Virgen con Niño, Taller de Murillo.
La iconografía de la Virgen con el Niño como género independiente experimentó una renovación sin precedentes de la mano del pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo. Aunque el tema mariano conocía en España una honda devoción en el siglo XVII, raramente se trataba en la pintura como cuadro independiente. Murillo revolucionó el acercamiento al tema de la Maternidad tanto por el tratamiento plástico como por el modelo de mujer que introdujo.
El crítico británico John Ruskin quedó subyugado por la sublime sencillez de aquellas jóvenes vírgenes de aspecto frágil, tan alejadas de las madonnas renacentistas, esas diosas monumentales e invulnerables. Las de Murillo, escribe el historiador inglés, “son mortales, pero “jamás vulgares”: es a través de su esencia mortal que se refleja la luz de santa hermosura, belleza de alma dulce y de amor insondable”.
El modelo de Virgen murillesca no es fácil de emular. Los que osaron a hacerlo, a menudo fallaron. Por ello, la pintura de la Virgen con el Niño que Setdart pone estos días en subastas (lote 35251392), dada su innegable calidad y la íntima afinidad estilística con las maternidades del maestro andaluz, es más que probable no sólo que sea coetánea a Murillo sino que, incluso, proceda de su taller.
La Virgen y el Niño Jesús se abrazan con ternura emergiendo ambos cuerpos de un fondo oscuro. El modelo femenino es el habitual en Murillo, el de una joven en la flor de la vida. Con la cabeza inclinada sobre el pequeño, sus ojos negros nos miran, pero permanecen ausentes. Es una mirada de presagio y velado pesar que caracteriza a las maternidades murillescas. También es propio de Murillo el magistral modelado de los cuerpos con una luz cálida que los hace emerger desde la negritud del fondo. Sólo la sutil aureola que rodea los sedosos mechones nos habla de su origen divino. El Niño, de carnosa desnudez salvo por el paño que se desliza con naturalidad entre sus torneadas piernas, mira como su madre al frente.
Propios de la primera etapa de Murillo, desarrollada entre 1645 y 1650, son estos fondos cerrados, el predominio de los tonos terrosos y las figuras grandes y compactas, como las de esta pintura.
La composición es equilibrada y supura del conjunto una silenciosa dulzura, completamente exenta de sentimentalismo. En todas estas características, este lienzo es muy próximo al espíritu de Murillo, lo que podemos ejemplificar con piezas del pintor conservadas en el Museo del Prado (véase la “Virgen del Rosario”), o la “Virgen con Niño” del Palacio Pitti. En ambos, las figuras también están envueltas en tersos drapeados, combinando el azul de la túnica y el velo dorado con el paño blanco del niño. En ambas se establece una relación natural entre madre e hijo, llevando el género de la pintura devocional más allá de los límites ortodoxos tradicionales.