Los rompecabezas escultóricos de Miguel Ortiz Berrocal
Miguel Ortiz Berrocal alcanzó la cúspide de su carrera gracias a sus icónicas esculturas desmontables
Berrocal llegó a la escultura de forma casual. Los deseos de su padre, médico de profesión para que siguiera sus pasos chocaron frontalmente con la vocación artística de Berrocal, quien finalmente se matricularía en la carrera de arquitectura tras cursar dos años de ciencias exactas. Fue entonces, cuando gracias a las clases de matemáticas, despertó su interés por cuestiones que, como la topología combinatoria y la dimensión del espacio, le llevaron finalmente a descubrir su pasión por la práctica escultórica.
De este modo, el poso de su formación académica se transformó en una eterna fuente de inspiración que dio lugar a unas esculturas cuya belleza basó en los principios matemáticos que sostienen la realidad. En este sentido el artista se adentró en caminos inexplorados penetrando en los volúmenes intrínsecos a las formas, para enseñarnos que, bajo la superficie de la propia escultura, subyace otra que permanece oculta. Este proceso de investigación de los volúmenes dentro de las formas dio luz al que se convertiría en el rasgo más característico y personal de su lenguaje escultórico: la condición desmontable y combinatoria de sus obras, cuyas distintas piezas se transforman en un rompecabezas que el espectador debe ensamblar y desarmar para poder descubrir el espacio interior que se oculta en ellas. Por tanto, Berrocal concibe la escultura no solo como resultado de un proceso si no como un proceso en sí misma, ya que el estado en el que la contemplamos es solo una posibilidad de las muchas que la totalidad de sus fragmentos nos ofrecen.
La pareja de bronces en licitación ejemplifica este nuevo paradigma escultórico que el artista formuló a principios de los años sesenta tras lograr un éxito notable con su primera obra pública para la Cámara de Comercio de Carrara. Gracias a ello, pudo trasladarse a Paris, ciudad en la que además de relacionarse con figuras de la talla de Picasso, Giacometti o Le Corbusier, se dedicó de lleno y en exclusiva a la escultura. Fue entonces también cuando tras recibir varios encargos, el artista decidió producir sus obras no solo como piezas únicas de grandes dimensiones, si no también como ejemplares seriados, cuya finalidad tal y como hicieran los pintores con las artes gráficas era extender y democratizar la practica artística.
Junto al concepto de múltiple que las define, “Menina II” y “Torero” son también el resultado de una concepción estética interactiva bajo la cual la escultura está diseñada para ser tocada, experimentada y manipulada por un espectador que, dejando el papel de mero observador pasivo, se convierte ahora en parte implicada y cómplice de la creación del artística. Berrocal construye la totalidad de ambas escultoras. Con una minuciosidad y precisión propia de los maestros relojeros, Berrocal imbrinca cada una de las piezas con una articulación arquitectónica, mecánica y matemática que, con gran sentido racional, representa un engranaje compositivo al servicio de una plástica con grandes dosis de diseño industrial pero también de una tradición artística que bebe de grandes maestros de nuestra historia como Goya Picasso o Dalí.
En el caso de ” Menina II”, y en una clara alusión a Velázquez, Berrocal lleva a cabo un complejo ejercicio creativo que bascula entre la tradición y la renovación, reformulando mediante la simbiosis de las artes, las ciencias y la tecnología no solo la práctica escultórica, sino también la propia historia del arte. Asimismo, a raíz de esta escultura surge el disco homenaje a Velázquez en el que Berrocal le pidió a Rafael Alberti que elaborara una introducción denominada ‘Casi malagueñas de La Menina II’.
En ” Torero” Berrocal ahonda en los que fueron temas centrales conceptos más habituales y significativos de su obra. De hecho, uno de los ejemplares de este múltiple, formo parte de la exposición realizada en el año 2010 ” Berrocal: toreros y guerreros” organizada por la fundación Unicaja. Junto a una docena de escultura de tamaño monumental, esta pequeña obra compuesta por 18 piezas de latón refleja su obsesión por la idea de fragmento como evocación del todo, representó bajo la forma de un torso masculino que es además en este caso, un homenaje a la que fue otra de sus grandes pasiones: la tauromaquia.
Como vemos, el repertorio temático cuya raigambre absolutamente clásica escapa de cualquier exceso geométrico o abstracto, encierra una concepción antropomórfica de inspiración helénica y barroquizante donde cada elemento por separado es tan solo una forma geométrica que únicamente adquiere un sentido figurativo al unirse al resto de fragmentos que la conforman.