Miquel Barceló y la renovación del arte milenario de la cerámica
La tradición milenaria del arte de la cerámica vive una época de esplendor de la mano de artistas que, como Barceló, han contribuido tanto a perpetuarla como a renovarla.
Si por algo se distingue la personalidad creativa de Miquel Barceló es por su infatigable espíritu de reinvención y experimentación, convirtiendo cada técnica y disciplina en un permanente desafío creativo. En este sentido, el artista mallorquín más internacional de todos los tiempos, se encuentra en la actualidad y, desde hace ya unos años, sumergido de lleno en su vertiente como ceramista, cuyos principios fundamentales ha exprimido hasta dar luz a unas creaciones forjadas dentro de una tradición, que como ya hiciera el gran Pablo Picasso, ha sido capaz de transgredir y renovar.
Lejos de considerarla como un arte menor o como una mera actividad decorativa, Barceló y, de nuevo, como hiciera Picasso, desarrolló está práctica en paralelo a la práctica pictórica y escultórica, cuya interconexión se evidencia en todas las formas técnicas y temas que subyacen en el corpus total de una obra que el artista concibe como un todo orgánico. De este modo y sin perder nunca de vista esta tradición presente, ya desde el Neolítico, Barceló somete a la cerámica a una especie de metamorfosis en la que transgrede el concepto primigenio mediante la manipulación formal para dar luz a una cerámica que ha dejado ya su condición de simple objeto para convertirse en una expresión vital del propio artista.
Este es el caso de la espléndida pieza “Figues negres”, a través de la cual podemos visualizar la línea de continuidad existente en cada una de sus obras, sometiendo todas ellas a un proceso de transmutación matérica que se evidencia sea cual sea su expresión artística. La belleza de este proceso de mutación se manifiesta en ”figues negres”, y por extensión en toda su producción cerámica, mediante los propios defectos e imperfecciones que subyacen en la propia arcilla y afloran en su proceso de cocción. En ella, Barceló expresa, como pocos, una visión del mundo dominado por conceptos que, como la fragilidad, la transitoriedad, el cambio continuo, la descomposición y la muerte, son aceptados como elementos intrínsecos a la vida.
El suyo es por tanto un arte integrado en la vida que se desarrolla, como toda experiencia vital verdadera, gracias al afán de exploración constante que, entre polvo, barro, grutas y fauna, se convierten no solo en el motor y fuerza creativa del artista, sino también en la materia misma de su obra. Tal y como afirma el mismo Barceló, el objetivo es “que el cuerpo y la arcilla, el cuerpo y la obra, sean todo uno”.