Una pieza inédita de Sorolla en Setdart. Subasta especial 23 de Septiembre.
Joaquín Sorolla contaba apenas con 21 años cuando fue becado por la Diputación Valenciana para estudiar en la Academia de Roma, donde sorprendería a profesores y alumnos por la osadía de sus ejecuciones plásticas.
Tanto en la preferencia por los modelos del natural de quien sería el gran maestro luminista de Valencia, como por su valentía a la hora de sacrificar el academicismo del dibujo en pos del ímpetu realista, se apreciaba la forja de una personalidad que destacaría por encima de la media.
De aquel periodo seminal de la producción de Sorolla sobresale una pintura, fechada en Roma en 1885, “El niño de la granada”, que figura entre las piezas más valoradas de las subastas actualmente en curso en Setdart (véase lote 35162344).
Blanca Pons-Sorolla, bisnieta de Sorolla, quien ha dedicado gran parte de su labor investigadora en la confección de un catálogo razonado del artista y ha comisariado importantes exposiciones del maestro valenciano, atestigua, en una entrevista concedida a Setdart, el innegable valor de este óleo, tanto en el ámbito propiamente creativo (como punto de inflexión en la carrera de Sorolla) como en la sentimental (por el lugar que el cuadro ocupó en el patrimonio familiar).
Así, la prestigiosa investigadora reseña la bitácora del cuadro: perteneció a Antonio García Peris, el principal protector de Sorolla, quien se convertiría en su suegro. El cuadro iría pasando de hijos a nietos, heredándolo el segundo hijo de Enriqueta García del Castillo, Federico, cuya hija Carmen expresó reiteradamente a Blanca su fascinación por este cuadro de familia, por ese niño rollizo que desde pequeña lo atraía con su blusa blanca y su mirada traviesa, compartiendo con ellos el espacio doméstico como un miembro más.
Posteriormente, el cuadro estuvo en la Sala Parés durante largo tiempo, siendo reproducido en el catálogo de la exposición de 1973.
Entrando ya a analizar el cuadro, llama la atención que a pesar de haber sido realizado en Roma, el protagonismo que Sorolla otorga a la fruta fresca y a la loza ya denota una clara voluntad de impregnarse del costumbrismo mediterráneo, concretamente valenciano.
Estamos ante una escena intimista magistralmente resuelta, en la que se aprecia cierta influencia de la pintura barroca española, pero el tratamiento de los blancos y la pincelada suelta y vibrante ya posee un sello característico.
Un niño sentado en el suelo, rodeado de granadas abiertas y otras aún enteras con las que juguetea, ocupa el centro de una estancia sobria y oscura en contraste con la claridad que ilumina la blusa blanca de algodón que viste el pequeño. Las facciones mofletudas, las suaves carnaciones, los ojos vívidos y el cabello desordenado le otorgan una gracia natural al niño, que mira de soslayo fuera de cuadro, quizás temiendo ser regañado. Un jarrón de vidrio toma matices glaucos y esmeraldas, trabajados en varias capas, logrando excelentes veladuras. La expresividad es máxima gracias a los hábiles toques combinando trazos raudos y quebrados con una paleta de ocres y marrones en sabio contraste con las carnaciones claras y los blancos drapeados.
JOAQUÍN SOROLLA Y BASTIDA (Valencia, 1863 – Cercedilla, Madrid, 1923). Ya en su época escolar, Joaquín Sorolla demostró su afición por el dibujo y la pintura, asistiendo por las tardes a las clases de dibujo que impartía el escultor Cayetano Capuz en la Escuela de Artesanos. Premiado al terminar sus estudios preliminares en la Escuela Normal Superior, ingresó en la prestigiosa Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, en 1879. Asimismo, durante sus visitas a Madrid, realizadas en 1881 y 1882, copió cuadros de Velázquez, Ribera y El Greco en el Museo del Prado. Dos años más tarde obtuvo un gran éxito en la Exposición Nacional de Bellas Artes con un cuadro de historia, lo que estimuló para solicitar una beca para estudiar en la Academia Española de Bellas Artes en Roma. Logrado su objetivo, en 1885 Sorolla parte para Roma, permaneciendo antes de llegar varios meses en París. En la capital francesa quedó impresionado por las pinturas de los realistas y los pintores que trabajaban al aire libre. Al terminar sus años en Roma regresa a Valencia en 1889, instalándose al año siguiente en Madrid. En 1892 Sorolla muestra una nueva preocupación en su arte, interesándose en problemas sociales al representar la triste escena de “¡Otra Margarita!”, premiada con medalla de primera clase en la Nacional, y al año siguiente en la Internacional de Chicago. Esta sensibilidad permanecerá en su obra hasta el fin de la década, en sus representaciones de la costa valenciana. Poco a poco, sin embargo, el maestro valenciano abandonará los temas de niños desdichados que vemos en “Triste herencia”, que había sido premiada en la Exposición Universal de París de 1900 y en la Nacional de Madrid un año después. Animado por el éxito de sus resplandecientes imágenes del Mediterráneo, y estimulado por su amor a la luz y a la vida de sus soleadas playas, centró en dichas escenas sus obras, más alegres y agradables, con las que logrará fama internacional. En 1906 celebró su primera exposición individual en la galería George Petit de París, y en ella demostró también sus habilidades como retratista. En 1908 el norteamericano Archer Milton Huntington, impresionado por la exposición del artista en la galería Grafton de Londres, pretendió adquirir dos de sus obras para su Hispanic Society. Un año después invitaría él mismo a Sorolla a exponer en su institución, siendo el resultado una muestra en 1909 que cosechó enorme éxito. La relación entre Huntington y Sorolla dio lugar al encargo más importante de la vida del pintor: la creación de los inmensos lienzos destinados a ilustrar, en las paredes de la Hispanic Society, las regiones de España. Tratando de captar la esencia de las tierras y gentes.