El arte medieval bajo la mirada de las Vanguardias
A partir de los últimos años del siglo XIX los fundamentos y formulaciones bajo las que se había cimentado la figuración empiezan a tambalearse hasta generar un cambio de orientación que dejaba atrás su tradicional función descriptiva para ser concebida como una forma de desentrañar la esencia del universo y explicitar lo más profundo del ser humano. En este contexto de ruptura, la pintura occidental se cuestionó el naturalismo cuyos códigos de representación habían dejado de identificarse con la nueva realidad que querían expresar. De este modo, el artista enfrentado a la tarea de redefinir la propia naturaleza del arte decidió actuar como un “nuevo primitivo” al margen por completo de cualquier convencionalismo estético.
La ruptura definitiva llegó con las vanguardias históricas y su firme creencia en la necesidad de volver a los orígenes como único medio de reencontrar la pureza perdida. En esta evocación de la arcadia perdida era indispensable recuperar también esas formas de expresión conectadas con la esencia más auténtica del ser humano, aquella de la que el progreso, la industrialización y la urbanización los estaba alejando. De este modo, la necesidad sentida por una buena parte de los artistas de vanguardia de volver a un estado primigenio, al deseo compartido de articular un lenguaje virgen, descontaminado y al margen por completo de la tradición, los llevó a reconectar con aquellas formas de expresión más primitivas. Esta búsqueda de alternativas a la propia figuración les condujo en un primer momento a aquellas manifestaciones procedentes de Oriente de marcado carácter exótico, para posteriormente volver la mirada hacia aquellas formas de expresión más arcaicas propias del arte occidental, que, como el arte primitivo o el arte medieval, se alejaban de la tradición figurativa de origen renacentista.
En esta recuperación del arte medieval, contribuyó de forma sustancial el desarrollo de movimientos de vanguardia que, como el fauvismo, cubismo y el expresionismo, valoraron el carácter antinaturalista de sus representaciones, cuya tendencia a la conceptualización y esquematización se integró en el lenguaje plástico vanguardista como referente formal, sin que por ello se asumieran los ideales religiosos y sociales de índole católica. En este sentido no es casual que el interés por aquellos periodos ajenos a la tradición clasicista coincida con el arranque de la teoría artística de la pura visibilidad, que, atendiendo al significado intrínseco de las formas por encima de sus contenidos narrativos o descriptivos, vio en el arte románico la expresión artística más libre y menos convencional de Occidente. Por tanto, esa asimilación por parte de los artistas europeos de vanguardia, de las codificaciones representativas de los pueblos primitivos y medievales, responde a una necesidad de encontrar nuevas fórmulas expresivas en línea con su particular búsqueda de un nuevo concepto de espiritualidad donde el arte recuperará el valor de lo sagrado.
En este sentido fueron muchos los artistas españoles que, como Miró, Picasso, Antoni Clave o Antoni Tàpies, tomaron la iconografía medieval y en concreto la románica como fuente de inspiración de sus creaciones. Solo hemos de pensar en las características figuras de Picasso cuyas reminiscencias arcaicas se reflejan en rasgos tan distintivos del románico como la estilización de los cuerpos, la forma típicamente almendrada de los ojos o la frontalidad y hieratismo de sus composiciones. De hecho, la fascinación del arte medieval catalán y del románico en general por parte de Picasso no se produjo tan solo a nivel meramente arqueológico, sino que, desde el punto de vista artístico, supuso una fuente de inspiración cuyo lenguaje simbólico, pureza elemental de signos y expresividad directa, aplicó y reinterpretó bajo su propia concepción plástica.
La ruptura definitiva llegó con las vanguardias históricas y su firme creencia en la necesidad de volver a los orígenes como único medio de reencontrar la pureza perdida. En esta evocación de la arcadia perdida era indispensable recuperar también esas formas de expresión conectadas con la esencia más auténtica del ser humano, aquella de la que el progreso, la industrialización y la urbanización los estaba alejando. De este modo, la necesidad sentida por una buena parte de los artistas de vanguardia de volver a un estado primigenio, al deseo compartido de articular un lenguaje virgen, descontaminado y al margen por completo de la tradición, los llevó a reconectar con aquellas formas de expresión más primitivas. Esta búsqueda de alternativas a la propia figuración les condujo en un primer momento a aquellas manifestaciones procedentes de Oriente de marcado carácter exótico, para posteriormente volver la mirada hacia aquellas formas de expresión más arcaicas propias del arte occidental, que, como el arte primitivo o el arte medieval, se alejaban de la tradición figurativa de origen renacentista.
En el caso de Clavé, el desafío al que se enfrentó aceptando a mediados de los años cincuenta el encargo de alta bibliofilia para ilustrar el Gargantúa de François Rebelais, sentó los cimientos bajo las cuales posteriormente daría luz a algunas de sus series más memorables como la de los Guerreros o Reyes. A través de ellas, e imbuido por el profundo conocimiento del imaginario medieval que adquirió para ilustrar esta sátira de la sociedad de la época, podemos reseguir la imparable evolución que experimenta su lenguaje plástico desde la figuración inicial hasta llegar a la plenitud creativa de sus obras más abstractas. De este modo, las primeras representaciones más o menos realistas darán paso paulatinamente a una abstracción donde la figura constituye el eje o esquema estructurador de una pintura que como en este caso, estará dominada por la fuerza expresiva del cromatismo, de la gestualidad de los trazos y la riqueza de sus texturas. No obstante, la vinculación con el arte medieval de Clavé no se limita al aspecto meramente temático, sino que también transluce en el modo en el que concibe una composición dominada por la desproporción de las figuras, cuyas grandes cabezas destacaran como elemento expresivo fundamental, así como la frontalidad, hieratismo y falta de perspectiva entre fondo y figura.
Es evidente como durante las Vanguardias artísticas se produjo una recuperación revisión y reinterpretación de las formulas plásticas medievalistas a las que los artistas acudieron para dar luz a un nuevo capítulo en la historia del arte, que, a pesar de significar una ruptura total con las convenciones establecidas hasta el momento, no dejó de mirar al pasado artístico.