LA LUZ DE SOROLLA LLEGA A SETDART.
En subasta el 19 de Septiembre.
Claude Monet definió a Joaquín Sorolla como “el maestro de la luz”. Con esta contundente afirmación, el pintor impresionista por excelencia reconocía el virtuosismo del artista valenciano en su incesante búsqueda por atrapar en el lienzo, los efectos lumínicos que, en su condición efímera y cambiante, son capaces de transfigurar la realidad que nuestros ojos perciben
A lo largo de su basta trayectoria, las largas estancias comprendidas entre los años 1900 y 1905 en Jávea (Valencia) marcaron decisivamente el rumbo hacia su característico luminismo, que por aquel entonces se encontraba en pleno desarrollo. Fue en esta zona de la costa levantina donde realizó sus primeros grandes paisajes marinos y de montaña, quedando la región y nuestra visión de ella insoslayablemente unida a la del pintor. Buena muestra de ello, es el lienzo que Setdart tiene el placer de presentar en subasta el próximo 19 de setiembre (lote 35129422).
En este paisaje costero, el naturalismo brilla con intensidad cromática, con el mar fulgurante de luz e irisado por el sol, esa luz que es la esencia de sus obras, pero también de su ser. Las rocas, salpicadas por el vaivén de las olas, se imponen en primer término marcando un encuadre que se acerca a una estética fotográfica de raíz impresionista y de la que quedó prendado en su viaje en el año 1885 a la capital francesa. De hecho, la pintura fue un encargo para una exposición que se realizaría en París en la que participaron varios de los impresionistas franceses, factor que explicaría la notoria impronta de Monet en ella. La huella que en Sorolla dejaron sus inquietudes artísticas, translucen en sus propias palabras “Me sería imposible pintar despacio al aire libre, aunque quisiera. No hay nada inmóvil en lo que nos rodea (…) Pero, aunque todo eso estuviera petrificado y fijo, bastaría que se moviera el sol (…) para dar diverso aspecto a las cosas. Aquellas montañas de lejos ya no son lo que eran hace un momento. Hay que pintar deprisa ¡Cuánto se pierde, fugaz, no vuelve a encontrarse!”
A pesar de ser reconocido popularmente como el pintor de la luz del Mediterráneo, tópico que resulta inevitable cuando se habla de él, el corpus de su obra nos demuestra que además de pintar con maestría sus célebres paisajes, también fue capaz de pintar otro tipo de luz, aquella que emanaba del alma de algunas de las personalidades ilustres que retrató como fueron las de Benito Pérez Caldos o Antonio Machado. Asimismo, su primera etapa, estuvo marcada por un claro acento de denuncia social que nos descubrió el espíritu más reivindicativo de Joaquin Sorolla. Sus lienzos se convirtieron en espejos que reflejaban las miserias de su época, de los niños famélicos, de las madres sin recursos y de los campesinos explotados.
Para Sorolla la pintura lo era todo, era una función vital. Así lo demuestran las obras que nos dejó y que le han otorgado un lugar destacado en la historia de la pintura española del siglo XX.