Vamos a la playa… con los luministas levantinos
A menudo, encontramos definiciones simplistas del luminismo levantino, interpretándolo como una traducción hispana del impresionismo francés. Una mirada más en profundidad del fenómeno paisajístico valenciano y de distintos puntos del litoral peninsular, tal como se desarrolla en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX, nos ofrece un panorama algo más complejo.
Si bien es cierto que la luz mediterránea y las playas levantinas imprimieron a la pintura a plain air de valencianos y barceloneses (la Escuela de Sitges sería el segundo gran foco de pintores luministas) un cariz propio, marcado por una paleta de blancos intensos, brillos dorados y refulgentes azules, el luminismo español no es una mera adaptación local del impresionismo del país vecino.
De hecho, el luminismo valenciano y la escuela luminista de Sitges arraigan, por un lado, en la tradición realista de Ramón Martí Alsina y Carlos de Haes, y por otro, abrevan en el paisajismo de la escuela de Barbizon, siendo también la figura de Mariano Fortuny un referente clave.
El gran acierto del luminismo, un acierto involuntario e inesperado, fue transgredir el academicismo finisecular reinante en el territorio español, pero al mismo tiempo, gozando de una aceptación plena, incluso de los círculos más conservadores.
La pincelada vibrante, el juego de texturas, la captación instantánea, las abstracciones perceptivas… quedaban de tal modo integradas en los temas costumbristas de Joaquín Sorolla y Alberto Pla Rubio, que el género folclorista de factura decimonónica es radicalmente superado.
Las playas eran para estos pintores lugares donde el goce espontáneo se expresaba en rostros, gestos, baños y colores, en gentes de distinta clase social y de todas las edades. Niños dejándose lamer por las olas en la orilla del mar, elegantes madres vigilándolos, jóvenes divirtiéndose e intercambiando confidencias… Pues la playa era también como un palco de teatro, donde la gente contempla el espectáculo (en este caso, el mar infinito) pero también se observan unos a otros, y les gusta verse socialmente representados. Ropajes blancos y livianos
Las damas de Sorolla visten ropajes blancos y livianos, agitados por la brisa. Cubren sus cabezas con sofisticados sombreros que velan sus facciones. En cada cuadro de Sorolla, el dibujo desaparece bajo el ímpetu de una pincelada que apresa en miríadas de reflejos, transparencias y salpicaduras los diálogos entre el mar, el cielo, la arena y su gente.
Las escenas de costa de los valencianos, con sus deslumbrantes irisaciones tonales, influirían a un grupo de pintores instalados en Sitges, entre ellos, Arcadi Mas, Joaquim de Miró i Roig Soler, quienes se embriagaron de las luces estivales que bañaban al pintoresco (a la par que cosmopolita) pueblo. Pintaron el paseo de la Ribera y la playa desde infinitos ángulos, plantando el caballete en aquella costa privilegiada, siluetada de casas blancas.
El luminismo levantino supuso una valiosa bisagra entre la tradición realista y la modernidad plena, haciendo de eslabón entre el legado de Mariano Fortuny y la generación de Hermenegildo Anglada Camarasa.