Setdart licita a la Francesca de Rimini de la "Divina Comedia" a través de los ojos de Benlliure.
Una profunda oscuridad envuelve toda la pintura, pequeños destellos de luz casi transparentes son las almas y ellas parecen iluminar el espacio. Fundidas entre sí, a veces sin distinguirse, forman cortejos que se desplazan en círculo como si fueran arrastrados por un viento o fuerza. Dante nos lo presenta así en la Divina Comedia y magistralmente Benlliure lo traslada a la pintura: No existía luz en aquel lugar. Vientos contrarios desgarraban su espacio, adversarios mares siempre sin tregua. Se sentía el rumor del gemir en agonía en el aire, tristes itinerarios de dolor, […]Y su pasión, sin rumbo ni sentido, se ha convertido en vendaval maldito, muerto el placer y el corazón perdido. Así llevaban los vientos a las almas que en hilera, sollozaban, gemían, blasfemaban,[…].
El trabajo de Benlliure aquí es sobresaliente, por un lado, tiene que ser capaz de hacer visible algo que según se describe está a oscuras y en absoluto vacío. Por otro, tiene que generar sensación movimiento como es el huracán de almas que son arrastradas y por último y aún más difícil, nos induce a oír esa tormenta de horrores. Los pinceles en su mano han creado el mismo mundo que Dante hizo en poesía. La técnica empleada es especialmente moderna. Las figuras carecen de contornos, no hay puntos de fuga ni perspectivas ni referencias espaciales que ordenen los elementos para que nosotros como espectadores racionalicemos lo que vemos. De esta manera nos obliga a introducirnos en el vacío, en una nada que tiene que sentirse como el infierno. Sutiles destellos en rojo salpican la obra como si fueran fuego o lava y así recordarnos que esa nada es el escenario de la condenación eterna.
La condena obviamente es un tormento perpetuo pero la pintura nos lo presenta de un forma muy distinta al mensaje que parece a simple vista. Este infierno es el destino de las almas que murieron por culpa de no seguir la razón y dejarse llevar por la pasión y el amor. Entendido esto podemos a su vez asimilar que las figuras que se nos presentan son en su mayoría no sólo ajusticiados sino ajusticiados enamorados. Van en parejas, abrazados, se sostienen y hasta da la sensación de que luchan por no separase en la vorágine. Están condenados a sufrir eternamente, pero con la suerte de estar junto a sus amados.
De entre todas las almas que van pasando por delante de Dante y Virgilio, las de Francesa y Paolo llaman la atención por encima de incluso las reinas clásicas. —¡Vosotros! que miraros me estremece, enredados, no heridos, triste vuelo teñido de dolor y desconsuelo, ¡venid!, si el viento oscuro no lo empece.
Francesca cuando describe su sufrimiento no empieza por el propio dolor de su muerte como hará mas tarde, “Aún me tiembla la sangre derramada por injusto puñal que nos dio muerte […] sino que describe uno de los dolores más comunes y universales del hombre, tan común y universal que es motivo de infierno en la tierra a todos nosotros: “¡No hay mayor dolor, en la miseria, que recordar el tiempo de la dicha!”. La nostalgia y el dolor que produce haber sido feliz y haberlo perdido, recordar esa felicidad casi tocándola y escapándose de nuestras manos sabiendo que no va a volver. Aplicado al amor sublima y enaltece este sentimiento a la cota más alta posible. Francesca concluye resumiéndolo de nuevo: Porque, imborrado, siempre lloramos el placer perdido. Aquel recuerdo del que no se puede escapar, por feliz que fue atormenta siempre el presente.
Francesca es la indiscutible protagonista. Captando toda la atención del espectador del cuadro es la figura más brillante de él. Se nos presenta como un mujer pura, blanca y siguiendo todos los ideales de la DonnaAngelicata. Hay que recalcar que el único pecado y motivo de que ella este en esta condena es su amor y pasión irracional por Paolo. El propio Virgilio le advierte: desalmado (aludiendo a Minos el monstruo que los juzga), ignora al alma y mide su pecado. Es decir, los condenados no están ahí por tener un alma corrompida sino un alma que sucumbió a pecar por amor. Ante este relato el propio Dante se desvanece sobrepasado por la emoción y como el mismo define, lleno de piedad por empatizar con su relato.
Ella al acabar el relato se deja caer de nuevo en la procesión de almas, resignada a proseguir con su tormento, pero probablemente bien aceptado al ser eternamente acompañada por Paolo.