“Sur le canapé” de Togores.
La espalda suavemente arqueada, la cabeza apoyada en una mano mientras la otra mano se ahueca bajo el pecho, el perfil de las nobles facciones de párpados cerrados, todo ello dibuja una línea casi continua con la que Josep de Togores resume la elegancia silenciosa de una mujer replegada en sus propios pensamientos.
“Sur le canapé” (1923) es un óleo que Togores realizó tras regresar a la Provenza francesa, época en que su obra refleja la continuidad de su trabajo figurativo de corte clasicista. En este periodo, el pitntor se aleja de la dureza de la Nueva Objetividad alemana, a la que se había aproximado en los años anteriores, para abrazar las propuestas del noucentisme catalán.
La representación de la figura femenina alcanza en este lienzo un gran refinamiento. Logra un retrato dotado de solidez pero también de ternura, basado en una composición resuelta con economía de medios y buscando el equilibrio de las formas, sumergiendo a la protagonista en una particular atmósfera intimista.
Josep de Togores nace en el seno de una familia acomodada y culta, que frecuenta los círculos intelectuales. Su interés por la pintura nace a los trece años, al perder el oído por una meningitis. Viaja a Francia y Bélgica, donde descubre la pintura de Rembrandt, y en la Exposición Internacional de Arte de 1907, en Barcelona, queda fascinado por la obra de Monet. Con dieciocho años ya es un artista de importante presencia en Barcelona, y en 1913 recibe el encargo de la decoración de la capilla de Anna Girona en Poblet. Becado por el ayuntamiento de Barcelona se traslada a estudiar a París, donde conocerá la pintura de Cézanne, que será desde entonces una influencia decisiva en su obra. En 1917 conoce a Picasso, y entra en contacto con las teorías y círculos cubistas.
En los años veinte inicia su relación con el galerista Kahnweiler, quien más adelante será marchante de Picasso. Con él trabaja en exclusiva entre 1921 y 1931, momento en que su pintura pasa por su periodo más experimental, acercándose al automatismo y al surrealismo. De la mano de Kahnweiler se convierte en un artista de enorme éxito. En 1932 su pintura da un nuevo giro, una vuelta a la figuración. Se traslada a Barcelona y trabaja con un nuevo marchante, Francesc Cambó. En este periodo realiza multitud de retratos de los personajes más relevantes de la sociedad catalana, y pasa a ser uno de los pintores más cotizados del momento. Durante la Guerra Civil se traslada a Francia, pero regresa en 1939, donde continúa trabajando, sin haber perdido en absoluto su prestigio. Su obra está presente en el Museo Patio Herreriano de Valladolid, el Museo Nacional Reina Sofía, el Museo Nacional del Arte de Cataluña, el Museo Getty (Los Ángeles), Museo de Arte de Sabadell, el museo Städtisches Gelsenkirchen (Alemania), el museo Thyssen – Bornemisza (Madrid), el Palacio Nacional de Montjuic o el Centro Georges Pompidou (París), entre otros.