El coleccionismo de Arte y Antigüedades
A la vez que también, el coleccionista encuentra en ellas una ventana abierta al mundo del arte y las antigüedades, tiene al alcance de su mano un gran abanico de posibilidades a la hora de poder adquirir todo tipo de piezas, desde grandes pinturas de Alta Época a joyas, pasando por libros, esculturas, obra gráfica, abanicos, relojes, piezas arqueológicas…. Gran cantidad de piezas estudiadas, tasadas y expuestas para todo tipo de colecciones, de todos los estilos y de todas las épocas. Las casas de subastas son el punto de venta más plural y la vez, son las que miden el pulso al mercado del arte donde los coleccionistas participan de esta medición.
El coleccionismo de arte y antigüedades
El coleccionismo, desde un punto de vista social, ha constituido durante la historia una práctica propia de las clases altas, convirtiéndose en símbolo de prestigio y poder, pero también de sabiduría y de gusto. En el mundo Antiguo, ya vemos cómo nace el valor de la obra de arte, ya no es un mero objeto y, así, nace el valor y el gusto por la obra artística. De este interés surge la práctica de coleccionar.
Al ser humano ya no solamente recolecta objetos que guarda y utiliza, en la Antigüedad crece la idea de coleccionar piezas destinadas al deleite privado y el prestigio social. En la época medieval, el coleccionismo se centra en lo religioso y emerge el mercado “negro” de las reliquias sagradas donde se podían adquirir, desde decenas de astillas de la cruz donde Jesucristo fue crucificado, hasta partes del cuerpo de Santos.
A parte de este mercado de reliquias, los hombres de iglesia y los nobles eran grandes coleccionistas de libros, medallas, retratos, pinturas religiosas, trabajos de orfebrería… De todas estas piezas se nutrían la mayoría de las colecciones a lo largo de la Edad Media, aunque existieron otro tipo de colecciones aún más fascinantes y
eso sí, mucho más minoritarias; hablamos de las Cámaras de maravillas (Wonderkammer), pequeños gabinetes de curiosidades donde se guardaban, sobretodo, elementos procedentes del mundo animal como huevos de avestruz o mandíbulas de serpientes; y del mundo imaginario como cuernos de unicornio.
En los inventarios de la colección del Duque de Berry (1360-1416) se cita un pequeño gabinete con elementos naturales de este tipo.
El mundo animal también convivía en las Cámaras de maravillas con los objetos llegados de mundos lejanos, la Compañía de las Indias Orientales suministraba a Europa objetos exóticos, los cuales abundaban en las Wonderkammer. Artistas como Rembrandt (1606 – 1669) eran grandes coleccionistas de objetos exóticos y ropajes de otros mundos, visibles en sus pinturas. Las Cámaras de maravillas perduraron durante la época del Humanismo, aunque ya se inicia el hecho de coleccionar también el nombre del artista. Las grandes colecciones nacieron en las cortes europeas de los siglos XVI, XVII y XVIII.
En España por ejemplo, Felipe II (1527 – 1598) fue un gran coleccionista, llegando a reunir obras de toda Europa, especialmente españolas, venecianas y flamencas.
El abultado número de pinturas de Tiziano y de El Bosco, que hoy podemos admirar en el Museo Nacional del Prado (Madrid), es gracias a la pasión por la pintura de este Monarca de la casa de Austria.
No solamente fueron grandes coleccionistas los hombres de la nobleza, la iglesia ha sido una gran consumidora de obras de arte y entre sus filas han destacado coleccionistas de antigüedades tan importantes como el Papa Julio II (1503 – 1513), quien llevó al Vaticano piezas que han sido claves en la historia del arte como el Apolo del Belvedere o el Laocoonte.
Las piezas artísticas son vehículos de ideas que hacen reaccionar al espectador ante ellas; el coleccionista es el receptor más atractivo que capta la obra artística, es el gran cazador de la belleza del arte.