Written by Andrea Domenech

Hacer lo humano divino

Hacer lo humano divino

¿Cómo podríamos distinguir un retrato de un caballero del siglo XVII y el de un santo? La tradición del arte cristiano desde hace milenios ha asumido una herramienta para ayudarnos a diferenciarlo y de esta manera reconocer el trasfondo místico que esconde la pintura: el nimbo o aureola.

El origen de la palabra resuelve claramente su definición. Procede del latín áurea que significa dorado o de oro, es decir, el halo o círculo dorado o luminoso que envuelve a las figuras y que presenta el carácter divino de quien la porta.  Gracias a este rasgo podemos distinguir a los santos, la Virgen y a Cristo en cada una de las pinturas que tuviéramos delante. ¿Por qué hemos asumido esta convención? ¿cuál es su origen? La respuesta es fascinante.

Relieve; Arte greco-budista; Gandhara, Pakistán, siglos II-III d.C.

Podríamos encontrar este halo en culturas de todo el mundo, en extremos la una de la otra y desde hace miles de años. El rasgo común es muy interesante, ya que indistintamente de la religión o la cultura, el hombre viene identificando de forma muy similar lo divino que hay en su propia naturaleza. El primer ejemplo de aureola lo encontramos en el Antiguo Egipto, sus convenciones artísticas representan a sus dioses habitualmente con el disco solar sobre la cabeza. En el otro lado del Mediterráneo, los griegos, usan el disco de luz o rayos con destellos para identificar a algunas divinidades como las solares en el caso de Apolo o de Helios. Este rasgo se asumiría por los romanos que lo extenderían incluso a personas divinizadas, como por ejemplo la familia imperial. En partes más remotas como la India también vemos el nimbo en imágenes de Buda. Quizá un resumen rápido a esos orígenes es que desde la cuna de Egipto se influenciara a Grecia, durante el periodo helenístico se traspasara a la India y posteriormente fuera imitado también por el imperio Romano. Es justo por el arte romano que el arte cristiano asimilara el nimbo.

El arte paleocristiano usa desde muy temprano el halo dorado para identificar la figura de Jesús y diferenciarlo así de una escena costumbrista. Es probable que las primeras manifestaciones de Cristo, que solían ser como un buen pastor o como un joven junto a los doce apóstoles, el nimbo acabara siendo imprescindible para dotarle una dignidad iconográfica superior. Así el pastor con su rebaño se asemejaba al dios Apolo en una escena bucólica o las escenas de banquetes, a la última cena.  El arte cristiano fue evolucionando y adaptándose según las peculiaridades de cada región y de cada momento histórico hasta nuestros días.  De las representaciones de Cristo se fue incorporando a la Virgen y posteriormente a los santos. El halo se convierte en un elemento indispensable tal y como vemos en ejemplos tan antiguos como los iconos bizantinos. Durante el periodo medieval este rasgo permanece y ya en el Barroco se convierte en un efecto más dinámico y teatral.

Fragmento de fresco. Bizancio, siglo XIV. “San Juan Evangelista”. Adjudicado en Setdart

Hemos visto como ese pequeño halo de luz dorado que emana de las figuras, automáticamente en nuestra mente se identifica con lo divino. Es curioso pensar que este rasgo es producto de miles de años de tradición de culturas considerablemente alejadas a la nuestra, sin embargo, pese al tiempo y al espacio, parece que no somos tan distintos.

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Maestros en Nápoles hacia 1700

Maestros en Nápoles hacia 1700

El nombre de la ciudad de Nápoles, lleva resonando durante casi tres mil años, y con razón es una de las más antiguas y con mayor cultura del mundo. Desde griegos, a etruscos y romanos entre otros, fueron los sus habitantes dejando una huella que perdura hoy en día. Este escenario fue el perfecto para que se desarrollara un arte como en pocos lugares pudo darse. Pese a los convulsos años de epidemias, guerras y cambios políticos entre españoles, italianos y austriacos, Nápoles parecía querer demostrar al mundo su prestigio a través del esplendor del arte y el mecenazgo.

La ciudad acogió a pintores de la talla de Ribera, Caravaggio, Pretti, Stanzione y una larga lista de maestros que dejaron su impronta en iglesias y palacios. Estas obras marcarían a las futuras generaciones de artistas napolitanos. Uno de los más fecundos y de mayor genio fue sin duda Luca Giordano.

Educado en el taller de Ribera, quien marcaria profundamente su estilo, supo avanzar aunando en si otros estilos desde el clasicista a la exuberancia veneciana. La rapidez con la que ejecutaba sus obras, la originalidad creando modelos y la diligencia en el trabajo le convirtió en una de las figuras más importantes de su tiempo. En la próxima subasta del día 22 de Junio, Setdart ofrece una extraordinaria obra del “fa presto”. La tabla posee un acabado que nos indica que probablemente fue usada como puerta de Sagrario. Sin embargo, la calidad de esta -hasta en los detalles más abocetados- da la impresión de que pudiera ser el dibujo preparatorio para una pala de altar de gran formato.

El siguiente protagonista en la escena napolitana, es Francesco Solimena. Relacionado con Giordano, acabó siendo influenciado profundamente por Pretti. Su estilo tan característico le hizo muy popular sin apenas salir de su ciudad natal. Uno de sus mecenas más destacados fue el entonces rey de las dos Sicilias, don Carlos de Borbón, futuro Carlos III de España. Merece ser destacado que la obra que presentamos es muy probablemente la pareja del perteneciente a la colección del Museo del Prado y que seria una de las pinturas que traería consigo el rey tras su partida de tierras italianas. Actualmente expuesto en el museo San Telmo de San Sebastián.

La pintura de la que hablamos guarda otro rasgo interesante y es la intervención de la mano de otro artista, Andrea Belvedere. Los comienzos del siglo XVIII acogieron a un nutrido grupo de pintores especialistas en bodegones y composiciones de flores, como Belvedere, Baldarre de Caro, los Recco  o Gasparo López.

El foco artístico de Nápoles en ningún caso se apagó incluso entrado el siglo XVIII como demuestran otros maestros posteriores. Sin embargo, hay que añadir que las figuras de Giordano y Solimena recogieron tras de si gran parte de la tradición de la ciudad que alcanzó con ellos, uno de los puntos más álgidos de su historia marcando escuela en los siglos venideros por toda Europa.

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Written by Andrea Domenech

La evolución del retablo hasta el Renacimiento

La evolución del retablo hasta el Renacimiento

Los orígenes de los lugares de culto cristianos no eran edificios dedicados exclusivamente al rezo, sino una cámara dentro de un edificio, como por ejemplo una habitación o un pequeño rincón, destinada a tal fin. Aquí, una o dos personas podían orar sin ser parte de una congregación. Desde su origen en la Edad Media hasta su apogeo en el S.XVII, cuando los retablos se convirtieron en auténticas obras magnas, pasaron por diversas mutaciones, entre ellas y una de las más interesantes sin duda, fueron los cambios que llegaron con el renacimiento.

El retablo en su origen era un elemento de tamaño reducido, portable, que se colocaba normalmente sobre la mesa de un altar para oficiar la liturgia. Con el tiempo evolucionó y se convirtió además en un objeto con una finalidad decorativa y didáctica. Podemos decir que el nacimiento del retablo como tal se encuentra en las tablas medievales que ornaban en principio los frontales de las mesas de altar, pero que en un momento dado pasan a colocarse suspendidas detrás de la misma. Será, especialmente en el gótico, cuando estas composiciones que en principio eran, fundamentalmente, pinturas sobre tabla, se van a ir complicando y ampliando. Así surgirán diferentes modos de entender el retablo: desde los más sencillos trípticos que se desarrollan básicamente en el ámbito flamenco, hasta los complejos retablos hispanos que llenan toda la superficie del ábside o de la capilla mayor. En un principio la estructura del retablo era independiente, la parte trasera quedaba libre, visible, como una sencilla trama arquitectónica que sirvía más bien de marco a las pinturas, pero según avance el tiempo los retablos se convertirán en verdaderas estructuras portables de gran complejidad técnica y artística.

Durante el renacimiento, los retablos empezaron a desarrollarse y a transformarse en verdaderas obras maestras. Podían variar en la complejidad de su construcción: desde los más sencillos dosales a los grandes polípticos, divididos en varias secciones, que desplegaban las destrezas artísticas de pintores como Niccolò di Pietro Gerini, a finales del S.XIV, o el maestro de la escuela de Umbría Luca Signorelli, durante la segunda mitad del S.XV.

Experimentaron un gran cambio formal desde principios del siglo XV, cuando pasaron de ser un políptico, en un marco gótico, a un solo panel rectangular, enmarcado en el estilo arquitectónico característico de la iglesia. Ejemplos del periodo muestran cómo un cambio estructural dio como resultado un cambio artístico y técnico.

La decoración de cada obra refleja dónde fueron creados y las circunstancias de su origen. Tras cada pieza hay historias mundanas: encargos del los propios capellanes, las congregaciones religiosas o los clientes privados (conocidos como donantes) sobre qué santos debían aparecer, qué escenas iban a ser las escogidas y por qué.

Retablo de Niccolò di Pietro Gerini

El retablo del S.XVI que licita Setdart el próximo 14 de junio, es un magnífico ejemplo del estilo renacentista en España. Estructurado en dos cuerpos, la zona inferior posee una inspiración clasicista que remite a modelos de la antigüedad en España. La alternancia entre los frontales y las hornacinas aveneradas se inspira en los parascenium o frontales de las escenas de los teatros romanos, sirva como ejemplo el de Mérida. La zona superior, que se divide en tres calles, evidencia un estilo más idiosincrático, donde se alternan características que provienen de la antigüedad clásica con elementos propios y únicos de la cultura española, mostrando así una estética que puede ser definida como plateresca. Este estilo se caracterizó por aunar influencias estéticas que provenían del repertorio gótico, renacentista e islámico. La presencia de las cúpulas achaflanadas, situadas en los laterales, el remate apuntado en el que finaliza la zona central y la presencia de puttis, entre otras ornamentaciones clásicas, dan testimonio de esta confluencia de estética única que fue el estilo plateresco.

En la zona central del retablo, como punto de fuga y epicentro de la estructura arquitectónica, se aprecia la figura de Cristo, presentado como una alegoría de la Eucarística. De su costado, emana un dramático reguero de sangre, que confluye en un dorado cálice, simbolizando así las palabras que Cristo pronunció en la última cena “Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos, para el perdón de los pecados”.

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Written by Andrea Domenech

El renacer de la guirnalda en la pintura

El renacer de la guirnalda en la pintura

Originaria de la antigüedad griega y romana, la guirnalda como elemento artístico volvió a popularizarse en el norte de Europa gracias al pintor flamenco Jan Brueghel el Viejo, quien comenzó a retomar de nuevo el uso de las también conocidas como orlas, que aunque cuyo objetivo original era el de enmarcar, decorar y enaltecer una imagen central, se convirtieron en auténticas obras maestras de la pintura de naturalezas muertas.

Rematado en Setdart por 30.000€ en Marzo de 2022

Durante el siglo XVII se desarrolló en la pintura flamenca, derivando del género de la pintura de flores, una nueva fórmula que, recreada por un nutrido grupo de artistas y talleres, alcanzó a lo largo de la centuria un destacado éxito en buena parte del ámbito europeo: la guirnalda u orla de flores como enmarque y elemento potenciador de un tema central de
carácter religioso.

Brueghel de Velours, conocido como Brueghel el viejo, fue el iniciador de este tipo de composiciones, especialmente ligado en su obra a la representación de la Virgen con el Niño.
Sin embargo, fue su discípulo, el jesuita Daniel Seghers, la figura dominante en esta especializada producción y el creador de un prototipo que servirá de modelo a los numerosos continuadores e imitadores del género, flamencos y extranjeros. Señalar que, en este tipo de composiciones, las flores no son simplemente un elemento secundario, o accesorio, sino que están trabajadas con el mismo cuidado, y con la misma calidad que la imagen que suelen enmarcar. De hecho, en ocasiones evidencian incluso una mano más
hábil, ya que a menudo estas obras eran fruto de la colaboración de un pintor de flores y otro especializado en la figura humana.

Setdart presenta este magnífico ejemplo de pintura de orla realizada por Jean-Baptiste Morel en el último tercio del siglo XVII, y en la que se puede apreciar una gran maestría, en la composición floral, mientras que en el centro el espacio se encuentra vacío, por lo que es muy probable que la pieza esté sin acabar completamente, lo que la hace una pieza tan singular y nos permite apreciar la grandísima calidad que tenían estos pintores, muchas veces eclipsados por la imagen central de la misma.

Al analizar la estructura de esta guirnalda de flores de Morel, observamos que adopta el óvalo ornamental o nicho decorado. Originaria de la Antigüedad griega y romana, esta forma arquitectónica había sido muy conocida desde el Renacimiento y plenamente aceptada y aplicada en las artes gráficas y la pintura . El óvalo alcanzaba gran variedad de formas. Se elegía para dotar de elegancia y categoría a un cuadro y solía plasmarse rodeado de
guirnaldas de flores o de frutas, como una obra de arte autónoma y, fundamentalmente, decorativa. Sin embargo, el significado de una pintura de este tipo también podía estar muy relacionado con el tema tratado en el centro de la misma, que se utilizaba para subrayar la intención del artista o dotar, quizá, al cuadro de un sentido único, a veces oculto, según los deseos del cliente que lo hubiera encargado. Una forma híbrida, una combinación de ambos géneros, se puso muy de moda en Amberes y Utrecht, probablemente introducida por Jan D. de Heem.

El repertorio floral que se combina en la obra ofrece una atractiva variedad, identificándose un buen número de especies: tulipanes, anémonas, rosas y crisantemos, entre otras especies florales. Un conjunto que destaca en su amplia gama cromática, dispuesta sobre el fondo negro que articula todo la composición. Cabe destacar que, tras las flores, especialmente en la zona central, se puede apreciar la presencia de un marco ovalado de
tonalidad oscura, que sirve de base a la corona floral que protagoniza la escena. En cuanto a dicha composición, a pesar de la variedad cromática que presentan las flores, cabe destacar que, en aquellas flores que se encuentran en la zona del perímetro exterior, el autor, ha
utilizado tonalidades más oscuras, e incluso ocres. Indicando así que, el artista, ha utilizado un foco de luz, que incide directamente en el centro de la composición, dejando las zonas laterales en cierta penumbra.

En el caso que nos ocupa, las versiones de guirnaldas de flores más antiguas que se conocen alrededor de un motivo central de tema religioso o alegórico son de origen flamenco. Pueden considerarse la fuente de una tradición que se mantuvo durante décadas en los países del norte. Desde 1608 hasta mediados del siglo XVII, las colaboraciones en las representaciones de las flores y las imágenes centrales entre artistas como Jan Brueghel el Viejo o Rubens y sus respectivos talleres dieron como resultado una enorme cantidad de
guirnaldas de distintos tipos . Pintores como Daniel Seghers –un jesuita que empezó su carrera artística en Utrecht, para después viajar por Italia durante varios años, antes de establecerse definitivamente en Amberes – introdujeron este estilo, caracterizado por la representación detallada de composiciones repletas de flores. Seghers se dedicó exclusivamente a pintar cuadros de temática religiosa con figuras de santos o escenas de la
Pasión y de la Sagrada Biblia.

Rematado en Setdart por 5.500€

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Written by Andrea Domenech

Las edades de Joan Ponç: del surrealismo juvenil a los presagios de madurez

Las edades de Joan Ponç: del surrealismo juvenil a los presagios de madurez

El conjunto de obras que presentamos en la subasta de Arte Contemporáneo del 24 de mayo pone en valor la figura de Ponç como uno de los artistas más fascinantes y enigmáticos de la segunda mitad del siglo XX en España.

A menudo se ha definido al arte como aquello capaz de hacer visible lo invisible. Un artista que sin duda alguna encaja como pocos en esta definición es Joan Ponç, mago del pincel y merodeador de los reinos ocultos.

Setdart ha reunido en una sola subasta, obras pertenecientes a distintos momentos vitales del artista, lo que en el caso de Ponç cobra especial valor, porque nos enfrentamos a un creador cuyo ánimo y experiencia personal se refleja (aunque siempre de forma misteriosa) en su creación.  Concretamente, se encuentran en licitación dibujos y pinturas que abarcan desde sus inicios en los años cuarenta (cuando incursiona en el primitivismo expresionista, a base de retratos autoexploratorios) hasta los ochenta, cuando, en el crepúsculo de su vida, nos lega unas visiones que casi superan las de su etapa surrealista de Dau Al Set.

A principios de la década de los años 40, Joan Ponç comenzó a fraguar la complejidad de un  lenguaje simbólico que cristalizaría durante el periodo creativo del icónico Grupo Dau al Set. En un contexto histórico en el que dominaba el gusto por un arte más convencional, Ponç junto a sus compañeros de grupo, implantó  la semilla que impulsaría la renovación del arte de post guerra. En esta regeneración fue imprescindible la herencia surrealista que en el ambiente de preguerra  caló en el ambiente artístico español.  En este sentido la inspiración que supuso el legado de Joan Miró, es especialmente notable en la obra de Ponç, siendo su figura la  que encarnó de manera más efectista los postulados del genio catalán. De este modo Ponç rebuscó en  el inconsciente humano para dar expresión a las formas y sensaciones más arraigadas a la psique individual, ahondando en sus aspectos más recónditos, inquietantes  y misteriosos de su existencia. Ejemplo de ello son la suite ” Deliri” o el gouache “dau al setB-24”,  en el que se evidencia un mundo onírico influenciado por el poderoso simbolismo de los signos, los personajes biomórficos, o los símbolos que como la espiral, las estrellas o la luna fueron tan propios del universo mironiano. Como podemos observar, su dibujo plano, aunque cada vez más sofisticado, se centra en un simbolismo que emerge de la interrelación orgánica de los distintos elementos que componen unos paisajes fantasmagóricos y delirantes plagadas de  criaturas insólitas cuyos colores puros e intensos  se envuelven  en un aura de ensoñación  que otorga el peculiar aspecto telúrico que caracterizo su producción.

Tras la decepción que supuso  el desenlace de su experiencia en Dau al Set, Ponç decide bajo recomendación de Joan Miró instalarse en Brasil donde permaneció durante toda esta década  hasta que en 1962 sus probemos de salud le obligaron a  volver a Catalunya.  En el país carioca encontró el ambiente propicio para el desarrollo  de ese universo onírico que se tornará más críptico y hermético. Durante este periodo dará luz a una de sus series más emblemáticas como “Caps” como fruto de su contacto con los negros de bixiga y de sus visitas a las sinagogas de Sao Paolo donde como en una especie de bautismo emerge Lohanan, su nueva identidad artística vinculada al mundo hebreo. Las múltiples expresiones y estados anímicos de las 99 cabezas de arlequín (alter ego del artista) están unidas por una búsqueda de lo absoluto y sagrado que se materializa en la verticalidad y ascensión del sombrero cónico y la boca entreabierta como un portal hacia lo divino.

A partir de la década de los 60 e instalado ya de nuevo en Catalunya, Ponç seguirá experimentando y evolucionando tanto a nivel técnico como expresivo. Sin embargo, sus crecientes problemas de salud se harán cada vez más presentes en su producción reflejando en ella la angustia obsesiva hacia la enfermedad y la muerte, pero también el dolor físico que a raíz de su diabetes empezó a sentir en cada una de sus extremidades que ahora aparecerán en su obra diseminadas en distintas partes.  A pesar de ello, Ponç seguirá haciendo gala del detallismo minuciosidad y precisión  que caracterizo su dibujo que como en este caso, teje bajo un profuso entramado geométrico. Asimismo, será en estos años cuando sus experimentaciones técnicas le llevaran a la que denominó acupintura, donde gracias al empleo de pequeñas pinceladas elaboradas mediante una disolución más densa de lo habitual lograba que la pintura sobresaliera de la tela (tal y como sucede en el lienzo que veremos más adelante ““Nocturno Pirenaico”)

Entrados en el periodo de plena madurez creativa, Ponç seguirá indagando y profundizando en los misterios de alma humana y más en concreto en el peregrinaje de las almas. La que nos ocupa nos muestra a una pareja que se eleva hacia el firmamento, guiados por alguna fuerza interior, mientras que una figura típicamente ponciano asoma desde el mundo subacuático.

Por último y como colofón a este magnífico conjunto que incluimos en subasta contamos con el lienzo “Nocturno Pirenaico” (1980-1983). Ponç trabajó en el con meticulosa dedicación en el curso de tres años, estando ya afectado por una diabetes que lo había dejado parcialmente ciego. La nocturnidad, que en cierto modo atraviesa toda creación de  Ponç, alcanza ahora su sentido pleno: lo oscuro referido al enigma de la vida, al misterio de los símbolos, a la mística, pero también ahora a la oscuridad eterna, al reino de las tinieblas eternas al que Ponç siente aproximarse. Estamos ante una pintura subyugante, en la que un conejo negro de encendidos ojos rojos atraviesa un campo poblado de espectros y demonios. Un castillo embrujado se divisa en la lejanía. La luna lleva sobre su faz la silueta de un murciélago. Verde esmeralda, azul cobalto, negro y rojo conforman el espectro cromático de esta incursión al abismo de los sueños.

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Written by Andrea Domenech

Pedro de Mena – Maestro de la pasión

Pedro de Mena - Maestro de la pasión

La imaginería del S.XVII española ha sido siempre objeto de culto y devoción, ya que mas allá de su finalidad artística, fueron creadas para acercar a los feligreses a la fe. En los últimos años, el mercado internacional se ha hecho eco de la calidad y destreza de los estos escultores.

Cristo Varón de Dolores, 1673 y La Dolorosa hacia 1673

Pedro de Mena y Medrano (1628-1688) es hoy en día el más reconocido maestro de la escultura barroca española, cuyo reconocimiento internacional se ha alcanzado en los últimos años en parte gracias a la exposición que organizó la National Gallery de Londres en el año
2010: Lo sagrado hecho real – Pintura y escultura española 1600-1700, cuyo apabullante éxito de asistencia generó una gran expectación.

A raíz de esta muestra, el mercado internacional tanto privado como público, empezaron a interesare y a incluir piezas de grandes maestros de
la imaginería española. Además de Mena, otros como Martínez Montañés, Juan de Mesa o Gregorio Fernández, se pueden ver hoy en día en museos alrededor del mundo

Pedro de Mena inició su formación artística en el taller de su padre antes de incorporarse al taller de Alonso Cano (1601-1667), otro de los grandes escultores españoles y pintores de la época. El estilo de Mena es muy deudor del último -aunque más teatral y naturalista- pero sus aportaciones a la escultura española del Siglo de Oro son insuperables tanto por la habilidad
técnica como por la expresividad de sus temas religiosos. Su habilidad para esculpir el cuerpo humano era notable, y destacó en la creación de figuras y escenas para la contemplación, lo que llevó a considerarlo como el ‘Bernini español’.

A diferencia de la pintura, el arte de la escultura policromada es notable por el hecho de que muchas de sus mayores obras maestras estaban destinadas no a museos, sino a las iglesias, conventos y catedrales, debido a su fuerte carga devocional. En lugar de ser consideradas exclusivamente obras de arte, las esculturas policromadas españolas aún se conservan por su función, como objetos religiosos que son adorados por los devotos y paseados por las calles
durante las procesiones de Semana Santa.
Así como los nombres de los pintores españoles del siglo XVII son universalmente conocidos- Velázquez, Zurbarán, Murillo- los grandes maestros de la escultura española del siglo XVII son
todavía, en gran medida, desconocidos para el gran público. Y sin embargo, las artes de la pintura y la escultura estaban íntimamente vinculadas durante este período, ya que a muchos pintores se les encargaba la policromía y estofado de las mismas. Zurbarán está documentado como poseedor de imágenes talladas al principio de su carrera, y una pintura como Cristo en la cruz (1627), hoy en el Instituto de Arte de Chicago, revela su enorme deuda con el arte de la
escultura policromada.

Cuatrocientos años más tarde, nuestro gusto contemporáneo por lo hiperreal se ha traducido en que estos escultores finalmente están siendo valorados y considerados junto a sus pintores contemporáneos. La pieza que licita Setdart el próximo 10 de mayo “San José con el Niño”  podemos encasillarla en el entorno del escultor granadino, siguiendo modelos probablemente de la reciente adquisición del Museo Nacional de Escultura de Valladolid.

De la misma manera, esta vez el
Busto de San Juan de la Cruz, recuerda a las formas y los remates del círculo del escultor granadino.

"San José con el niño" en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid

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El Manierismo y la exquisitez de su extravagancia

El estilo manierista, surgido en Italia alrededor de la década de 1530, supuso un cambio de paradigma respecto al Renacimiento donde los rasgos de proporción, equilibrio y armonía que hasta entonces habían definido la creación artística, perdieron su total hegemonía en virtud de la intencionalidad artística y la expresividad. Una vez afianzados los conocimientos sobre anatomía humana, perspectiva y color, los artistas y sus talleres avanzaron en su camino hacia la experimentación, buscando con ello un mayor dramatismo y distinción en sus composiciones que eclosionaría en época Barroca.

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Vanitas, vanitatis… para ser Dios

Vanitas vanitatis son dos términos relacionados con un pasaje del Eclesiastés: «Vanitas vanitatum omnia vanitas» («Vanidad de vanidades, todo es vanidad»), que intenta transmitir la inutilidad de los placeres mundanos ante la certeza de la muerte y el absurdo intento del hombre de parecerse a Dios, olvidándose de que es un ser mortal y finito. Vanitas es un término latino que podemos traducir por vanidad, en el sentido de insignificancia.

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La pintura de caprichos: entre la realidad y la fantasía

Las arquitecturas fantasiosas de la pintura de caprichos se licitarán en Setdart el próximo día 26 de enero. En este sentido la pareja de lienzos que presentamos en subasta se enmarca en el círculo próximo a Codazzi. Del mismo modo que lo hiciera el pintor lombardo, las vistas arquitectónicas que nos ocupan guardan a pesar del componente imaginativo intrínseco al género, cierto grado de verosimilitud, jugando con la iluminación para obtener efectos expresivos típicamente barrocos, que realzan la apariencia de los edificios de apariencia antigua.

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Miradas desde el pasado – El legado de la colección Aras Jáuregui

Quizá el mayor talento de un pintor sea sin lugar a duda la captación psicológica de su modelo y el reflejo de esto en la obra. La expresividad de los personajes suele venir por las poses y los gestos en un ademan teatral para ser más evidente. Sin embargo, el más profundo y a la vez sutil de estos rasgos personales se encuentra tras esa pequeña pincelada de blanco dentro de una pupila. Suele decirse que los ojos son el espejo del alma, una afirmación que cobra sentido sólo con ver alguna de la fuerza que emanan alguna de las obras de la colección a subasta del legado Aras Jauregui.

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El legado de la colección Aras Jáuregui

Pocas figuras hubo más llamativas en la sociedad vasca de los años veinte como el joven Ramón Aras Jáuregui. Perfectamente comparable a Jay Gatsby era de esas personas que estaban en todos los puntos clave de la sociedad dando la sensación de manejar sus hilos. Entre otros cargos ostento desde el de socio de honor y tesorero del Atthelic Club de Bilbao (en parte financiado por su propio bolsillo), concejal de la ciudad desde 1913 a 1917 o mecenas de pintores del momento como Darío de Regoyos.

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La pintura de techo barroca: una ventana al cielo.

Entre finales del siglo XVI y principios del XVII, surge en Italia un nuevo movimiento estético e ideológico que impregnará la producción artística y literaria de la península y de todo el continente.

El Barroco conquistó las cortes europeas con su planteamiento tan alejado del Manierismo anterior: un triunfo de la invención sobre la imitación, una celebración del énfasis y lo extraño, una clara intención de sorprender e impresionar, en claro contraste con el Clasicismo.

La espectacularidad buscada por este movimiento se expresa en gran medida con impresionantes y suntuosos techos decorados con frescos: el objetivo es asombrar al espectador y engañar su vista, utilizando la pintura ilusionista para recrear efectos tridimensionales. La barrera arquitectónica se convierte así en un trampolín para representar una escena a medio camino entre la realidad y la ficción, creando espacios irreales que mezclan la tierra y el cielo (como el techo de la iglesia de Sant’Ignazio de Roma pintado por Andrea Pozzo).

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EL ROMANTICISMO. PINTURA Y MODA EN EL SIGLO XIX

Durante el siglo XIX la progresiva industrialización y los cambios sociales y políticos que ésta supuso llevaron al definitivo ascenso de la burguesía. A diferencia de lo que había ocurrido en el pasado, la preeminencia de esta clase social lleva las tendencias de la moda más allá de los estrechos círculos aristocráticos, y tanto damas como caballeros se entregan a ella como una forma más de expresar su posición y su cultura.

El Museo del Romanticismo de Madrid alberga la exposición temporal “La moda romántica” , que finaliza el próximo mes de marzo, en la que se hace especial hincapié en los usos sociales del traje a lo largo del siglo XIX. Costumbres arraigadas bajo un estricto protocolo social para cada actividad, presentes en la exposición a modo de piezas como indumentaria para caballero, trajes femeninos de paseo, de baile, goyescos, de novia e incluso algunos modelos infantiles, que nos hace transportarnos a la moda y a la cotidianidad de la alta sociedad del siglo XIX.

En nuestra galería de pintura del siglo XIX podrán comprobar el tipo de moda de esta etapa a través de las diferentes obras de artistas contemporáneos que vivieron esa época de drásticos cambios sociales y culturales. Como ejemplo algunas de las obras que reflejan la moda del XIX, presente en la exposición que recomendamos y en nuestro portal web, en Subasta y en Venta Directa.

 

 

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Los retratos de Romero de Torres en Setdart

Julio Romero de Torres (Córdoba, 1874-1930) fue uno de los más destacados pintores españoles del primer tercio del siglo XX, conocido como “el pintor de la mujer cordobesa” por sus bellos y enigmáticos modelos femeninos, de raíz simbolista aunque de claro carácter social, arraigados en su tierra. De hecho, desde sus inicios, Julio Romero de Torres recibió la influencia de la pintura realista de su padre, Rafael Romero Barros, y de su hermano Rafael Romero de Torres. Así, parte en su primera época de la pintura de corte social, si bien pronto se mostrará especialmente sensible a las influencias de otras corrientes contemporáneas, principalmente el impresionismo y el modernismo simbolista. Estas características se aprecian en obras clave de esta etapa de juventud como los murales alegóricos que realizó en 1905 para el Círculo de Amistad de Córdoba. En esta primera época Romero de Torres se dedicará de forma especialmente intensa al dibujo, actividad que cultivará durante toda su carrera.

Aunque se llegó a decir que Romero de Torres no era un buen dibujante, obras como el “Dibujo de estudio masculino” (1892), conservada en el museo que lleva su nombre en Córdoba, muestran claramente lo contrario. El cordobés fue un auténtico maestro en esta técnica, un dibujante de trazo firme, seguro y expresivo. Lo mismo podemos decir de dos dibujos que presenta estos días Setdart, una pareja de retratos al carboncillo, uno femenino y otro masculino, examinados por el propio Museo Julio Romero de Torres. Los expertos de esta institución indican que se trata de dos magníficos retratos inéditos del artista, enmarcados precisamente dentro de esta primera etapa de su carrera, pudiéndose datar entre 1900 y 1905, aproximadamente.

Ambos dibujos se enmarcan por tanto en el periodo de gestación del estilo de Romero de Torres, que culminará hacia 1907-08 con obras como “Nuestra Señora de Andalucía”, que inaugura su etapa de madurez, o “Musa gitana”, que le valió en 1908 la primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes. Junto al gusto por el decorativismo y el contenido simbólico, en esta primera época se aprecian ya elementos que serán básicos en el lenguaje maduro de Romero de Torres, como la maestría del dibujo y la precisión formal.

En subasta el próximo mes de Abril. (acceso directo a subasta en las imágenes)

 

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Escuela española siglo XVII
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Escuela española del siglo XVII. “Piedad”.

Lote en subasta:

Escuela española siglo XVII

Escuela española del siglo XVII.
“Piedad”.
Madera tallada, dorada y policromada.
Medidas: 34 x 29 x 23 cm.

 
Grupo escultórico religioso perteneciente al barroco español, posiblemente enmarcado dentro de la escuela de Valladolid por sus características formales. Se trata de una obra tallada en bulto redondo en madera, policromada y dorada, representando el tema de la Piedad: la Virgen sentada con Cristo muerto en su regazo, un tema de profundo dramatismo no sólo por el propio tema, sino también porque su composición evoca las imágenes de la Virgen con el Niño Jesús en su regazo.

 
La escultura barroca española es uno de los ejemplos más auténticos y personales de nuestro arte, porque su concepción y su forma de expresión surgieron del pueblo y de los sentimientos más hondos que en él anidaban. Quebrantada la economía del Estado, en decadencia la nobleza y cargado de fuertes gravámenes el alto clero, fueron los monasterios, las parroquias y las cofradías de clérigos y seglares los que impulsaron su desarrollo, siendo costeadas las obras en ocasiones mediante suscripción popular. La escultura se vio así abocada a plasmar los ideales imperantes en estos ambientes, que no eran otros que los religiosos, en un momento en el que la doctrina contrarreformista exigía al arte un lenguaje realista para que el fiel comprendiera y se identificara con lo representado, y una expresión dotada de un intenso contenido emocional para incrementar el fervor y la devoción del pueblo. El asunto religioso es, por consiguiente, la temática preferente de la escultura española de este período, que parte en las primeras décadas del siglo de un prioritario interés por captar el natural, para ir intensificando progresivamente a lo largo de la centuria la plasmación de valores expresivos, lo que consigue mediante el movimiento y la variedad de los gestos, la utilización de recursos lumínicos y la representación de estados anímicos y sentimientos.

 
Dentro de este contexto se desarrollará en Valladolid una escuela escultórica única, caracterizada por un realismo violento en el que se exaltan el dolor y el patetismo, como vemos en la obra de su mayor representante, Gregorio Fernández (1576-1639). Las vallisoletanas serán imágenes sacras llenas de dolor, tremendamente patéticas, con un marcado dinamismo y rostros de gran expresión, sin caer sin embargo en vulgaridades. Se trata de figuras que oscilan entre el dramatismo del dolor físico y moral (Piedades, Cristos yacentes…) y la evasión de la experiencia mística (representaciones de santa Teresa, por ejemplo), que se transmite a través de actitudes calmadas y una gesticulación sobria, dejando al rostro y las manos el mayor peso expresivo.

 

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Tomás YEPES
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Tomás YEPES (Valencia, ca. 1610 – 1674) y taller. “Bodegón con paloma”.

Tomás YEPES

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YEPES, Tomás (Valencia, ca. 1610 – 1674) y taller.
“Bodegón con paloma”.
Óleo sobre lienzo.
Con marco del siglo XIX.
94 x 123,5 cm; 106 x 136 cm (marco).

 

 

El historiador Peter Cherry, uno de los mayores expertos en bodegón español y autor de obras clave del género como “Arte y naturaleza. El bodegón español en el Siglo de Oro”, ha publicado pinturas muy similares a la que aquí presentamos, atribuyéndolas a Tomás Yepes y su taller.

En esta obra Yepes nos ofrece un bodegón de carácter dinámico y escenográfico, típicamente barroco, en el que se conjugan una base típicamente española a la hora de abordar el género con una influencia italiana característica de la escuela valenciana del barroco. Esta escuela estuvo en el siglo XVII muy influenciada por el tenebrismo de Caravaggio, dado que por el puerto de Valencia llegaban a España los cuadros italianos destinados a las colecciones reales. Asimismo, uno de los más destacados representantes de la escuela valenciana del momento, Francisco de Ribalta, fue el primer gran pintor español en aceptar los supuestos barrocos de Caravaggio. Otro valenciano, José de Ribera, trabajó en Italia y llevará un paso más allá el naturalismo caravaggista. Así, nos encontramos aquí ante una obra que conjuga el dinamismo compositivo del pleno barroco con un tratamiento cromático y lumínico directamente derivado de Caravaggio. A los tonos brillantes y anticlásicos de las flores, entre los que destaca el rosa, se unen toda una serie de colores terrosos, ocres y carmines que componen la base de la paleta caravaggiesca, constituyendo un interesante contrapunto visual. Por otro lado, la iluminación es típicamente tenebrista: una luz de foco, artificial y dirigida, que incide directamente en los elementos principales de la composición y deja el resto en una matizada y trabajada penumbra. Respecto a la estructura general, nos hallamos ante una obra claramente enmarcada en el pleno barroco español: las flores y los frutos, dispuestos en jarrones y cestos, se disponen en el primer plano, en un esquema claro y ya algo asimétrico, pero abierto y racional. Se sitúan sobre un pretil de piedra, típico del bodegón español del XVII, y la composición queda cerrada al fondo por ambos lados por muros oscuros, en los que se adivinan rasgos clásicos. La composición se abre en la zona central, donde nuestra mirada es además atraída por la presencia de la paloma, el elemento más dinámico de la composición. Esta forma de concebir la escena, abierta en el centro y cerrada por los lados, supone una suerte de transición entre el bodegón del primer barroco, en España generalmente situado en un interior oscuro, y el del pleno barroco de la segunda mitad del XVII, que ya se abre a paisaje.

Tomás Yepes es actualmente considerado el más destacado bodegonista del barroco valenciano, y de hecho a él se debe el mayor interés por este género en el ámbito valenciano. Aunque nace hacia 1610, Yepes entra ya en la segunda mitad del siglo, y de hecho continúa trabajando hasta los años setenta, aunque no evoluciona demasiado; en su obra no se ve el dinamismo de las flores de Arellano, él sigue disponiéndolas de forma radial, geométrica, a la manera del primer barroco español, tal y como vemos en este lienzo. Su lenguaje se caracteriza por varios rasgos que podemos observar aquí: importancia del naturalismo, técnica detallista y precisa especialmente visible en las calidades de los objetos, gama cromática principalmente cálida, típicamente valenciana; influencia del bodegón napolitano en los brillos y la suntuosidad de algunos elementos y cierto carácter tenebrista en la iluminación.

A día de hoy conocemos pocos datos de Tomás Yepes a nivel biográfico; aparecen obras suyas firmadas entre 1642 y 1674, año de su muerte, y desarrolla un bodegón relacionado con Castilla e Italia, aunque no sabemos cómo llegó a él esta última influencia. Actualmente se conservan obras suyas en el Museo del Prado, el de Bellas Artes de Valencia y el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, entre otras colecciones tanto públicas como privadas.

 

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Escuela italiana siglos XVII-XVIII
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Escuela italiana, siglos XVII – XVIII. “Virgen con San Sebastián y San Cristóbal”.

Escuela italiana siglos XVII-XVIII

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Escuela italiana, siglos XVII – XVIII.
“Virgen con San Sebastián y San Cristóbal”.
Óleo sobre lienzo.
Medidas: 76 x 118 cm; 85 x 127 cm (marco).

 

 

En esta obra se representa a la Virgen con el Niño en brazos, flanqueada por san Sebastián y san Cristóbal. El primero aparece en su martirio, semidesnudo y atado a un árbol, con saetas clavadas en su torso y brazos. En el lado derecho vemos a san Cristóbal, con el cayado que es su principal atributo iconográfico cuando no carga al Niño sobre sus hombros. Se trata de una obra netamente clasicista, de influencia rafaelesca tanto en los tipos como en la composición, clara, ordenada y simétrica. La figura de la Virgen funciona como eje de simetría, y forma con el Niño un bloque monolítico, de forma que este esquema simétrico no quede roto. Para evitar una excesiva rigidez compositiva, las actitudes de los santos son muy diferentes, y el fondo queda cerrado en el lado derecho y abierto en el izquierdo, una forma de componer la escena que deriva directamente de modelos del clasicismo barroco romano-boloñés. El absoluto clasicismo de la imagen se revela también en lo escultórico de las figuras, monumentalizadas por los paños (la Virgen y san Cristóbal) o por el modelado miguelangelesco de sus anatomías (el Niño y san Sebastián).

 

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GARCÍA DE BENAVARRI
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Atribuido a Pere GARCÍA DE BENAVARRI (Corona de Aragón, act. 1445 – 1485). “El escarnio de Cristo”.

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GARCÍA DE BENAVARRI

Atribuido a GARCÍA DE BENAVARRI, Pere (Corona de Aragón, act. 1445 – 1485).
“El escarnio de Cristo”.
Pintura al temple sobre tabla.
Marco con aplicaciones del siglo XVII.
Procedente de la Capilla de Santa María de Goscons (Barcelona).
Medidas: 56 x 52 cm; 70 x 64 cm (marco).

 

En esta obra se representa uno de los episodios más importantes de la Pasión, el Escarnio de Cristo, en el que Jesús es vejado por los sirvientes del sumo sacerdote. Éstos le visten con un manto carmesí, lo coronan de espinas y le ponen sobre la mano una caña a modo de cetro, burlándose de su condición de rey de los judíos. La obra está trabajada con un estilo típico de la escuela catalana de la segunda mitad del siglo XV, caracterizado por la individualización de los rostros, reflejo de la búsqueda del naturalismo, la atención a los pliegues y los detalles de las vestiduras y el cuidado de la composición espacial.

Santa María de Goscons es una capilla románica del siglo XI situada en el municipio de Arenys de Munt. En ella se veneraba a la Madre de Dios de Goscons, una talla de madera policromada que representaba a la Virgen rubia, con el Niño Jesús sobre la falda, ricamente vestida y coronada. La obra, de un marcado hieratismo, era posiblemente de mediados del siglo XII, y desapareció a principios del XIX cuando las tropas napoleónicas quemaron la capilla. En esta localización se encontraba también el retablo del siglo XV al que pertenece esta tabla, atribuido a Pere de Benavarri, del cual se conservan hoy en día tan sólo algunos fragmentos.

Pere García de Benavarri fue un pintor de finales del gótico, posiblemente de origen aragonés, dado que en 1445 está documentado en Zaragoza. Cuatro años más tarde le es encargada la realización de un retablo para el Villar. Se cree que entre 1452 y 1455 residió en Benavarri (Huesca), y que durante este tiempo realizó viajes a Lérida, Huesca y Barcelona. En 1455 firmó un contrato con la viuda y el hijo del pintor Bernat Martorell para continuar el trabajo del taller de éste durante cinco años. A partir de 1463 vuelve a estar documentado en Benavarri, desde donde mandó obras a diversas localidades vecinas. Disfrutó de una buena posición económica, y fue asistido por numerosos colaboradores y discípulos. Parece ser que, en los últimos años de su vida (como mucho desde 1481), residió en Barbastro.

Una de sus obras más características es el retablo de Bellcaire (Museo Nacional de Arte de Cataluña), fechada y firmada por él. Es probable su colaboración con el pintor Jaume Huguet, de quien recibió una importante influencia, especialmente en la realización de las figuras humanas: aspecto escultórico de los personajes, vestiduras estudiadas y sobriedad y belleza de las facciones humanas. En Lérida, donde se encuentra activo hacia 1460, tuvo como discípulos a Pere d’Espallargues, Jaume Ferrer (II) y el maestro de Viella, y su influencia se extendió al círculo aragonés, donde ya había trabajado Jaume Huguet.

 

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Escuela francesa siglo XVII. “Bodegón con uvas y codornices”.

Escuela francesa siglo XVII

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Escuela francesa del siglo XVII.
“Bodegón con uvas y codornices”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado en los años 50.
100 x 81 cm; 121 x 102 cm (marco).

 

En este lienzo se plasma un bodegón de composición cerrada y equilibrada, con los objetos dispuestos de forma ordenada, aunque con el amontonamiento típico del naturalismo barroco, en primer plano, organizados en tres niveles de altura. Se trata de racimos de uvas, melocotones y perdices muertas, dispuestos en una fuente de metal típicamente barroca por su contorno mixtilíneo y una cesta situada tras ella.

Las perdices y las ramas de la parte superior aparecen fijados al muro, con un lado azul, único foco de color frío de todo el cuadro, adornando el punto de unión entre ambos lados del ramaje. Los frutos aparecen plenos, con delicadísimos matices de textura en el caso de los melocotones y una miríada de brillos y de tonalidades en el de los racimos, estos últimos cargados a más no poder de uvas, evidenciando el gusto por lo exuberante, por la plenitud de formas, que es una de las bases estéticas del barroco. Formalmente esta obra se enmarca dentro el barroco naturalista, tanto por la precisión rigurosa en la captación de las calidades como, y especialmente, por el tratamiento lumínico, muy pensado y rico en contrastes, que determina una atmósfera cálida y tenebrista.

La pintura francesa del periodo barroco pasa por un primer periodo de vacilación, entre el barroquismo y las tendencias tradicionales derivadas del espíritu academicista, antibarroco y anclado en el manierismo. En esta primera etapa encontramos al gran caravaggista Georges de La Tour y a los primeros pintores de bodegones. Después de ellos llegarán los grandes pintores del clasicismo francés del XVII: Poussin, Claudio de Lorena y Philippe de Champaigne. Este bodegón se enmarca dentro de ese primer periodo, ya sea por fecha o sólo por estilo, dado que muestra características propias del barroco naturalista, pese al orden y la claridad clásicos de su composición.

Así, como hiciera La Tour en sus composiciones, el autor de este bodegón emplea una luz protagonista que revela los objetos sumidos en la penumbra, sumergidos en una noche quebrada por esta luz fuerte que recude los matices al rojo, el blanco y una amplia gama de terrosos y ocres. Se trata de una luz artificial y dirigida, de foco, que penetra en el espacio pictórico desde el ángulo superior izquierdo, tal y como hacía el propio Caravaggio, creando puntos de atención directamente iluminados en contraste con zonas de penumbra y de densa sombra, contribuyendo así de forma naturalista al modelado de los volúmenes y a la construcción del espacio.

Así, el autor de este lienzo aprovecha el descubrimiento fundamental del maestro italiano: el de que la luz crea la forma de los cuerpos dotándolos de masa y color. Estas características fueron comunes a los primeros pintores franceses de bodegones, como Baugin, del cual el Louvre posee un magnífico “Bodegón con tablero de ajedrez”. La rigurosa simplicidad de las composiciones de estos primeros bodegonistas, y que aquí se aprecia en todo su esplendor, se opondrá al estilo fastuoso de los bodegones que pintaron más adelante los artistas de Luis XIV.

 

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Alta Época. Subasta especial de colección privada

 

coleccionprivada

 

Setdart tiene el placer de presentar a subasta una amplia colección privada de más de 200 piezas de alta época.

La selección, compuesta en su mayoría por pintura y escultura religiosa de los siglos XVI al XVIII, con obras predominantemente de las escuelas española e italiana, muchas de ellas con sus marcos originales, también incluye cerámica española (Talavera, Puente del Arzobispo, aragonesa, catalana, Manises, etc.) de los siglos XVII y XVIII, relicarios, medallas y objetos diversos. Las obras, en un estado puro, están necesitadas en algunos casos de restauración y limpieza ya que la colección no ha estado en el mercado.

Con el compromiso y seriedad habituales, les invitamos a participar una vez más en la subasta. Si es su deseo, puede inspeccionar las obras en nuestra Sala.

 

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Bargueño italiano del siglo XVII. Lote 33003432

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Bargueño italiano del siglo XVII.
Madera ebonizada y carey, con aplicaciones de bronce dorado.
Medidas: 80 x 133 x 52 cm.

Bargueño italiano barroco de muestra descubierta, con estructura prismática y pies tallados, en forma de garra de ave sintetizada sobre bola, una forma muy típica del bargueño del siglo XVII. la decoración se concentra en el frente, y en los laterales se reduce a cajeados geométricos realizados mediante filetes embutidos de madera clara, con un tirador en arco central sobre una placa calada y recortada. El asa, en bronce dorado, está compuesta por dos tornapuntas en “S” afrontadas, unidas por un elemento clásico central.
La muestra se divide en tres calles, la central adelantada respecto al resto del frente, con planta octogonal. Las calles laterales alojan cuatro gavetas iguales, con el frente decorado con un espejo ovalado, un elemento de herencia manierista, sobre fondo plano. Tanto el fondo como el interior del espejo están chapeados en carey aplicado sobre lacre rojo, y la decoración se completa con aplicaciones en bronce dorado: un contario que rodea el espejo, un pequeño escudo de cerradura (uno por gaveta, dado que se trata de un escritorio de muestra descubierta) y dos guirnaldas en los laterales, que se repiten también en los entrepaños. El perímetro de estos frentes queda recorrido por una moldura escalonada que incide en la compartimentación de la estructura. Este búsqueda de la claridad compositiva, a través de la señalización de las distintas partes de la estructura, que nunca quedan sobrepasadas por la decoración, es un criterio netamente clásico que será una constante en el barroco, y que sólo se romperá con la llegada del rococó, un lenguaje esencialmente anticlásico.
La calle central ostenta el protagonismo de la pieza, como es habitual en el bargueño barroco, y sigue una estructura marcadamente arquitectónica que, aunque sigue un criterio común a toda Europa en esta época, evidencia un gusto netamente italiano, que enlaza directamente con la arquitectura contemporánea del país: columnas salomónicas, aletones, ménsulas, etc. Este frente de la calle central esconde una puerta hábilmente disimulada por la decoración, de modo que no quede roto el esquema arquitectónico. En el interior se sitúan varias gavetas estrechas y alargadas, con los frentes decorados con filetes de madera clara embutidos formando cajeados geométricos, a juego con los laterales del exterior del mueble, componiendo un esquema geométrico y repetitivo que será un elemento recurrente dentro del bargueño barroco en toda Europa.
No obstante, la decoración se concentra en el exterior de la capilla, organizada como una fachada barroca de gran fantasía, una arquitectura imposible recreada por la hábil mano del ebanista: basamento inferior, tres columnas salomónicas a cada lado, alzadas sobre ménsulas, espacio interior cajeado, con una forma escalonada superior típica del bargueño barroco, bajo la cual se sitúa una hornacina que aloja una escultura en bulto redondo de bronce dorado, y frontón recto superior con aletones en los laterales, siguiendo la vertical de las columnas y ménsulas. Este frontón superior está decorado con un espejo similar a los de las gavetas laterales, y sobre las ménsulas se sitúan composiciones clásicas en bronce dorado, que también adornan el resto de zonas secundarias de la capilla. Su parte central está protagonizada por la figura de un caballero vestido con armadura, portando una lanza y una rodela decorada con un mascarón fantástico. En torno a ella vemos composiciones con hermes, mascarones, guirnaldas y tornapuntas.

 

 

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GOYA Y LUCIENTES, Francisco de (Fuendetodos, Zaragoza, 1746 – Burdeos, Francia, 1828). Lote 33007080

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GOYA Y LUCIENTES, Francisco de (Fuendetodos, Zaragoza, 1746 – Burdeos, Francia, 1828).
“La Virgen del Carmen intercediendo por las almas del Purgatorio”.
Óleo sobre lienzo.
Expertizado por José Luis Morales Marín, gran experto en la obra de Goya (se adjunta informe).
Medidas: 107 x 83,5 cm; 120 x 97 cm (marco).

En este lienzo se representa a la Virgen del Carmen, coronada y con el Niño en brazos, sobre un pedestal de nubes en el que asoman cabezas aladas de querubines, inclinada sobre las almas del purgatorio, hombres y mujeres desnudos que se alzan entre las llamas, tratando de alcanzar a María. La escena es contemplada por numerosos ángeles, mancebos y niños, uno de los cuales incluso sostiene en sus brazos a una de las almas, un hombre desnudo que une sus manos en señal de oración.
Se trata de una composición acusadamente barroca, inmersa en la tradición hispana del género. Así, el esquema es dinámico y marcadamente escenográfico, pensado para presentar ante el fiel un espectáculo divino, triunfal, pero a la vez comprensible. Así, la Virgen aparece en el centro, destacada por la composición y la iluminación, y toda la acción gira en torno a ella, todas las miradas se dirigen hacia la Virgen y el Niño. Tan sólo algunos rostros de querubines miran hacia otra parte: las almas del purgatorio, en el caso de los situados en el pedestal de nubes, o bien mirándose entre sí, como vemos más arriba, un detalle que rompe la rigidez compositiva e introduce narratividad en la escena.
En su informe, Luis Morales y Marín indica que esta obra presenta una serie de características técnicas y semejanzas estilísticas que indican que se trata de una obra de Francisco de Goya. Ofrece, de hecho, bastantes semejanzas con otras pinturas del maestro aragonés llevadas a cabo en la década de 1780, en cuanto al género religioso se refiere. Así la coloración, la manera de combinar los pigmentos, los modelos iconográficos de los ángeles niños y mancebos, la forma de resolver las nubes, etc., ofrecen similitudes al respecto. Por otro lado, por diversas cartas de Francisco de Goya a su amigo Martín Zapater en esa época, sabemos que el pintor manifiesta su intención de llevar a cabo una Virgen del Carmen para su paisano. Y varios son los ejemplares que diversos autores han tratado de identificar con esa obra hoy perdida, y que bien podría tratarse de esta que nos ocupa.
Uno de los más destacados pintores de toda la historia del arte universal, Francisco de Goya recibió sus primeras lecciones de dibujo y pintura de José Luzán Martínez, quien enseñaba en su casa y también en la Academia de Dibujo fundada en Zaragoza en 1754. Después de tres años de estudios con este maestro, Goya solicitó una pensión de la Real Academia de San Fernando, en 1763, a los diecisiete años. Parece que por entonces era ya alumno de Francisco Bayeu, quien había regresado de la corte. Sin embargo, Goya no logrará entrar en la Academia, ni tampoco cuando vuelva a intentarlo en 1766. En torno a 1770 emprende un viaje a Italia para ampliar su formación y mejorar sus posibilidades. Ya allí dejará constancia de su temprano gusto por lo grotesco y lo satírico.
Regresa a Zaragoza al año siguiente, y poco después recibe su primer encargo importante, la pintura de la bóveda del coreto de la basílica del Pilar. Desde entonces recibirá diversos encargos, por parte de aristócratas aragoneses, y será uno de ellos, la serie de murales sobre la vida de la Virgen para la cartuja del Aula Dei, la que aumentará su fama en 1774. Un tiempo después será llamado por Anton Raphael Mengs, primer pintor de Carlos III, para pintar cartones de tapices para la Real Fábrica de Santa Bárbara.
Se establece pues Goya en Madrid en 1775, y durante este tiempo realizará otros encargos importantes. En 1780 ingresa en la Academia de San Fernando y, tras iniciarse en el retrato, en 1783 pinta a toda la familia del hermano menor de Carlos III, el infante Don Luis.
Esta obra, y sus contactos con la aristocracia, le abre finalmente las puertas de la corte. Carlos IV alcanza el trono en 1788, y tan sólo unos meses después, en 1789, nombra a Francisco de Goya su Pintor de Cámara, lo que supondrá el definitivo triunfo del artista aragonés. No obstante, en 1792 Goya cae enfermo, y sufrirá secuelas de ellos el resto de sus días. La enfermedad agrió su carácter, pero en cambio avivó su genio. El estilo suave y adulador con que había complacido a la corte dejará paso a una nueva forma de trabajar, si bien su posición no se verá perjudicada: en 1795 es nombrado director de pintura de la Academia de San Fernando, y ese mismo año inicia su relación con los duques de Alba. Realiza la serie de “Los Caprichos”, acomete los frescos de San Antonio de la Florida y en 1800 pinta “La familia de Carlos IV”.
Durante los primeros años del siglo XIX continuará trabajando como retratista para los más destacados personajes de la aristocracia, hasta el estallido de la Guerra de la Independencia, que supuso un grave conflicto interior para el pintor, que se ve atrapado entre su ideología liberal, que lo acerca a los afrancesados, y su patriotismo, que le atrae hacia los que están luchando contra los franceses. Su obra se hace entonces más negra, más triste, como muestra por ejemplo la serie de grabados “Los Desastres de la Guerra”. En paralelo, su estilo se hace más suelto y empastado. Finalizada la contienda, como Pintor de Cámara debe retratar a Fernando VII quien, en último término, evitará que culmine el proceso iniciado por la Inquisición contra el pintor, por haber firmado obras inmorales. No obstante, la relación entre el monarca y el pintor no es fluida, y el gusto de la corte ha cambiado, inclinándose hacia un detallismo y minuciosidad que contrastan con la pincelada suelta y los empastes de Goya. Éste es finalmente sustituido como Pintor de Cámara por Vicente López, y se sume en un periodo de aislamiento, amargura y enfermedad que le llevarán a recluirse en la Quinta del Sordo, a las afueras de Madrid, donde realizará su obra suprema: las Pinturas Negras.
Harto del absolutismo que impone Fernando VII en España, Goya marcha finalmente a Francia en 1824, donde se reúne con amigos liberales exiliados. Allí pasará sus últimos años y realizará su obra final, “La lechera de Burdeos”, en la que anticipa el impresionismo. Actualmente su obra forma parte de las más destacadas pinacotecas del mundo, desde el Museo del Prado hasta el Metropolitan de Nueva York, pasando por el Hermitage de San Petersburgo, el Louvre de París o la National Gallery de Londres.

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GIORDANO, Luca (Nápoles, 1634 – 1705). Lote 34000254

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GIORDANO, Luca (Nápoles, 1634 – 1705).
“San Miguel y San Gabriel presentan el Niño Jesús a la Virgen”.
Óleo sobre lienzo.
Atribución confirmada por el Dr. Nicola Spinosa, superintendente del Polo Museale Napoletano y profesor del Istituto Universitario Suor Orsola Benincasa, además de comisario de importantes exposiciones centradas en la pintura barroca italiana y napolitana.
Medidas: 196 x 133 cm; 197 x 140,5 cm (marco).

Esta imponente obra está sin duda realizada durante la etapa española del pintor (1692-1702), y debe ponerse en relación con la obra del mismo tema, aunque de menor tamaño y formato horizontal, conservada en el monasterio de las Descalzas Reales de Madrid (nº 00610684), reproducida en Pérez Sánchez, Alfonso E.: “Luca Giordano y España”, p. 291 lám. R.57 (Madrid; Patrimonio Nacional, 2002) y en Hermoso Cuesta, Miguel: “Lucas Jordán y la Corte de Madrid, una década prodigiosa. 1692-1702”, p. 235 (Caja Inmaculada, 2008).
La obra de las Descalzas Reales seguramente sirvió como boceto o “modelletto” para la pintura que aquí presentamos, prácticamente idéntica en sus personajes, actitudes, luces y composición, pero con un desarrollo vertical que hace el conjunto más grandioso y monumental.
La composición es prácticamente idéntica en ambas pinturas, haciendo sólo los ajustes necesarios para convertir una composición apaisada en vertical; con ese propósito, se aumenta el espacio de nubes y querubines que hay entre el plano inferior, ocupado por la Virgen y San José a la izquierda y San Miguel y San Gabriel sujetado al Niño a la derecha, y el plano superior ocupado por Dios Padre. Es precisamente la figura de Dios Padre la que más variaciones sufre con el cambio de formato del lienzo, presentando en el caso que nos ocupa cuerpo entero y una postura más erguida. Otra variación es la reducción del espacio lateral tras los arcángeles, por lo que la mula desaparece y el buey se recorta considerablemente, manteniendo sólo la cabeza.
El tema representado es la ilustración de un pasaje de “La Mística Ciudad de Dios, Milagro de Su Omnipotencia y Abismo de la Gracia”, escrita por la Madre María Jesús de Ágreda (1602-1665), consejera del rey Felipe IV. En su texto, describe cómo los arcángeles Miguel y Gabriel asistieron “de forma humana y corpórea al misterio”, recibiendo en sus brazos al Niño y entregándoselo a la Virgen. El Niño es el típico giordanesco, que el pintor repite en numerosas ocasiones, recostado sobre el pesebre en escorzo, casi idéntico a otros como el que aparece en “La adoración de los pastores”, conservado en el Palacio de La Granja (nº de inventario 10027428). Siempre en un galo de extrema luminosidad, y tonalidades doradas, con potentes efectos lumínicos, características todas ellas definidoras de la pintura realizada por el maestro napolitano durante su estancia en España.

Códice del siglo XVI. Pergamino, contextos manuscritos e ilustraciones miniadas.
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33005419, Códice del siglo XVI.

Códice del siglo XVI. Pergamino, contextos manuscritos e ilustraciones miniadas.

Códice del siglo XVI.
Pergamino, contextos manuscritos e ilustraciones miniadas.

Códice del siglo XVI.
Pergamino, contextos manuscritos e ilustraciones miniadas.
Encuadernación en pergamino.
Medidas: 31 x 21 x 3 cm.

Códice del siglo XVI formado por páginas de pergamino, dobladas formando cuadernillos y protegidas mediante una encuadernación también de pergamino.

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