Juan Barjola: arte y tauromaquia.
Al margen de las consideraciones actuales, los temas relacionados con la tauromaquia han sido proyectados en las artes plásticas a lo largo de varias centurias, evidenciando el profundo arraigo que la poética taurina ha ejercido en el imaginario de un sinfín de reputados artistas que no dudaron en inmortalizar a través de sus pinceles, su particular concepción del mundo taurino. En este sentido, los dibujos y grabados de Goya marcan un punto de inflexión en este tipo de representaciones dominadas hasta entonces, por su carácter lúdico y amable. Posteriormente, los pintores impresionistas encontraron en el universo taurino el escenario perfecto en el que transformar el color en luz y las multitudes en manchas y pinceladas, donde la plaza, se convirtió en una metáfora del combate entre la vida y la muerte al que se enfrenta el animal. Dentro del periodo de vanguardias, no podemos dejar de mencionar a Pablo Picasso quien, de todos los pintores tauromáquicos fue probablemente el más emblemático. Entre los múltiples temas que el artista exploró a lo largo de su vida, su pasión por las corridas de toros adquiere una especial significación que reflejó a través de múltiples prácticas artísticas .
La fascinación que el toreo suscitó a nivel plástico y estético ha sido sinónimo de éxito dentro del mercado del arte internacional, donde pintores como Sorolla, Zuloaga, Regoyos, Dalí o Botero han conquistado el mundo del coleccionismo. Sin ir más lejos, artistas contemporáneos como Miquel Barceló han alcanzado su cotización récord con obras como “Multero”, cuyo remate ascendió hasta los 3 millones y medio de dólares. Otro caso destacado, es sin duda, el de Juan Barjola, quien tras alcanzar sus mejores resultados gracias a inconfundibles tauromaquias como las que próximamente licitaremos en Setdart, ha logrado estabilizar y consolidar su valor.
Reconocido como una de las grandes figuras del expresionismo español, Barjola cultivó este estilo desde un prisma muy personal que hunde sus raíces en la veta más dramática de la tradición pictórica nacional. La profunda huella de Goya y Picasso transluce en el universo pictórico del artista, quien especialmente a través de sus tauromaquias, nos brindó una visión rompedora, descarnada y dramática de la existencia humana, palpable en la pareja de lienzos que presentamos el día 17 de junio.
El sentido trágico que recorre toda su obra y que alcanza en las tauromaquias su máxima y más vivida expresión, se encuentra íntimamente unido a los duros sucesos acontecidos tras la Guerra Civil los cuales, sin duda, agudizaron el carácter crítico y comprometido del pintor. Tras las feroces pinceladas, violentos contrastes y figuras descompuestas que pueblan sus pinturas, Barjola nos muestra un universo pictórico que se aleja de la belleza y la idealización para adentrarse en las facetas menos agradables de la humanidad.
En este aspecto, sus tauromaquias nos hacen pensar inevitablemente en las realizadas por Francisco Goya. Al margen del amplio espacio temporal que les separa, ambos aplicaron al imaginario taurino una intensidad y energía desgarradora en la que el sentido dramático y la monstruosidad se imponen por encima del arte y la belleza. Tal y como apuntan los expertos, Barjola se fija en los trazos de Goya para dar vida a su descarnado retrato de una iconografía de sangre y arena donde se enfrentan la fuerza humana y la fuerza animal. Esta trágica confrontación, transluce en composiciones de gran dinamismo, expresividad e incluso violencia en las que Barjola, como hiciera el maestro aragonés en su serie de grabados, prescinde de cualquier elemento anecdótico que nos distancie física y emocionalmente de la obra. La plaza, apenas sugerida por un fragmento de barrera, y los trazos abigarrados que conforman una multitud carente de rasgos individuales, refuerzan el carácter dramático que ambos otorgaron a la luz y al vacío.
Igual de ineludible resulta la impronta picassiana que asoma en el lenguaje plástico de Barjola. De hecho, en varias ocasiones su pasión taurina ha sido equiparada a la del maestro malagueño, cuyos ecos expresivos encuentran en su vertiente más sórdida y humana una estrecha vinculación. Los aspectos análogos entre ambos aparecen especialmente latentes en la atmosfera tensa y asfixiante que comparte con obras como el Guernica. Sus figuras, de contornos angulosos y rostros deformados rememoran esa imagen ya icónica del caballo moribundo que agoniza en la obra de Picasso y que es asumida por Barjola, como la expresión más clamorosa del dolor y la violencia. Huyendo de las representaciones triunfales, Barjola elige el momento más feroz dentro del ritual taurino, donde el caballo arrastrado hacia una muerte segura adquiere el papel de víctima inocente.
Consolidado como uno de los grandes pintores de la modernidad en España, el éxito y prestigio que Barjola alcanzó transluce en afirmaciones tan significativas como la que Francisco Umbral le dedicó al definirlo como” un Goya sublimado por Picasso”.