La utopía artística de Torres García llega a Setdart este Octubre
Joaquin Torres Garcia, creador del universalismo constructivo y una de las figuras clave en la configuración del arte moderno internacional, se convierte con tres de sus inconfundibles pinturas en uno de los protagonistas absolutos de nuestra subasta. El artista que gracias a exposiciones retrospectivas tan destacadas como la realizada por el MOMA en 2016 alcanzó el reconocimiento unánime como el gran artista universal que fue, es ahora también , uno de los artistas que se ha revalorizado más en los últimos tiempos.
La complejidad y riqueza de su obra pone sobre la mesa conceptos radicalmente antagónicos como tradición, modernidad, figuración y abstracción, términos que en manos del artista uruguayo no se reconcilian y complementan para crear un arte rabiosamente personal que elude a cualquier clasificación. Su particular manera de entender la práctica artística representa sin lugar a dudas una isla dentro de las vanguardias artísticas imperantes. En este sentido en su voluntad de crear un arte universal establece una serie de relaciones y entrecruces con sus experiencias vitales y los múltiples países en los que radicó.
Las tres obras que presentamos pertenecen cada una de ellas a una etapa clave en el devenir de su prolífica trayectoria. Vinculadas íntimamente con el enclave geográfico donde las creó, Barcelona, Paris y Montevideo se convierten de este modo en los escenarios esenciales de su evolución artística.
En 1981 con tan solo 17 años se traslada junto a su familia a Barcelona, ciudad en la que dejará una huella indiscutiblemente visible en trabajos tan significativos como los frescos que realiza para decorar el Saló Sant Jordi de la Generalitat , los diseños que realizó para los vitrales de la Sagrada Familia o sus colaboraciones con artistas de la talla de Joan Miró o Ramon Casas . Integrado de lleno en la vida cultural de la capital catalana que por aquel entonces vivía una época de plena renovación, se convirtió en uno de los máximos exponentes del movimiento Noucentista contribuyendo a la formulación de esta nueva estética tanto a nivel teórico como plástico. A esta etapa pertenece “Mujeres de pueblo” cuya atmósfera y factura se inscriben en este retorno a las normas heredadas de la cultura greco romana que propugnaron los artistas e intelectuales novecentistas basadas en los principios básicos de orden, claridad y racionalidad. Su interés por la tradición y lo eterno transluce a través de escenas bucólicas y naturalezas arcádicas como la presente, que nos remiten a la edad de oro y a los ideales humanistas.
Sin embargo, será durante su estancia en Paris a partir de 1926 cuando cristalizaran los preceptos que dieron forma a un lenguaje plástico absolutamente original. Es el tiempo en el que el artista toma contacto con la abstracción geométrica pura de la mano de artistas neoplasticistas como Piet Mondrian y Theo van Doesburg. Este vínculo determinó el inicio de sus experimentaciones que, con la introducción en sus pinturas de un entramado ortogonal, lo encaminaron hacia el constructivismo. La riqueza creativa de su etapa parisina nos permite constatar el empeño de Torres Garcia por encontrar un arte universal capaz de sortear cualquier barrera temporal y geográfica. En este sentido, la obra que presentamos nos desvela uno de los grandes hilos conductores de su vasta trayectoria: La devoción por el arte primitivo que, en su energía y pureza, simboliza para el artista uruguayo una especie de retorno a los orígenes donde el hombre vivía en perfecta comunión con el cosmos.
En un mundo agotado por el materialismo y falto de valores, Torres Garcia sostenía que el arte debía reconciliar al hombre con su verdadera esencia, aquella que nos remite a la cultura de los pueblos primitivos .
Después de una corta estancia en Madrid, Torres Garcia decide regresar a su Montevideo natal. Es entonces cuando Torres Garcia culmina su gran proyecto creativo compilado en más de 150 conferencias: el universalismo constructivo. En él, conjuga y unifica todas las experiencias y formas de expresión practicadas a lo largo de su peregrinaje, tomando elementos del neoplasticismo, el cubismo, el surrealismo, el primitivismo o el arte precolombino .
Según su concepción, las leyes que deben regir el arte son las mismas leyes armónicas que rigen el orden universal. Para ello, el artista recurre a un arte geométrico y abstracto que por sus valores universales permite expresar la visión unitaria del mundo a la cual el arte debe aspirar. Bajo este precepto, crea un lenguaje plástico que adquiere una completa madurez en obras como “Composición abstracta a Manolita”. En ella, las líneas verticales y horizontales organizadas en base a la proporción aurea, construyen una estructura de celdas en las que cada una de las partes se relacionan entre sí para formar una unidad superior que busca la concordancia con la estructura del Universo. Sin embargo, Torres Garcia rehúsa la abstracción pura para poblar cada una de estas celdas con pictogramas o símbolos fácilmente identificables. El pez, el ancla, la llave, el barco o el hombre presentes en esta obra serán algunos de sus símbolos más recurrentes que en su esquematización y universalidad nos remiten a la esencia del mundo.
La utopía artística a la que consagró su vida, lejos de quedar obsoleta, ha envejecido sin perder un ápice de su carácter singular y renovador gracias a un discurso que hoy en día parece más vigente que nunca.