Algunas facetas de Salvador Dalí: pulsión erótica, el Quijote y la física cuántica
En numerosas ocasiones, Salvador Dalí declaró que el erotismo era cosa divina, indisociable del misticismo, dado que Eros era un dios. El genio del Ampurdán se sumergió sin miedo en el reino de las pulsiones eróticas y en los traumas edípicos en ellas implicados.
Uno de los dibujos de Dalí que Setdart reúne en sus subastas en curso contiene varios bocetos de contenido erótico, mostrando secciones anatómicas, masturbaciones, figuras masculinas emparentadas con los sátiros griegos y formas femeninas metamorfoseándose en gallinas. En el mismo papel, el lugar central lo ocupa un estudio preparatorio del cuadro “Naturaleza muerta viviente” (1956, conservado en el Museo Salvador Dalí de Florida). Aparecen ya en este boceto muchos elementos que estarán presentes en la tela definitiva: una serie de objetos (botellas, cuchillos, frutas o esferas) levitando sobre una mesa, moviéndose a su antojo o según la interpretación de Dalí de las leyes atómicas según estaban siendo formuladas por la física cuántica, que tanto fascinaron al pintor surrealista. Dalí denominó “misticismo nuclear” a esta investigación plástica
Esta obra (lote 35148668, “Etudeper le tableau Nature morte vivante et croquis éroques”, ca.1956) adjunta certificado expedido por Archives Descharnes, y presenta el sello de la colección Perrot-More, cuyo propietario John Peter Moore, fue el secretario personal de Salvador Dalí, que trabajó junto al artista desde 1960 hasta 1974.
Otro tema que apasionó a Dalí fue la figura del Quijote, con cuya locura hasta cierto punto quiso identificarse. Su fascinación con el Ingenioso Hidalgo quedó materializada en los abundantes dibujos, ilustraciones, grabados y esculturas que el artista dedicó al personaje de Cervantes.
Los otros dos lotes que Setdart licita de Dalí en próximas subastas son, precisamente, dibujos que realizó del Caballero de la Triste Figura: uno de ellos es un dibujo original de Dalí, firmado y dedicado, en la portada de una edición neoyorquina de El Quijote, publicada en 1949 e ilustrada por el genio ampurdanés (núm. 35251422). El otro, es un dibujo a tinta (“Pour la verité”, 1972, núm. 35266235), certificado por Descharnes en 1983, en el que, como es común en muchas caracterizaciones dalinianas del Caballero Andante, la figura es un remolino de formas ágiles y agitadas.
Según declaraciones del propio Dalí, cuando en 1945 emprendió el cuerpo formado por 38 dibujos y acuarelas para ilustrar la primera parte del texto de Cervantes, lo hizo influido por el consejo de su padre, quien le había asegurado que “el Quijote era una obra en la que las facultades podrán sobresalir fácilmente”. El original de aquel primer ejemplar se conserva en el Teatro-Museo Dalí de Figueras.
Del idilio de Dalí con el Quijote nació una obra singular que fue un sincero homenaje, pero también un auténtico revulsivo para el legado de Cervantes, invitándonos a releerlo con otros ojos, contando para ello con un Quijote que ya no se paseaba por áridos paisajes manchegos sino por húmedas costas ampurdanesas.