Utrillo y Montmartre, binomio inseparable.
Maurice Utrillo, hijo de la pintora Suzanne Valadon, llegó al arte para vencer el aburrimiento y dar sentido a su existencia. En él, cobra vida la figura del artista bohemio y atormentado que creció en medio de la efervescencia artística e intelectual que inundaba las calles de barrio parisino de Montmartre. El alcoholismo y la locura marcaron su vida y su carrera artística que, a pesar de ser muy valorada en la actualidad, en su día, apenas le permitió ganar lo justo para vivir. La obra “Sacre Coeur de Montmartre et Square Saint Pierre”, de 1938 ilustra la trascendencia que adquirieron sus calles en la producción artística del pintor francés hasta el punto de ser considerado el pintor de Montmartre por excelencia.
Utrillo perteneció a la llamada Escuela de París, en la que durante el periodo de entre guerras se aglutinaron un grupo heterodoxo de pintores como March Chagall y Amedeo Modigliani. El punto de encuentro entre ellos nace del rechazo categórico a vincularse a cualquier movimiento de vanguardia imperante en la época. A pesar de ello, no rehuyeron de ciertas innovaciones, y absorbieron sus rasgos y avances más significativos, dando paso a la práctica de un realismo tradicional al que confirieron una mayor libertad en el uso del color y las formas.
La composición de la presente obra nos revela las grandes características de la pintura de Utrillo: La ingenuidad del dibujo, la inmediatez de la percepción y el refinamiento cromático. En todas ellas, los escenarios representados están envueltos del tortuoso caminar de su vida por las calles solitarias de Montmartre y que tantas veces recorrió, capturando el paisaje urbano a través de su filtro de soledad y melancolía. Asimismo, la presencia de la iglesia, se descubre como símbolo de su deseo de salvación y elevación mística que le acompañaba en sus crisis.
París, capturada en infinidad de obras por Maurice Utrillo, se convirtió para siempre en la ciudad de este artista. Cuando André Malraux fue ministro de Cultura de De Gaulle tomó la decisión de quemar todos los falsos utrillos que había en París. La pira en la plazoleta de Ravignan de Montmartre llegó hasta los tejados. Este es, probablemente, uno de los homenajes más importantes que se ha hecho a un pintor en la historia del arte.