El espíritu revulsivo de Dau al Set en subasta el 21 de Octubre.
España era un yermo cultural cuando salió el primer número de la revista “Dau al Set”, el mes de septiembre de 1948. El régimen franquista mantenía a raya cualquier gesto creativo potencialmente subversivo. El panorama internacional ingresaba en un periodo regido por gélidas relaciones entre el bloque soviético y el capitalista.
En Barcelona, los jóvenes artistas y poetas que fundarían Dau al Set (nombre del movimiento y de la revista) estaban vinculados con los antiguos miembros de ADLAN (Amics de l’Art Nou), de los que recibirían soporte para nuevos proyectos en un entorno gris y hostil.
El nombre Dau al Set es revelador de la actitud vital del grupo: la séptima cara del dado es una imposibilidad, y al mismo tiempo, su búsqueda es una provocación para romper el rígido esquema de una realidad “cúbica”, cuadriculada, y apostar por la riqueza poliédrica de las figuras imposibles. Asimismo, el dado remite al azar, al juego, en este caso, el juego de la lógica surrealista.
Aquel primer número de la revista, que se difundió por circuitos clandestinos, contenía dibujos automáticos de Antoni Tàpies y Modest Cuixart, un artículo de Arnau Puig y sonetos de Joan Brossa. En los créditos figuraban también Joan Ponç como director y Tharrats como fundador, con lo que todos los miembros originales dejaron su impronta en aquel número inaugural. Más adelante, se sumaría al grupo el poeta y crítico Eduardo Cirlot, y una constelación de nombres irían engrosando los siguientes números de la revista, cuya vida se alarga hasta 1951.
Pero el espíritu revulsivo que espoleó inicialmente al grupo se concreta ya en aquellos primeros números, donde rendían homenaje a Joan Miró, Paul Klee y Max Ernst, y donde queda plasmado su incisivo compromiso con la cruda realidad social, su atracción hacia imaginarios primigenios, y una poética visceral de dimensiones sardónicas.
Pronto, la sólida personalidad de cada artista y el reclamo internacional que irán despertando irá diversificando su plástica, al tiempo que del surrealismo inicial derivarán hacia lenguajes informalistas y hacia el expresionismo abstracto. Las investigaciones matéricas de Tàpies evolucionarán en concordancia con las vanguardias europeas, pero su arte nace sus circunstancias, y el peso biográfico es patente en su creación, así como la tesitura social local. Cuixart también optó, tras su primera etapa surrealista, por las materias y los ensamblajes, pero su canto lírico vehiculaba una expresión propia, su propio pensar, plagado a veces de humor lacerante. Tharrats se decantaría hacia el informalismo cósmico.
Setdart pone en subasta dos obras, de Cuixart y Tàpies respectivamente, que corresponden a un periodo en que la cohesión inicial del grupo empieza a dilatarse pero sus trabajos aún se mantienen en los márgenes del surrealismo. Por lo tanto, son obras clave de sus respectivas carreras porque en ellas cada artista sedimenta un sello personal que a su vez se corresponde con un momento vital experimentado con impulso juvenil e indomable.
El óleo de Cuixart (véase el lote 35162756), fechado en 1956, puede enmarcarse dentro del surrealismo, pero nutriéndose de símbolos y arquetipos que le otorgan un cariz intransferible. Pertenece a una etapa transición, tras sus inicios expresionistas y antes de su plena inmersión en el informalismo. La obra de Cuixart denotaría en todo momento las cambiantes vivencias personales que experimentó. En esta época, aún estaba inmerso en el mundo intelectual catalán de posguerra, junto a sus compañeros de Dau al Set. La revista, aunque ya no se editaba, se había convertido en un referente internacional. Había aglutinado en sus últimos números a los artistas vanguardistas de todo el mundo.
En cuanto al óleo de Tàpies, “L’atropellament” (véase num. 35162757), fue la obra elegida para participar en la Bienal de Venecia de 1952, tras exponerse en las galerías Layetanas de Barcelona, ese mismo año. Estamos ante una escena cargada de poesía y misterio, de arcanas resonancias, que narra un accidente metafísico sufrido por un arlequín atropellado por el carro de Artemisa. Flotan entra las figuras simbolismos vinculados a la magia y la alquimia. La pintura pertenece a una época en que Tàpies establecía intensas sinergias con sus amigos, por ejemplo, con las asociaciones automáticas de vocablos que realizaba Brossa y con el críptico universo de Ponç, bañado en lirismo.