el siglo XVII en Flandes, el de paisaje tiene sus raíces en la tradición pictórica de los Países Bajos del siglo XV. Los paisaje de fondo de las obras religiosas de Van Eyck, de Bouts o de van der Goes ocupan en ellas un lugar mucho más importante como elemento artístico que el ocupado por el paisaje en la pintura italiana de la misma época. En lo que respecta a la representación de la narrativa, el paisaje de los primitivos flamencos juega un papel esencial, no sólo como entorno natural de los personajes sino para separar y ambientar los diversos episodios de la historia narrada en la obra. En cuanto a la imitación de la naturaleza, los pintores flamencos del siglo XV procuran representar de forma verosímil en los paisajes de sus pinturas religiosas los campos y ciudades de su país natal, detallar su flora con precisión botánica y hasta dar idea de la hora del día y la estación del año en que transcurre la escena. Ese especial interés por la representación del paisaje se acrecienta según avanza el siglo XVI, cuando se desarrolla y populariza un nuevo tipo de paisaje para las escenas sacras: la vista panorámica. En ellas el artista adopta un punto de vista muy alto y distante, a vuelo de pájaro, que le permite representar un paisaje más extenso de lo que sería posible desde un punto de vista más bajo. El Bosco utiliza ya este punto de vista del paisaje a finales del siglo XV, si bien lo pone principalmente al servicio del contenido religioso-moral de la obra, que es lo que preocupa a este artista.

Muy pronto, sin embargo, sería la representación del paisaje en sí lo que habría de recibir atención de los pintores y, por supuesto, del público. En las vistas panorámicas de Joachim Patinir y sus seguidores se invierten los papeles: el asunto religioso, a menudo con imágenes pequeñísimas, es sólo una excusa para la representación del paisaje, que se magnifica y se hace cada vez más complejo. En los cuadros de Patinir o de Joos van Cleve, los grandes panoramas que sirven de fondo al asunto religioso combinan, en amena profusión, montañas y ríos, bosques y costa marítima, chozas y castillos. Los paisajes son puramente imaginarios y poco tienen que ver en su conjunto con el paisaje real de Flandes. Pero, al ser sus componentes representaciones verídicas de diversos aspectos de la naturaleza, la suma resulta para el observador una imagen plausible que, al placer que le ofrece de asomarse a un ancho mundo que reconoce como potencialmente real, añade la sal de aportar a esa experiencia la novedad de lo desconocido.

En contraste con la mayoría de los paisajes de todo el siglo XVI, que siempre presentan un asunto de historia, por minimizado que esté, un buen número de los de Pieter Brueghel el Viejo, pintados entre 1565 y 1569, tienen por asunto el paisaje mismo, en el que el hombre es sólo un elemento más del universo natural. En estos cuadros el paisaje se independiza completamente de toda narrativa, y es esta la dirección que habrían de seguir los pintores flamencos y holandeses de finales del siglo XVI y principios del XVII, momento en que la pintura de paisajes adquiere gran popularidad en los Países Bajos y empiezan a proliferar los especialistas en el género. Gillis van Coninxloo, Paul Bril, Jan Brueghel el Viejo y Joos de Momper son los paisajistas más distinguidos de la transición del siglo XVI al XVII, y cada uno de ellos le imprime a su visión del paisaje un sello muy personal.
 

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Artus Wolffort (Amberes, 1581 – 1641). “Divino Pastor”.

WOLFFORTLote en subasta:

WOLFFORT, Artus (Amberes, 1581 – 1641).
“Divino Pastor”, 1611.
Óleo sobre tabla.
Firmado con iniciales y fechado.
Medidas: 111 x 80 cm.

 

Realizando un estudio comparativo, encontramos esta obra claramente enmarcada dentro de la producción de Artus Wolffort, tanto por su composición y otros rasgos formales como por detalles típicos del pintor, que constituyeron casi una firma disimulada en sus obras, como la forma de trabajar las uñas, sucias, de gran naturalismo, algo que podemos ver también en los tres evangelistas conservados en el Museo del Prado y atribuidos a Wolffort, los tres óleos sobre tabla de formato menor a este “Divino Pastor”. Dichas tablas, sin embargo, muestran una calidad claramente inferior a la que se aprecia en la que aquí presentamos, con un tratamiento más tosco de los rostros, un dibujo menos correcto y una iluminación y un modelado más torpes. No obstante, en todos ellos hallamos la misma ejecución prieta típica de Wolffort, reflejo de su arraigo en la tradición flamenca anterior. También encontramos similitudes con obras del maestro de mayor calidad, equivalente a la de nuestro “Divino Pastor”, como es el caso del “San Jerónimo” vendido el 30 de abril de 2014 en Sotheby’s Londres por 90.000 libras (nº de lote 786, óleo sobre tabla de 64,5 x 48,9 cm). Se trata de una obra de menor formato, casi la mitad que la tabla que aquí presentamos, y se caracteriza por un magnífico tratamiento no sólo del rostro, de acusado naturalismo, sino también una maestría en el dibujo y el trabajo de modelado equivalentes a lo que podemos ver en nuestro “Divino Pastor”. Además, se aprecia en el mencionado “San Jerónimo” el mismo detalle de las uñas sucias, totalmente realistas, tan típico de Artus Wolffort.

La tabla que aquí presentamos se caracteriza por una composición de mayor impacto expresivo, dado que el personaje aparece de medio cuerpo, y no de busto como es más habitual en la obra de Wolffort. Aunque queda en primer plano, su tamaño determina una mayor amplitud de la composición, que rompe la tensión casi manierista de obras como los evangelistas del Prado. El rostro de Cristo como buen pastor es asimismo magnífico, captado con un naturalismo y una carga emotiva difíciles de alcanzar para la mayoría de pintores contemporáneos. El cuadro cuenta además con la atractiva presencia de la oveja, cuyo gran tamaño parece oprimir la figura de Cristo, si bien él la alza sin aparente esfuerzo, un detalle claramente simbólico cargado de significado teológico. El animal aparece trabajado con el mismo acento naturalista que la figura, con una atención al detalle y un exquisito modelado lumínico que remiten a la herencia de la tradición flamenca tan presente en la obra de Wolffort.

El tema del buen pastor es muy antiguo dentro del arte cristiano, y hunde sus raíces en el arte antiguo occidental, en concreto en los Moscóforos de la Grecia Antigua. Los cristianos seguirán estos modelos iconográficos para sus primeras representaciones, como vemos en ejemplos como las catacumbas de San Calixto. En cuanto a su significado, el buen pastor es una alegoría bíblica, referida originalmente a Yahveh y más tarde a Jesucristo. Se interpreta que el buen pastor es Dios, que salva a la oveja descarriada (el pecador). El tema aparece en el Antiguo Testamento, y en los Evangelios se aplica la misma alegoría a Jesús como Hijo de Dios. Dentro del arte, el tema es el más representado en la iconografía paleocristiana, y pueden encontrarse testimonios a partir del siglo II. A partir del siglo IV decae su representación hasta desaparecer totalmente en la Edad Media, pero finalmente se recupera entre los siglos XV y XVI. Tras la aparición de la Divina Pastora en el XVII, el tema vuelve a quedar relegado en el siglo XIX.

Nacido en Amberes en 1581, se trasladó con su familia a Dordrecht (Holanda) en 1584, y allí ingresará en el gremio de San Lucas en 1603. Ya como maestro, especializado en los temas mitológicos y religiosos, regresará a Amberes hacia 1610-1615. Pasa entonces a trabajar con Otto van Veen, y en torno a 1616-1617 se inscribe como maestro en la guilda de San Lucas de esta ciudad. En 1635 lo hallamos en Amberes tomando parte en la ilustración del “Pompa Introitus Ferdinandi”, libro escrito por Jan Caspar Gevaerts e ilustrado con grabados, editado por Theodoor van Thulden en 1642. Wolffort desarrolló un lenguaje que evidencia la influencia clasicista de Otto van Vennius, y de hecho utilizará a menudo idénticos temas y motivos, lo que ha llevado a menudo a la confusión de las obras de ambos. Se muestra también receptivo a las composiciones monumentales y plásticas de Jordaens, aunque sin abandonar una factura lisa y apretada que revela su arraigo en la tradición flamenca del siglo XVI. En obras maestras de su estilo maduro, como “Cristo en casa de Simón” (Museo Municipal de Bergues) evidencia además el estilo dramático y sensual de la última etapa de Rubens, dotando de mayor dinamismo tanto a las composiciones como a las figuras. Wolffort pintó varios altares para distintas instituciones religiosas de Amberes, como la “Asunción de la Virgen” de la iglesia de San Pablo o la “Adoración de los Reyes Magos” en la catedral de Amberes. También realizó numerosas obras religiosas para el mercado, en ocasiones series completas de los apóstoles, los padres de la Iglesia o la vida de Cristo, obras que fueron muy bien acogidas por los coleccionistas. Lo abundante de su producción, así como la irregularidad de su calidad, nos llevan a pensar que tuvo un importante obrador, y de hecho Wolffort contó con discípulos como Pieter van Mol y Pieter van Lint, quienes realizaron copias de obras de su maestro. Actualmente se conservan obras de Artus Wolffort el Museo del Prado, los de Bellas Artes de Besançon y Burdeos, la colección KHM Bilddatenbank, el Museo de Arte de Columbia y otras colecciones públicas y privadas.
 

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