Fernando Amorsolo, el gran maestro de Manila. En subasta el 9 de Noviembre.
Fernando Amorsolo es un artista imprescindible en la historia de la pintura filipina. A temprana edad, la concesión de una beca le permitió viajar a Madrid para estudiar en la Academia de San Fernando. De regreso a Manila, en los años veinte y treinta, empezó a retratar con intensa entrega las costumbres y los paisajes locales, impregnándose de su propia cultura y forjando una imagen renovada de sus gentes.
Amorsolo creó una imagen ideal de belleza femenina, alejado de todo referente anterior. Él mismo, al describirlo, decía alejarse del estereotipo soñador de la mujer malaya tanto como de los modelos europeos. Para él, su ideal era el rostro redondeado, de expresión vivaz, ojos encendidos y tez fresca.
Apresar el rubor constante de la juventud, la mezcla de timidez y picardía que observaba en las chicas de su tierra, era su cometido. Lo logra sobradamente en este lienzo colorista que nos ocupa, rebosante de sensualidad en cada poro. Celebración de la vida, hedonismo en estado puro, acorde con el paisaje exultante.
Amorsolo pintó “El baño” en 1946, cuando su ciudad aún estaba recuperándose de la batalla de Manila, que enfrentó a filipinos, estadounidenses y japoneses en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. El pintor filipino reemprendió entonces el tema hedonista que había caracterizado su obra, y que había abandonado en los años más oscuros. El arte le ayudó a recuperar la fortaleza de ánimo y a transmitir esa fuerza a sus coetáneos.
Dos muchachas se bañan en un arroyo. Una de ellas está sentada en una roca mientras se recoge el cabello. Su rostro sonriente se ilumina mientras habla con su amiga, que nos da la espalda, sumergida en el agua. Ésta es cristalina y se arremolina en torno a los torsos y las piernas desnudas. El verde refulge en la cordillera montañosa que bordea el río, un verdor que reverbera en el agua y adquiere una rica variedad de tintes aceitunados y esmeralda. La efervescente luz solar se refleja en el movimiento del agua y la atmósfera dorada impregna también los cuerpos, delicadamente trabajados atendiendo a los juegos de volúmenes. El conjunto conforma un magnífico ejercicio plástico, propio de las más espectaculares pinturas del artista de Manila.
FERNANDO AMORSOLO (Filipinas, 1892 – 1972) inició su formación a los trece años de la mano de su tío, el también pintor Fabián de la Rosa, quien se convirtió finalmente en su guía y protector durante su carrera. En 1908 llegó su primer éxito, el segundo premio en el certamen de la Asociación Internacional de Artistas, logrado con su cuadro “Leyendo el periódico”. Al año siguiente ingresó en el Liceo de Manila para formarse artísticamente. Durante su etapa de estudiante en el Liceo fue distinguido con diversos premios y honores, y tras graduarse ingresó en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Filipinas, donde trabajó por entonces su tío De la Rosa. En esta etapa universitaria Amorsolo recibió nuevas influencias, como las de Velázquez, John Singer Sargent, Anders Zorn, Claude Monet o Renoir, aunque la de mayor importancia fue la de los maestros contemporáneos españoles Joaquín Sorolla e Ignacio Zuloaga. Por estos años, el joven pintor participó en diversos concursos, tanto dentro como fuera de la universidad, y también inició su carrera como ilustrador, trabajando para diversas publicaciones filipinas. También ilustró la primera novela de Severino Reyes en tagalo, “Parusa ng Diyos”.
En 1914 Amorsolo se graduó con honores en la Universidad de Filipinas, y pronto comienza a trabajar como dibujante para la Oficina de Obras Públicas. Más tarde será director artístico de la Compañía Comercial del Pacífico, y ejerció la docencia a tiempo parcial en la Universidad de Filipinas, donde fue profesor durante treinta y ocho años. Tres años después de finalizar sus estudios en su país natal, Amorsolo se trasladó a España para estudiar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, gracias a una beca del empresario Enrique Zobel de Ayala. Pasó siete meses en España, donde se dedicó principalmente a realizar bocetos en los museos y calles de Madrid, experimentando con la luz y el color. La beca de Zobel le permitió también visitar Nueva York, donde el joven pintor descubrió el cubismo y el impresionismo de posguerra, movimientos que ejercerán una influencia clave en su obra. A su regreso, Amorsolo abrió su propio estudio en Manila, y para la década de 1930 su obra había sido expuesta por toda Filipinas, así como en el extranjero, convirtiendo al joven maestro en el pintor de referencia del país. Fue muy buscado también por los oficiales estadounidenses destacados en Filipinas, y de hecho su popularidad hizo que sus obras se difundieran también a través de fotografías y reproducciones. En 1938 fue nombrado director de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Filipinas, puesto que ocupó hasta 1952. Entre otras instituciones, Amorsolo está representado en el National Museum of the Philippines y en el Ayala Museum, también en Filipinas.