Miradas desde el pasado - El legado de la colección Aras Jáuregui
Quizá el mayor talento de un pintor sea sin lugar a duda la captación psicológica de su modelo y el reflejo de esto en la obra. La expresividad de los personajes suele venir por las poses y los gestos en un ademán teatral para ser más evidente. Sin embargo, el más profundo y a la vez sutil de estos rasgos personales se encuentra tras esa pequeña pincelada de blanco dentro de una pupila. Suele decirse que los ojos son el espejo del alma, una afirmación que cobra sentido sólo con ver alguna de la fuerza que emanan alguna de las obras de la colección a subasta del legado Aras Jáuregui.
Si nos detenemos brevemente ante alguna de las obras que a continuación proponemos bastará con apenas unos segundos para entablar un diálogo inmediato con la propia obra. Estas piezas han sido escogidas de entre todo el catálogo por su calidad, profundidad y un rasgo común entre ellas pero atípico en el arte antiguo. Todas ellas nos miran fijamente. Su mirada está centrada en aquel que se para delante. Si bien esta actitud ante el espectador podría tratarse se un signo de altivez o superioridad, como aquel que mira desafiando o denotando una posición superior, estás no. La cercanía con la que ven señala calidad, humanidad y cierto grado de ternura. La naturalidad con la que parece que una conversación está a punto de empezar.
Empezamos con un San Juan del siglo XVI. Su rostro es tan verosímil que podría ser incluso la imagen del propio artista. Un realismo arcaico pero cercano en el que el santo con sus manos abraza sus atributos de la misma forma en que uno se consuela asumiendo su destino.
Los ojos penetrantes de San Pedro Armengol directos e incisivos. Los típicos destellos blancos de Antonio del Castillo en las encarnaciones quedan relevados a un segundo plano en comparación con los toques certeros de las pupilas. El grado de realismo que alcanza esta obra la hace intimidante y al mismo tiempo tan atractiva, que no podemos evitar apartar los ojos. Un rostro tan sereno y cercano que se aleja por completo de las figuras tipo o modelos impersonales a los que nos tienen acostumbrados los pintores barrocos. Parece la imagen de un hombre real. Unos ojos que en su día debieron de causar el mismo efecto en el artista mientras miraba a su modelo durante la ejecución del cuadro.
La imagen del poder y la posición suelen ser el propósito habitual entre los mecenas y los artistas. Los retratos en muchas ocasiones son la demostración de logros y del orgullo a admirar por aquellos que pasen delante. La vanidad y el egocentrismo parecen que han sido claves para que hoy en día conozcamos los rostros del pasado.
En el caso del siguiente retrato no es así. Estamos posiblemente ante uno de los militares más insignes de nuestra historia, un científico y por lo que vemos en sus cartas familiares un hombre profundamente humano. Cosme Damián Churruca luce con tanta naturalidad el uniforme de tan elevada posición militar que parece un mero complemento más a la mirada afable que tiene. Siendo un hombre que daría su vida en Trafalgar el punto de heroico queda en un segundo plano. Ante nosotros los ojos de un buen hombre, una leve sonrisa amable y una expresión humilde y sencilla.
Por último, un retrato estático a caballo entre la rigidez obligada por el academicismo de época neoclásica como los González Velázquez y Portaña, y en contraposición con un joven romanticismo que empieza a dar sus primeras muestras. Un caballero estirado como un maniquí nos mira atentamente interrumpiendo su pose con un ademan de querer romper su silencio y empezar un diálogo.