Escuela Española segunda mitad s.XIX
Lote en subasta:
Escuela española de la segunda mitad del siglo XIX.
“El paseo en barca”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado “G. Flores” en el ángulo inferior izquierdo.
Medidas: 43 x 57 cm; 68 x 83 cm (marco).
Esta obra, aunque enlazada estética y formalmente con el impresionismo, se relaciona por su concepción con el realismo, movimiento que reaccionó contra el clasicismo académico y la tiranía de sus reglas, contra la imposición de la tradición clásica a favor de la libertad creativa. La imitación servil del modelo consagrado, la sujeción al canon oficial, el principio de autoridad en el arte, la fórmula tradicional, son trabas tan aborrecibles para la nueva escuela como lo fueron para los románticos.
No obstante, los principios que defienden nada tenían que ver con los románticos, dado que proponen la imitación fiel de la naturaleza, proclamada aunque nunca realizada por los clásicos, que en nada se parece al idealismo desenfrenado que los románticos aclamaron como fórmula de emancipación. A diferencia del romanticismo, para el realismo el arte ha de arrancar de las entrañas mismas de la realidad, ha de ser la realidad percibida y sentida por el artista, y reproducida por su libre actividad en formas sensibles, tal como ella es, pero marcada con el imborrable sello de la original personalidad del que la reproduce.
La única idealización legítima es, para la nueva escuela, esta impresión del carácter personal del artista en la obra, esta transfiguración de la realidad por la emoción del artista, en ella pintada con indelebles caracteres. La belleza de la obra de arte no consiste única ni primeramente, por tanto, en la belleza que puede poseer la realidad reproducida, sino en la belleza de la forma en que la representa el artista, en la belleza de la emoción personal en ella reflejada, o lo que es lo mismo en la belleza de la expresión.
Así, en esta obra el pintor toma como punto de partida un paisaje pintoresco en el que conjuga agua, arquitectura y vegetación, dotado de un aire de cercanía, de cotidianeidad, que rompe directamente con las trabajadas escenografías ideales del romanticismo. Este volver la mirada hacia lo cotidiano, hacia el mundo que rodea al artista, es también otro punto en común con el impresionismo. Sin embargo, el pintor no se concentra en la experimentación cromática ni en la captación de un instante preciso, fugaz, del ciclo de la naturaleza. Al contrario, su ánimo ante el paisaje se nos revela calmado, sereno y silencioso, y como tal se refleja en una atmósfera soleada pero fresca, con delicadas sombras muy matizadas y trabajadas, y en los riquísimos reflejos del agua, que multiplican sus tonalidades y casi invitan al espectador a tocar la superficie pictórica para hundir la mano en las frescas aguas.