Los hermanos Zubiaurre: una oda a la esencia del País Vasco
En los albores del siglo XX, la pintura regionalista vasca vivió un momento de esplendor que tuvo en los hermanos Zubiaurre a dos de sus máximos baluartes.
A lo largo de la historia del arte han existido grandes sagas familiares que han marcado y definido el rumbo de la práctica artística de su tiempo. En el caso de los hermanos Zubiaurre, su obra contribuyó significativamente a la proliferación de un tipo de pintura, cuyo motivo central giró en torno a la representación de la vida, costumbres y caracteres propios de la identidad vasca.
A pesar de sus raíces vascas, Valentín y Ramon de Zubiaurre nacen en la ciudad de Madrid, donde poco tiempo antes se había trasladado su familia por razones profesionales. Sordomudos de nacimiento, ambos hermanos desarrollaron un agudo sentido de la observación que astutamente supieron trasladar al campo pictórico. Juntos iniciaron también sus estudios en la Real Academia de San Fernando, donde reciben las enseñanzas de grandes maestros como Carlos de Haes y Muñoz Degrain. Una vez finalizada su formación y tras emprender un viaje por Europa, logran una beca que les permite instalarse Paris donde pudieron contactar con las últimas tendencias pictóricas del momento, y muy especialmente con el impresionismo más tardío.
Sin embargo, el peso de su férrea formación académica determinó un camino a seguir, cuyos principales referentes estéticos serán los primitivos flamencos y sus coetáneos Ignacio Zuloaga y Dario de Regoyos. Paralelamente a su formación, ambos hermanos mostraron desde su juventud un interés por aquellos temas de corte costumbrista, ambientados en su tierra de origen, donde cada año solían veranear junto a su familia. Durante estas estancias estivales en la localidad de Garay, se aproximaron a la representación del paisaje vasco, iniciándose también en la práctica de la pintura al aire libre. Sin duda, el sentimiento de amor y arraigo hacia su tierra, marcó la obra de ambos pintores desarrollando una especial sensibilidad hacia el paisaje y el pueblo vasco que perduró hasta sus últimos días.
A partir de 1915 llegaron las primeras exposiciones y con ellas, los primeros éxitos y reconocimientos. Sin embargo, su obra permanece enraizada a la estética de corte academicista que denota aún una excesiva influencia de sus maestros. Entrados los años 20 y ya en plena madurez creativa, se inicia su época de mayor éxito internacional exhibiendo su obra alrededor del mundo de manera incesante hasta el estallido de la Guerra Civil Española. A pesar de su recíproca influencia y de su afinidad en cuanto a los temas que cultivaron, su aproximación a ellos se construirá bajo un lenguaje plástico y expresivo que por aquel entonces ya se encontraba perfectamente definido y diferenciado.
En este sentido, el regionalismo vasco y en menor medida castellano que practicó Valentín, se impregna de un espíritu más reflexivo y melancólico que manifestará una acentuada carga simbólica. Los protagonistas de su obra representan física y moralmente una idea ensalzada de la región, tratando de expresar un sentimiento de arraigo, admiración y nostalgia por la vida campesina y sus gentes. Su preocupación, por tanto, no solo atañe a lo externo, sino que también incide en los aspectos psicológicos que lo alejan, a pesar de su impecable dominio del dibujo, de la estricta representación realista, para dar luz a una imagen casi mítica del “ser vasco”.
Este es el caso del lienzo “tipos vascos” protagonizado por 3 lugareños que Valentín retrata en el más amplio de los sentidos, prestando especial interés en los gestos y actitudes que definen su esencia. De este modo, el realismo que el pintor practicó queda tamizado por un hondo sentido del color y por el hieratismo bizantino de sus sólidas figuras a través de los cuales construye, -como dijo Ortega y Gasset- un verdadero inventario lírico de la existencia vasca.
Más colorista y expresionista que Valentín, la obra de Ramón acusó en mayor medida la impronta de la pintura moderna. Su viaje a Holanda marcó la evolución de su estilo personal, que virará a partir de entonces hacia una concepción mucho más libre y moderna del color, cercana a Gauguin y los “nabis”. Asimismo, el menor de los hermanos captura la esencia del pueblo vasco con grandes dosis de humor y socarronería visibles en obras como “el julepe”, donde también transluce una riqueza compositiva más atrevida e imaginativa. Su obra, a medio camino entre la tradición y la modernidad, la etnografía y el costumbrismo, nos brinda un maravilloso retrato del mundo aldeano vasco lleno de ironía humanidad y sensibilidad.
En un tiempo marcado por el auge imparable de la modernidad, la obra de los hermanos Zubiaurre representó una verdadera oda al ruralismo vasco basada en la exaltación de lo vernáculo y autóctono de sus tradiciones y atavismos. Porque como acertadamente pronunció Juan de la Encina “No hacen los hermanos otra cosa que seguir una corriente estética iniciada en Bilbao hace unos cuantos años y que lentamente va aportando al arte nacional, el espíritu de una región hasta hace poco muda. “