El esplendor de la escultura modernista
La escultura peninsular empezó a renovarse lentamente desde finales del siglo XIX. A partir de unos precedentes adscritos al realismo, un primer horizonte de modernización eclosionó a principios del siglo XX en Catalunya, donde nació un espíritu artístico renovado y rompedor de la mano del Modernismo. El momento de expansión del país y el crecimiento urbanístico de Barcelona en concreto, trajo consigo multitud de proyectos arquitectónicos a través de los que se fraguó una nueva imagen de la ciudad.
En este nuevo escenario, la escultura ocupará un papel destacado estrechamente vinculado, en un primer momento, a una arquitectura cuyos edificios serán recubiertos esencialmente con elementos escultóricos que decoraban profusamente las fachadas. Asimismo, la práctica escultórica fue a menudo concebida para ocupar emplazamientos públicos o al aire libre, convirtiéndose de este modo, en una manifestación pública de los nuevos preceptos e ideales intelectuales. En el ámbito artístico, la irrupción del Modernismo supuso, sin lugar a dudas, una brillante liberación de las formas que en contraste al frio academicismo, se alejó de la mera copia de la realidad para explorar su vocación más sugestiva.
Como ejemplo del auge que vivió la escultura modernista catalana a principios de siglo, Setdart presentó el día 29 una magnifica pieza en mármol cuyas características formales y estéticas definen la producción escultórica que por aquel entonces floreció en Catalunya . Este momento de esplendor encuentra su punto álgido de la mano de grandes figuras como Josep Llimona, Miquel Blay, Enric Clarasó y Eusebi Arnau. A pesar de tener una personalidad artística propia, todos y cada uno de ellos se vieron inevitablemente influenciados por Auguste Rodin, cuyo simbolismo trasciende la anécdota para despertar los sentimientos y sugerirnos la idea de un mundo interior. En consecuencia, el estricto naturalismo que reflejaban sus primeras obras derivó hacia una vertiente simbolista del Modernismo especialmente palpable en aquellas esculturas, que como en el caso que nos ocupa, tiene a la figura femenina como absoluta protagonista.
La extraordinaria factura de la pieza que presentamos permite relacionarla con la producción escultórica de Josep Llimona y Enric Clarasó, y más concretamente con dos de los ejemplares paradigmáticos del movimiento como son el “Desconsol” y “Eva”. En los tres casos, la figura femenina desnuda adopta una posición similar que, con gran expresividad se dobla sobre sí misma en una actitud de abandono que indica claramente un estado introspectivo y oculto bajo la suavidad de unas formas envueltas en un halo de delicada sensualidad y misterio. El absoluto dominio técnico, transluce en cada detalle de una anatomía femenina representada con una precisión extraordinaria, que, sin embargo, y a pesar de su naturalismo, no pierde un ápice de la impronta simbolista que las caracterizó gracias al evanescente y suave modelado del mármol.
Gracias a obras como las que aquí hemos mencionado, se hace evidente el cambio de paradigma que trajo consigo la escultura moderna, buscando trascender la literalidad para transformar la realidad en símbolo. El cuerpo tangible manifestará de forma metafórica ideas que van más allá de lo aparente, para adentrarse en aspectos intangibles como los sentimientos, los valores espirituales o los estados de ánimo.