Bernardí Roig: el hombre moderno frente al abismo
“Colour light exercise” está dentro del grupo de obras más emblemáticas de la producción de Bernardí Roig, cuyo éxito y reconocimiento internacional lo convierten en uno de los creadores españoles más destacados de la escena artística actual.
Ante las obras de Bernardí Roig nos sobreviene una extraña sensación de incomodidad que nos sitúa ante el reto de enfrentarnos a la consciencia de nuestra propia existencia y nuestro devenir como sociedad. Y es que, pese a la naturaleza multidisciplinar de su obra, Bernardí ha mantenido inalterable un discurso que, como sostienen los críticos, representa un catálogo de sus propias obsesiones. Bajo la mirada trágica de un hombre cuyo destino insondable lo condena a la extinción, el artista sitúa la figura humana como epicentro de sus creaciones interpelando al espectador hasta que, como el propio artista apuntó, “la obra funciona como un espejo en el que vemos un rostro que arde: el nuestro”
Su obra se convierte así en un fiel retrato de las problemáticas a las que el ser humano se enfrenta en la actualidad, encontrando su expresión plástica más genuina en los enigmáticos y blancos personajes que protagonizan sus esculturas en resina. Estas inquietantes y perturbadoras obras representan la culminación de la incansable experimentación que el artista inició hace ya casi tres décadas cuando drásticamente decidió dar fin a su producción pictórica quemando todos sus cuadros.
Todas y cada una de ellas configuran un corpus creativo que entendido como una obra de arte en continua expansión, se erige en el monólogo de una sociedad, que enfrentada a la pérdida de su identidad, se ve arrojada hacia un abismo inevitable de autismo social y vacío existencial .
“Colour ligth excercise” es en este sentido, un ejemplo paradigmático de una propuesta creativa que Bernardi Roig sustenta desde un vasto y profundo conocimiento cultural cuya riqueza filosófica, literaria y cinematográfica son la semilla bajo la que el artista mallorquín hace brotar la génesis de su discurso creativo. En él, dialogan un extenso acervo de referentes de la historia del arte pero también de figuras literarias que como Bernhard, Musil, Beckett o Bataille, nos mostraron con valentía la fragilidad y vulnerabilidad del ser humano y cuyas voces desgarradoras asoman entre las contradicciones, pulsiones y frustraciones que soportan los protagonistas de las esculturas de Bernardí.
Sus personajes solitarios, desesperados y desconcertados son una contundente metáfora de la herida existencial y de la lucha interna que libra el hombre contemporáneo, reflejando el estado de tensión permanente entre un mundo que se dirige a la deriva y la propia naturaleza efímera de nuestro ser. En este aspecto, las connotaciones simbólicas de la luz jugarán un papel determinante en el desarrollo plástico y conceptual de su obra, que como en este caso, se materializa en los neones fluorescentes de más de 100 quilos que el hombre sostiene sobre su espalda. Esta imagen nos conduce hasta la tradición clásica y el mito de Sísifo cuyo relato, es aquí reversionado en clave moderna transformando las piedras que le condenaron a arrastrar hasta el fin de sus días, en tubos fluorescentes que lo ciegan e invisibilizan, hasta arrinconarlo hacia el más absoluto aislamiento. La luz cegadora actuará, por tanto, como metáfora de la incapacidad de comunicarse del ser humano dentro de una sociedad que, precisamente abducida por la sobreinformación y sobreestimulación, le ha privado de las garantías sobre las que había construido las certezas que cimentaban su estabilidad y razón de ser. “Ejercicios de luz” es a su vez, el símbolo de una sociedad amnésica que, ante su progresiva pérdida de memoria histórica e individual, terminará también por carecer de identidad. El blanco monocromo, refuerza esta idea otorgando un aire fantasmagórico a sus personajes que, más que presencia, denotan una cierta sensación de ausencia incrementada por la luz cegadora de los neones que desdibujan y diluyen los límites físicos de la escultura.
La aguda puesta en escena que Bernardí planifica hasta el último detalle, no hace más que aumentar exponencialmente la sensación de absurdo y vacío, remitiéndonos al sentido barroco de la vida entendida como un teatro donde todos somos actores en el drama de nuestra existencia. Su propuesta creativa audazmente perturbadora se convierte por todo ello en la materialización de la soledad, incomunicación, desasosiego e incertidumbre del hombre moderno.
El suyo es un arte que trasciende como el signo de la carga y condicionamiento que supone todo aquello externo que, a veces, incluso de forma inconsciente elegimos, así como de aquello que nos elige y de lo que muy a menudo no nos podemos liberar. Porque Bernardí, como sus admirados Beckett y Musil, ha sabido admitir y describir con extrema lucidez la naturaleza frágil y volátil del espíritu humano.