Dos pinturas singulares de Picasso adolescente: “La misa” y “El Cerrado Victoria”.
Conocer la etapa de formación de cualquier artista es ineludible para comprender los cimientos sobre los que germinará determinado carácter. Cuando el artista en cuestión está dotado de aptitudes innatas y un espíritu observador poco frecuente, como ocurre con Picasso, redescubrir obras de aquella primera fase de aprendizaje nos regala nuevas perspectivas desde las que contemplar la vida del genio.
Las dos pinturas que Setdart reúne en esta ocasión constatan lo dicho por partida doble, ya que cada una de ellas nos procura un viaje distinto hacia el pasado del maestro malagueño, cada una de ellas es una ventana abierta a la adolescencia del maestro: la vista de paisaje de su tierra natal y el interior de una iglesia en el que se oficia una misa tridentina fueron realizados por Picasso cuando apenas contaba con dieciséis años.
Por entonces ya se encontraba cursando Bellas Artes en Barcelona, pero la familia Ruiz-Picasso seguía pasando algunos veranos en Málaga y seguía visitando a las amistades de La Coruña, donde residieron entre 1891 y 1895.
“El Cerrado Victoria” cuenta con un certificado de autenticidad emitido por Josep Palau i Fabra. “La Misa”, con un amplio análisis científico y estudio artístico-documental, realizado en la Universidad Politécnica de Catalunya. De acuerdo con estos estudios, cabe fechar ambas pinturas en 1896. El paisaje malagueño, realizado durante una estadía veraniega, muestra un lavadero en primer término y una montaña ocupando la parte derecha. Se trata de un cortijo enclavado en las entrañas de los montes de Málaga, perteneciente a la finca del mismo nombre que Picasso frecuentó ya que se encontraba junto a la propiedad de sus padrinos. Palau i Fabra parangona este óleo con varios paisajes albergados en el Museo Picasso de Barcelona, y publicados en el catálogo “Picasso. Paisajes 1890-1912” (Ayuntamiento de Barcelona).
A pesar de estos ejemplos, el paisaje fue un tema relativamente poco cultivado por Picasso. Compositivamente, presenta un encuadre singular, que da mayor protagonismo a la pared de piedra que a naturaleza. Pero lo más notable es la habilidad técnica y la osadía del trazo, suelto y libre, que también late con vehemencia en “La Misa”.
Los temas religiosos fueron frecuentes en la producción de Picasso en esos años, bajo la tutela de Antoni Caba (véase “Escena interior romana” en el Museo Picasso de Barcelona). Pero fue en los formatos más pequeños, óleos sobre cartón como el que nos ocupa donde encontramos el asunto religioso tratado con mayor espontaneidad de trazo (similar a “Bautismo”, 1895, Museo Picasso). En estilo y técnica se aleja ya de la influencia de sus maestros academicistas.
La escena muestra una misa tridentina (el ritual se realiza de espaldas a los feligreses). Monaguillos y frailes se arrodillan o inclinan sus cabezas con reverencia, dirigiendo sus cuerpos hacia la figura del párroco, quien ocupa el centro compositivo frente al altar. El sagrario refulge por las velas encendidas de los candeleros. Éstos confieren un juego de contraluces que matiza los negros y enciende los blancos y dorados, bañando el interior con calidades íntimas. Puede compararse esta obra con “La primera comunión” (1896), en la que también las figuras se repliegan en su interior ante la sacralidad del evento. El genio picassiano, el pálpito rebelde, emerge en cada pincelada de esta composición de tema tradicional.
Las dos obras que Setdart pone a la venta en estas fechas dejan testimonio de un momento singular en el seno de la etapa temprana de Picasso, porque bajo una apariencia aún apegada a la tradición ya pugna por expresarse el temperamento de una figura irrepetible.
Ambas pinturas fueron inicialmente regaladas por la familia a amigos cercanos, de Málaga y La Coruña, respectivamente. Después, cada una de ellas conoció una bitácora singular, de heredero en heredero, hasta tener la fortuna de salir de sus cajas fuertes y ofrecer de nuevo la oportunidad de ser adquiridas. Una oportunidad única para el coleccionismo más exigente.